El insurgente, órgano de análisis y difusión del partido
democrático popular revolucionario y del ejército popular revolucionario
¡Por nuestros
camaradas proletarios! ¡Resueltos a vencer! El insurgente
Antes de la guerra
contra el narcotráfico declarada por el gobierno encabezado por Felipe
Calderón, no representaba peligro más allá de sus verdaderas implicaciones
sociopolíticas e históricas, era un fenómeno propio del capitalismo y por
consiguiente parte de la economía de éste, pero siempre subordinado a la lógica
de la economía capitalista y la hegemonía del Estado.
Bajo la estrategia
contrainsurgente norteamericana se planteó la lucha contra el terrorismo y la
existencia de “Estados fallidos” como parte de la argumentación que facilitaba
la imposición de Estados policíaco militares, los cuales asumían como política
de gobierno el Terrorismo de Estado en sus diferentes expresiones
reaccionarias.
En el caso de los
gobiernos panistas (Fox y Calderón) representó la expresión de la dependencia
descarada con respecto al imperialismo en el momento que se plegaron a sus exigencias
planteadas en el Plan Mérida y su política de combate al terrorismo
internacional, como parte de la estrategia contrainsurgente imperialista; el
combate frontal desde el Estado al narcotráfico puso a dicho fenómeno en una
condición que no correspondía, una especie de empresa transnacional propia de
la economía neoliberal donde los monopolios son omnipotentes y omnipresentes.
Desde esa perspectiva
se mitificó el fenómeno del narcotráfico, el lenguaje que comenzó a predominar
en las diferentes esferas de la sociedad fue el impuesto por el Estado a través
de los monopolios de la comunicación y avasallamiento de las instituciones
gubernamentales; desde esta perspectiva todo encontró sentido, la situación
crítica del país se debía a los “malosos” que controlaban territorio e imponían
su ley, en correspondencia urgía la intervención del Estado para recobrar sus
funciones, “proteger a la sociedad civil” y garantizar la “paz social” para no
ser un Estado fallido y recuperar la rectoría del Estado.
Podemos sentenciar que
dicho planteamiento ganó terreno por el bombardeo ideológico a través de todo
el andamiaje que significa y comprende la superestructura; instituciones y
hombres del régimen se abocaron a difundir la nueva doctrina, el nuevo proceso
de evangelización donde el mesías y el redentor es el propio Estado; también
por la pereza intelectual de quienes se asumen como “las izquierdas” que en
lugar de analizar críticamente la realidad se plegaron al discurso oficial.
Para evitar confusiones
y sobre todo para no ser tachados de doctrinarios o panfletarios, lo ideológico
consistió en despolitizar los fenómenos de la realidad, un reclamo permanente
de la derecha o mejor dicho, de la reacción que se traduce en quitar lo
“sangriento a la historia” y aterrizar todo en el difuso término de la
“sociedad civil”; con la sobredimensión del narcotráfico como fenómeno se
trataba de desdibujar el fenómeno de la pobreza y la miseria como consecuencia
de la explotación económica, se procuraba diluir la opresión política de las
masas explotadas por una minoría de opresores y explotadores que aparecen como los
“hombres más ricos”; las campañas mediáticas fueron el puntal ideológico para
presentar al narcotráfico como un monstruo de mil cabezas de donde se desprende
violencia y formas de comportamiento que no merecen mayor esfuerzo intelectual
para comprender dicho mundo de violencia.
Al paso del tiempo se
impuso la verdad del Estado donde todo tiene explicación sin más argumento
reflexivo que tal o cual acontecimiento, que el número de muertos, que la
violencia exacerbada es producto de la confrontación entre los diferentes cárteles
del narcotráfico. Bajo las tesis del Estado que se encargaron de difundir
medios de comunicación y quienes ejercen el oficio del periodismo sin más
esfuerzo intelectual que repetir los dichos gubernamentales, justificaron la
violencia contra las masas trabajadoras como consecuencia de “ajustes de
cuentas”, “porque en algo malo andaban”, en la interminable confrontación entre
diferentes bandas rivales producto de la fragmentación de las organizaciones
criminales ante la presión del Estado; los crímenes de lesa humanidad se
justificaron como “levantones sin intención de rescate”, “las bajas
colaterales” que en toda guerra existen, “dolorosas pero necesarias”; la
actitud de todos los hombres del régimen obedeció a la política de gobierno, el
terrorismo de Estado, que justificó la violencia contra el pueblo para “ejercer
sus funciones”.
El resultado está a la
vista, la violencia exacerbada contra las masas trabajadoras emanó del Estado,
es la violencia de clase que se ejerce contra el explotado y oprimido para que
acepte dócilmente la política reaccionaria del gobierno, para que asuma al
Estado no como el victimario sino como su salvador.
