14 de noviembre de 2019

EL NARCOTRÁFICO, EL ENEMIGO INTERNO CREADO DESDE EL ESTADO


El insurgente, órgano de análisis y difusión del partido democrático popular revolucionario y del ejército popular revolucionario

¡Por nuestros camaradas proletarios! ¡Resueltos a vencer! El insurgente

Antes de la guerra contra el narcotráfico declarada por el gobierno encabezado por Felipe Calderón, no representaba peligro más allá de sus verdaderas implicaciones sociopolíticas e históricas, era un fenómeno propio del capitalismo y por consiguiente parte de la economía de éste, pero siempre subordinado a la lógica de la economía capitalista y la hegemonía del Estado.

Bajo la estrategia contrainsurgente norteamericana se planteó la lucha contra el terrorismo y la existencia de “Estados fallidos” como parte de la argumentación que facilitaba la imposición de Estados policíaco militares, los cuales asumían como política de gobierno el Terrorismo de Estado en sus diferentes expresiones reaccionarias.

En el caso de los gobiernos panistas (Fox y Calderón) representó la expresión de la dependencia descarada con respecto al imperialismo en el momento que se plegaron a sus exigencias planteadas en el Plan Mérida y su política de combate al terrorismo internacional, como parte de la estrategia contrainsurgente imperialista; el combate frontal desde el Estado al narcotráfico puso a dicho fenómeno en una condición que no correspondía, una especie de empresa transnacional propia de la economía neoliberal donde los monopolios son omnipotentes y omnipresentes.

Desde esa perspectiva se mitificó el fenómeno del narcotráfico, el lenguaje que comenzó a predominar en las diferentes esferas de la sociedad fue el impuesto por el Estado a través de los monopolios de la comunicación y avasallamiento de las instituciones gubernamentales; desde esta perspectiva todo encontró sentido, la situación crítica del país se debía a los “malosos” que controlaban territorio e imponían su ley, en correspondencia urgía la intervención del Estado para recobrar sus funciones, “proteger a la sociedad civil” y garantizar la “paz social” para no ser un Estado fallido y recuperar la rectoría del Estado.

Podemos sentenciar que dicho planteamiento ganó terreno por el bombardeo ideológico a través de todo el andamiaje que significa y comprende la superestructura; instituciones y hombres del régimen se abocaron a difundir la nueva doctrina, el nuevo proceso de evangelización donde el mesías y el redentor es el propio Estado; también por la pereza intelectual de quienes se asumen como “las izquierdas” que en lugar de analizar críticamente la realidad se plegaron al discurso oficial.

Para evitar confusiones y sobre todo para no ser tachados de doctrinarios o panfletarios, lo ideológico consistió en despolitizar los fenómenos de la realidad, un reclamo permanente de la derecha o mejor dicho, de la reacción que se traduce en quitar lo “sangriento a la historia” y aterrizar todo en el difuso término de la “sociedad civil”; con la sobredimensión del narcotráfico como fenómeno se trataba de desdibujar el fenómeno de la pobreza y la miseria como consecuencia de la explotación económica, se procuraba diluir la opresión política de las masas explotadas por una minoría de opresores y explotadores que aparecen como los “hombres más ricos”; las campañas mediáticas fueron el puntal ideológico para presentar al narcotráfico como un monstruo de mil cabezas de donde se desprende violencia y formas de comportamiento que no merecen mayor esfuerzo intelectual para comprender dicho mundo de violencia.

Al paso del tiempo se impuso la verdad del Estado donde todo tiene explicación sin más argumento reflexivo que tal o cual acontecimiento, que el número de muertos, que la violencia exacerbada es producto de la confrontación entre los diferentes cárteles del narcotráfico. Bajo las tesis del Estado que se encargaron de difundir medios de comunicación y quienes ejercen el oficio del periodismo sin más esfuerzo intelectual que repetir los dichos gubernamentales, justificaron la violencia contra las masas trabajadoras como consecuencia de “ajustes de cuentas”, “porque en algo malo andaban”, en la interminable confrontación entre diferentes bandas rivales producto de la fragmentación de las organizaciones criminales ante la presión del Estado; los crímenes de lesa humanidad se justificaron como “levantones sin intención de rescate”, “las bajas colaterales” que en toda guerra existen, “dolorosas pero necesarias”; la actitud de todos los hombres del régimen obedeció a la política de gobierno, el terrorismo de Estado, que justificó la violencia contra el pueblo para “ejercer sus funciones”.

