CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El 4 de
octubre de 1987 ocurrió el “destape”, antiguo ritual del régimen hegemónico,
versión pública de “la decisión” del presidente saliente para dejar a su
sucesor, y en aquella ocasión Miguel de la Madrid tomó partido a favor de
Carlos Salinas de Gortari.
Pleno de solemnidades y fórmulas para
la simulación democrática, aquel “destape” provocó la primera ruptura, el
desprendimiento en el PRI que desde hacía décadas no sufría entre sus filas y
que terminaría configurando una oposición con mayor presencia electoral y el
consenso en la convicción de que en 1988 hubo fraude.
Mucho es lo que puede analizarse de
aquel periodo para explicar nuestro presente violento, miserable y corrupto,
que sin lugar a dudas es herencia de aquel régimen y aquella decisión que
permitió a Salinas –el primer presidente que llegó débil desde el período
posrevolucionario– mantener un poder desde las sombras a 30 años de distancia.
En particular, este sexenio ha
permitido ver el enorme poder del personaje, capaz de colocar a una generación
de servidores públicos de su entorno. Su sobrina, Claudia Ruiz Massieu Salinas,
fue secretaria de Turismo, de Relaciones Exteriores, y ahora es secretaria
general del PRI, cargo que ocupaba su padre, José Francisco Ruiz Massieu, en
1994, cuando fue asesinado.
Andrés Massieu, hijo homónimo del
secretario particular de Salinas en su sexenio, es uno de los colaboradores
cercanos a Peña Nieto en la Oficina de la Presidencia.
Casi como un sobrino, Emilio Lozoya
Austin, hijo también homónimo de uno de los más cercanos al exmandatario, fue
titular de Petróleos Mexicanos (Pemex), y al concluir, en medio de un escándalo
de corrupción, fue designado al relevo el concuño de Salinas, José Antonio
González Anaya, quien inició el sexenio de Enrique Peña Nieto como titular del
Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Sus cuñados Hipólito y Jerónimo
Gerard Rivero se han consolidado como hombres de negocios –al amparo del poder
político–, inmersos en proyectos emblemáticos del peñismo. Hipólito, con su
Constructora y Edificadora GIA +A, y Jerónimo con su presencia en la
trasnacional española Acciona.
Pero el caso de Jerónimo es aún más
destacado por sus emprendimientos financieros como I Cuadrada, el fondo de
inversión que, utilizando los fondos de ahorro para el retiro de trabajadores
mexicanos, sirvió para dos grandes negocios:
Primero, para financiar proyectos de
obra de Juan Armando Hinojosa Cantú, el polémico, engrandecido y caído
contratista gubernamental, que construyó y financió la llamada Casa Blanca de
las Lomas de Enrique Peña Nieto revelada por Carmen Aristegui. Y segundo, para
incursionar en los negocios derivados de la Reforma Energética, al contribuir
con recursos a la constitución de Sierra Oil & Gas, que suele presentarse
como la primera empresa mexicana del sector petrolero y ya se quedó con un
enorme yacimiento.
Sus colaboradores en el sexenio
1988-1994 ahora son importantes agentes de empresas trasnacionales y, en
general, la característica del salinismo ha sido la consolidación de un enorme
juego transexenal de intereses políticos y de negocios que nada tienen que ver
con la democracia ni los distingos partidistas.
Con altibajos, Salinas ha logrado
sortear los momentos de confrontación política y salir airoso, tanto como para
que, a 30 años de distancia desde aquel destape, pueda seguir incidiendo en la
vida política y económica del país en inimaginables conciliábulos, de los que
sólo en algunos casos logramos ver atisbos de su dimensión.