En el discurso de López Obrador el problema es la
"corrupción" y el adversario es la "mafia del poder". Llama
a la "unidad" que sería interpartidista, al nivel de los militantes,
y también tácitamente interclasista o intersectorial.
Su propuesta se reduce a garantizar una serie de servicios como
derechos sociales, y el dinero para ello vendría, según sostiene, del combate a
la corrupción.
No habla de clases sociales. Si alguna vez habló de
"oligarquía", ahora parece haber dejado de lado ese tema. Ha dicho que
hay ricos "honestos". No plantea una transformación radical al nivel
del sistema económico. Lo que alguna vez ha dicho es que revertiría lo que
llama "modelo neoliberal". Nunca ha hablado del capitalismo o de la
clase burguesa.
Es un político de izquierda muy moderado, quizá uno de los menos
radicales de entre el grupo de políticos de izquierda que hemos visto aparecer
en América Latina durante las últimas dos décadas. Muchos de ellos, por
ejemplo, además de sí reivindicarse como "anticapitalistas", se dicen
"antiimperialistas", algo que no aparece en el caso del mexicano.
La "mafia del poder" de la que habla López Obrador
parece ser un conjunto principalmente compuesto por políticos y empresarios
asociados, con Carlos Salinas como jefe o cabeza. Su actuar sería sobre todo
inmoral e irresponsable. Él puede decir nombre y apellido de casi todas las
personas que serían las que le hacen daño al país. No habla de estructuras, no
habla de sistemas, no habla de modos de producción.
Como político de izquierda, además, López Obrador es
"especial". Se dice "juarista", pero no es muy contundente
en temas que le son sensibles a los sectores de la Iglesia católica que no
terminan de asumir el laicismo. La despenalización del aborto, la eutanasia o
el matrimonio homosexual no han merecido una postura clara por parte del dos
veces candidato presidencial. Incluso personajes de derecha liberal muestran
opiniones más nítidas en esos temas.
López Obrador no es radical por ningún lado, ni en lo que
reconoce como principales problemas, es decir, en su diagnóstico, ni en sus
propuestas, que pueden sonarle aceptables a casi cualquier ciudadano. Se ha
acomodado muy bien en esa atmósfera compartida que denuncia a la "clase
política" corrupta.
Al ex jefe de gobierno de la Ciudad de México le quedan algunos
restos de una especie de "nacionalismo" proteccionista. Frente a la
"apertura" y las privatizaciones de los "neoliberales", él
estaría por defender las industrias de los hidrocarburos y de la energía eléctrica
como monopolios estatales. Quizá aquí es donde muestre su faceta más
contundente como político de izquierda.
En el tema de las gasolinas él puede acusar a esa "mafia
del poder" de estar intentando entregar el petróleo y el gas a empresas
extranjeras, con el desmantelamiento de PEMEX como daño concomitante y el
aumento en el precio de los combustibles como correlato.
El "gasolinazo" se presta muy bien a su propuesta
intersectorial e interclasista: tanto los grandes consumidores de gasolina, en
la industria o en el comercio, como los usuarios de clase media, los
automovilistas y también los que no consumen tanto directamente y no tienen
automóvil, todos pueden unirse en la causa, pues el aumento en el precio de los
combustibles podría provocar alzas generalizadas.
Tampoco López Obrador, como tampoco lo hace la gente de
Movimiento Ciudadano en Jalisco, por ejemplo, ofrece una argumentación fiscal o
financiera o, más allá de eso, planteamientos en el tema ambiental o de
sustantibilidad.
Esto porque el subsidio, que representaba miles de millones de
pesos, puede calificarse de injusto, por los sectores que se veían directamente
beneficiados. Y porque, por otro lado, los impuestos a los combustibles fósiles
podrían ser justificados desde una perspectiva ecológica. Cuando López Obrador promete
reducir el precio de los combustibles, uno no sabe si pensar eso como pura
demagogia.
En eso, en buscar precios bajos en los combustibles, López
Obrador sí se viene a asemejar a otros políticos de izquierda en la región,
como los presidentes de Venezuela o Ecuador.
El punto es que en los "gasolinazos" vemos a López
Obrador como alguien que no construiría un análisis diferenciado por sectores,
en un país que destaca a nivel mundial por sus niveles de desigualdad. Habla
como si ésta no existiera o pudiera omitirse en la respuesta a una medida del
gobierno federal y, en última instancia, de esa "mafia del poder".
Uno quisiera que justamente los tópicos como la desigualdad, la
pobreza, y, más allá de eso, el capitalismo, la oligarquía, pasaran a primer
plano en el discurso de izquierda. Pero ya hace mucho que eso es mucho pedir
para el líder de MORENA, quien ha sido modelado, en identidad, en postura, en
posiciones, por la política electoral.