El resultado está a la vista, la violencia exacerbada contra las masas trabajadoras emanó del Estado, es la violencia de clase que se ejerce contra el explotado y oprimido para que acepte dócilmente la política reaccionaria del gobierno, para que asuma al Estado no como el victimario sino como su salvador.

La otra verdad inocultable, el narcotráfico como fenómeno del capitalismo se exacerba con la política imperialista fincada en el neoliberalismo, es un fenómeno desde y para el Estado, con toda intención se le ha magnificado para presentarlo como una figura mítica, omnipresente y omnipotente, sin embargo, el hecho confirma que siempre ha estado subordinado a la política de gobierno y que como tal NUNCA LE HA DISPUTADO AL ESTADO ni hegemonía ni territorio, su capacidad cuasi supraterrenal es parte del realismo mágico que ha labrado el propio Estado para justificar su política reaccionaria fincada en la violencia de clase para “solucionar” los conflictos sociales propios de la explotación, la opresión y la lucha de clases.

En la lógica y el argumento del Estado, el narcotráfico es un ente que está fuera de él y constituye su principal enemigo, de esta tesis se desprende toda la violencia contra el pueblo; la figura del narcotraficante se ha masificado, pero por el aturdimiento mediático no se distingue entre un campesino del norte, un pequeño propietario rural de la afamada figura del narcotraficante, en esa condición todo hombre del campo es narco. Son las falacias propagandísticas y teórica del Estado para justificar la violencia contra el pueblo, ésta como instrumento de opresión se ha cebado en las masas trabajadoras, en los desposeídos tanto del campo como de la ciudad, se ha desangrado a la juventud para cortar de tajo y con violencia reaccionaria toda expresión de voluntad de organización y de combate.

El planteamiento de la despolitización tanto de la historia como de los fenómenos sociopolíticos del país es una posición reaccionaria que los gobiernos panistas impulsaron intensamente con el apoyo interesado de los intelectuales formados en las instituciones del régimen, éstos se presentan como alternativa progresista, sin embargo, por sus planteamientos y actitud política se revelan como reaccionarios.

La violencia que azota al pueblo no es apolítica, es y tiene un carácter de clase, es la violencia de la clase burguesa para imponer y defender su interés. En ese contexto, no puede haber periodismo apolítico, tampoco existe práctica política neutra al interés de clase, menos afirmar que en la labor legislativa se “trabaja para todos los mexicanos”, todas son falacias que favorecen a la violencia de clase contra el pueblo, legitiman los postulados del Estado y se justifican las medidas fascistas en torno al control de la población, el viejo sueño del régimen hitleriano.

Ni “crisis de seguridad”, ni “Estado fallido”, tampoco “crisis de derechos humanos” lo que ha prevalecido durante tres sexenios y lo que va del presente ES TERRORISMO DE ESTADO. Existe una línea de continuidad en la misma política contrainsurgente, sobre todo en los tres pasados sexenios; es el mismo grupo que ha planificado de manera sistemática y generalizada la violencia contra el pueblo en nombre de un estado de derecho oligárquico y a través del Estado policíaco militar.

El fenómeno del narcotráfico es propio del capitalismo, en México siempre ha estado supeditado a la condición de la economía y del Estado, siempre ha tenido un papel secundario, subordinado; su capacidad está en proporción inversa a la del Estado, éste es el que determina hasta dónde y cómo llega y se expresa. Si los cárteles del narcotráfico son ficticios, entonces ¿Qué es lo que perdura y se manifiesta? La violencia que emana del Estado, es en esencia violencia de clase que se justifica en el combate a un enemigo que está en todas partes y que su poder es omnímodo, sin embargo, los años han demostrado día a día que sólo fue cortina de humo, campaña mediática, embestida ideológica para justificar el terror de Estado.

Hasta la fecha, la política en esta materia es la misma, el argumento en esencia retoma los mismos parámetros planteados y exigidos por el imperialismo: ausencia de estado de derecho, necesidad de superar el Estado fallido a través del Estado policíaco militar, recuperar el estado de derecho que significa el endurecimiento de las penas de castigo para quien protesta contra el régimen y garantizar la impunidad a los criminales de Estado.

La política de “reconciliación y paz” sólo confirma el tránsito por dichas medidas donde se diluye la responsabilidad del Estado como el principal promotor de la violencia contra el pueblo, ente que no está por encima de la sociedad, por el contrario, es el instrumento para hacer efectivos los intereses del capital y fortalecer la dictadura de éste.

¡Con la guerra popular! ¡El EPR triunfará! Año 23 Nº 197 octubre de 2019 Pág. 42, 43 y 44.

FUENTE : CEDEMA

No hay comentarios:

Publicar un comentario