La otra verdad
inocultable, el narcotráfico como fenómeno del capitalismo se exacerba con la
política imperialista fincada en el neoliberalismo, es un fenómeno desde y para
el Estado, con toda intención se le ha magnificado para presentarlo como una
figura mítica, omnipresente y omnipotente, sin embargo, el hecho confirma que
siempre ha estado subordinado a la política de gobierno y que como tal NUNCA LE
HA DISPUTADO AL ESTADO ni hegemonía ni territorio, su capacidad cuasi
supraterrenal es parte del realismo mágico que ha labrado el propio Estado para
justificar su política reaccionaria fincada en la violencia de clase para
“solucionar” los conflictos sociales propios de la explotación, la opresión y
la lucha de clases.
En la lógica y el
argumento del Estado, el narcotráfico es un ente que está fuera de él y
constituye su principal enemigo, de esta tesis se desprende toda la violencia
contra el pueblo; la figura del narcotraficante se ha masificado, pero por el
aturdimiento mediático no se distingue entre un campesino del norte, un pequeño
propietario rural de la afamada figura del narcotraficante, en esa condición
todo hombre del campo es narco. Son las falacias propagandísticas y teórica del
Estado para justificar la violencia contra el pueblo, ésta como instrumento de
opresión se ha cebado en las masas trabajadoras, en los desposeídos tanto del
campo como de la ciudad, se ha desangrado a la juventud para cortar de tajo y
con violencia reaccionaria toda expresión de voluntad de organización y de
combate.
El planteamiento de la
despolitización tanto de la historia como de los fenómenos sociopolíticos del
país es una posición reaccionaria que los gobiernos panistas impulsaron
intensamente con el apoyo interesado de los intelectuales formados en las
instituciones del régimen, éstos se presentan como alternativa progresista, sin
embargo, por sus planteamientos y actitud política se revelan como
reaccionarios.
La violencia que azota
al pueblo no es apolítica, es y tiene un carácter de clase, es la violencia de
la clase burguesa para imponer y defender su interés. En ese contexto, no puede
haber periodismo apolítico, tampoco existe práctica política neutra al interés
de clase, menos afirmar que en la labor legislativa se “trabaja para todos los
mexicanos”, todas son falacias que favorecen a la violencia de clase contra el
pueblo, legitiman los postulados del Estado y se justifican las medidas
fascistas en torno al control de la población, el viejo sueño del régimen
hitleriano.
Ni “crisis de
seguridad”, ni “Estado fallido”, tampoco “crisis de derechos humanos” lo que ha
prevalecido durante tres sexenios y lo que va del presente ES TERRORISMO DE
ESTADO. Existe una línea de continuidad en la misma política contrainsurgente,
sobre todo en los tres pasados sexenios; es el mismo grupo que ha planificado
de manera sistemática y generalizada la violencia contra el pueblo en nombre de
un estado de derecho oligárquico y a través del Estado policíaco militar.
El fenómeno del
narcotráfico es propio del capitalismo, en México siempre ha estado supeditado
a la condición de la economía y del Estado, siempre ha tenido un papel
secundario, subordinado; su capacidad está en proporción inversa a la del
Estado, éste es el que determina hasta dónde y cómo llega y se expresa. Si los
cárteles del narcotráfico son ficticios, entonces ¿Qué es lo que perdura y se
manifiesta? La violencia que emana del Estado, es en esencia violencia de clase
que se justifica en el combate a un enemigo que está en todas partes y que su
poder es omnímodo, sin embargo, los años han demostrado día a día que sólo fue
cortina de humo, campaña mediática, embestida ideológica para justificar el
terror de Estado.
Hasta la fecha, la
política en esta materia es la misma, el argumento en esencia retoma los mismos
parámetros planteados y exigidos por el imperialismo: ausencia de estado de
derecho, necesidad de superar el Estado fallido a través del Estado policíaco
militar, recuperar el estado de derecho que significa el endurecimiento de las
penas de castigo para quien protesta contra el régimen y garantizar la
impunidad a los criminales de Estado.
La política de
“reconciliación y paz” sólo confirma el tránsito por dichas medidas donde se
diluye la responsabilidad del Estado como el principal promotor de la violencia
contra el pueblo, ente que no está por encima de la sociedad, por el contrario,
es el instrumento para hacer efectivos los intereses del capital y fortalecer
la dictadura de éste.
¡Con la guerra
popular! ¡El EPR triunfará! Año 23 Nº 197 octubre de 2019 Pág. 42, 43 y 44.
FUENTE : CEDEMA