Por Armando Ortiz
Durante la docena trágica, esa en la que Fidel Herrera y Javier
Duarte hicieron de Veracruz el patrimonio de una camarilla nociva, muchas de
las mujeres que participaron en política fueron tratadas como objetos sexuales,
edecanes o simple comparsa. Ese machismo político escondía los traumas de un
gobernador que se vio determinado por su maternidad. La madre marcó a uno, el
padre y el trato que dio a las mujeres marcó al otro.
Fue así que la mujer en la política no podía crecer a menos que
se sometiera a los caprichos de esta camarilla que mimetizó los traumas del
primero y sintetizó los complejos del segundo. Algunas de esas mujeres, antes
que ofenderse e ir en contra de esa naciente tradición, prefirieron acomodarse
a ella; prefirieron la liviandad a la dignidad.
Es por ello que nacieron cofradías de damas de compañía que se
sometieron a los apetitos insanos de esta camarilla. A algunas se les llamó las
“reinis” a otras las “barbys”, todas ellas crearon un club en donde se reunían
para comentar sus aventuras y compartir las filias y fobias de sus clientes
políticos.
Fue así como alcanzaron puestos relevantes, obtuvieron
direcciones en este gobierno, liderazgos sindicales, suplencias de diputaciones
y senadurías, y hasta diputaciones y alcaldías; todo ello acompañado de
riquezas. Las rameras no entregan nada si no hay oro a cambio.
Tan a gusto se sintieron en su papel de consortes que no tenían
empacho en comentar sus enredos sexuales. De tal modo que eso les abría
puertas; la presunción de ser la amante del “número uno” permitía que los demás
se cuadraran ante la que le susurraba al oído en la cama algunas cosas al
sujeto en el poder.
El sujeto en el poder no desmentía tales rumores por más falsos
que fueran, pues esos rumores lo colocaban como el “macho alfa” de la política
en Veracruz; mejor que se rumore sobre su virilidad, que sobre sus debilidades.
El día que alguna de esas debilidades salió a la luz, besar por ejemplo a un
hombre viejo en una borrachera, puso en tela de juicio su calidad de “macho
alfa”.
Todo esto viene al caso porque las mujeres que no se sometían a
los caprichos de esta camarilla, o que no sometían a las disposiciones de un
gobierno machista, eran vistas con desconfianza. Si todavía una mujer era capaz
de obtener voz propia, fuerza moral y arrastre, la camarilla de políticos
caprichosos se le iban encima.
Maryjose Gamboa nunca se sometió a los caprichos de un gobierno
que esperaba de ella alabazas gratuitas. Así lo hacían muchas comunicadoras al
servicio de Gina Domínguez. ¿Quién era ésta que osaba no someterse a la verdad
oficial? ¿Quién era ésta que reportaba sobre matanzas, sobre la inseguridad que
vivían los veracruzanos?
¿Quién era esta que miraba desnudo a un gobernador corrupto,
cuando todas le decían que se veía espléndidamente arropado?
Es por ello que el mismo Alberto Silva, una vez que llegó a
Comunicación Social, una vez que advirtió que había una mujer con voz crítica,
quiso someterla pero no pudo.
La tragedia, desafortunadamente acaeció a esta mujer. Entonces
Silva aprovechó la oportunidad. Como animal de carroña buscó la manera de hacer
ver a la periodista como una criminal decidida. Es por ello que ante la súplica
de detener su odio hacia ella el mismo Silva profirió: “No sólo no la vamos a
ayudar, sino que la vamos a chingar más; la vamos a mandar a Tuxpan y le vamos
a quitar a la hija” ¿De dónde tanto odio?
Maryjose mostraba la desnudez moral de Duarte; Maryjose mostraba
la vileza de Alberto Silva; Maryjose Gamboa era emblema de que la mujer no se
puede someter a los caprichos de una camarilla enferma.
MaryJose Gamboa ha salido triunfante de todas las adversidades
que estos sujetos viles le han fabricado. Ahora la sentencian. ¿Qué sentirán
esos sujetos cuando se enteren que ni con esto la verán derrotada? ¡Pobres
diablos!