La izquiertda diario mx
Mario Caballero
Los reportes actuales indican que en Bolivia hay 23 muertos y 715 heridos
resultado de la represión de los policías y militares en contra de los
manifestantes en contra del golpe de Estado con un escenario en que la minoría
parlamentaria no quiere negociar un acuerdo de paz. Las redes sociales y
algunos medios de comunicación han sido fundamentales en difundir la situación
real de Bolivia, sin embargo, también hay un bombardeo de una serie de mensajes
que consienten el golpe de Estado. En tanto, hay bloqueos y personas asesinadas
durante las protestas. Se quiere dar la idea de que hay normalidad cuando hay
un ambiente de descontento. teleSUR
El próximo sábado el presidente López Obrador
presentará en Anenecuilco, Villa de Ayala, Morelos —cuna del jefe del Ejército
Libertador del Sur—, el Programa Centenario de Emiliano Zapata. Ya muerto
Zapata, los gobernantes que se formaron bajo la ideología del “nacionalismo
revolucionario” le rinden homenaje como si acordaran con lo esencial de la
lucha del revolucionario sureño.
Al iniciarse la revolución mexicana en 1910, los
campesinos de Morelos y estados cercanos lucharon dirigidos por el general
Emiliano Zapata en el bando de Francisco l. Madero, para derrocar a la
dictadura porfirista. El contexto político en el que actuaban era la crisis que
atravesaba el régimen autoritario que, en un proceso de décadas, había
acumulado —en manos del ejecutivo— una concentración del poder que le fue
restando fuerza a los poderes legislativo y judicial de la Federación; y subordinando
a los gobernadores, legisladores y jueces del mismo régimen.
Por eso los zapatistas pensaban que con
Madero, que era un reformador político que buscaba un régimen con ciertas
libertades democráticas, sus demandas de restitución de tierras y el pago de
indemnización a los campesinos, serían resueltas. Y es que la revolución que
inició en 1910 no puede explicarse solo por el carácter autoritario del
porfiriato: las aspiraciones democráticas se enlazaban con lo que fue el motor
de la irrupción de masas, la aspiración de tierra y la lucha contra los
latifundistas.
Sin embargo, a la caída de Díaz y una vez
pactada la transición política hacia el nuevo régimen con el dictador exiliado,
el período que va de la rendición del porfiriato hasta la toma de posesión
presidencial de Madero en noviembre de 1911, fue adverso para los zapatistas.
Inmediatamente surgieron las contradicciones de clase entre el ala de la
burguesía terrateniente que representaba Francisco l. Madero y el sector
radical de la revolución, encarnado por los zapatistas. La historiografía
oficial de la Revolución Mexicana —y ahora el gobierno de la “Cuarta
Transformación” (4T) también— tratan de ocultar estas contradicciones.
Y es que Madero, que había despertado grandes
expectativas de cambio en las masas pobres (y en las clases medias que
demandaban cambios democráticos), se negó a realizar profundas formaciones
estructurales; esto, cuando para las masas campesinas la palabra “democracia”
significaba resolver las demandas de una revolución social. A eso se negó el
nuevo presidente cuya demanda central de su programa era la no reelección.
Pero la no reelección y algunos otros cambios
en la forma de gobierno (como el respeto a la división de poderes y al pacto
federal), no resolvían las viejas demandas —algunas desde la época virreinal—
de los pueblos y masas campesinas. El zapatismo irrumpió en la historia no
solamente contra el sector más concentrado de la oligarquía agraria y comercial
representada por el porfirismo. Sus demandas chocaban también con la oligarquía
liberal representada por la familia Madero en el norte del país, como se mostró
una vez que “Panchito” (como le llamaba Villa) tomó el poder, y contra el
conjunto de la clase dominante en el campo.
Madero intentó conciliar entre la revolución
y el antiguo régimen (la oligarquía porfirista), en medio de una dinámica donde
la fuerza de la revolución demandaba una ruptura radical con el régimen
depuesto. Esta política conciliadora con sectores oligárquicos fue minando su
base entre los revolucionarios campesinos, provocando la ruptura con el
Ejército Libertador del Sur y una mayor radicalización del zapatismo. Más allá
de los errores políticos de Madero o de su ingenuidad para mantenerse en el
poder (como conservar intacta la jerarquía del ejército porfirista), en el
centro de su política estaba el carácter de clase de su gobierno, que tendía a
chocar frontalmente con las aspiraciones y demandas del sector más radical de
la revolución, por lo que el coahuilense, una vez desatadas las fuerzas
internas que expresó la revolución, quiso contener por todos los medios la
radicalización del campesinado que, como clase, no estaba representado en el
nuevo gobierno ni en sus instituciones.
Y es que Zapata no sólo luchó contra un
“demócrata”, sino contra un terrateniente que buscaba un cambio formal en el
régimen a partir de concesiones democráticas, pero sin cambiar el carácter
capitalista del Estado, ni afectar a los grandes terratenientes que oprimían y
explotaban a la masa campesina a nivel nacional. Para Zapata la conciliación
era imposible, por eso rompió con Madero e incluso estuvo a punto de fusilarlo
durante la visita de éste a Morelos, pues “Panchito” (como le decía Villa), a
exigencia de los hacendados, le pidió a Zapata que abandonara la lucha a cambio
de propiedades personales para el general suriano.
A raíz de esta ruptura y después de este
intento de soborno, Madero calificó a los zapatistas como “bandidos” y
“rebeldes” (es decir, lo que hoy en la 4T serían los “radicales”). Por
coincidencias en la historia —que se rige por lucha de clases— Madero, una vez
en el poder, también pidió paciencia a Zapata para la solución de las demandas
prometidas durante el combate contra la dictadura de Díaz. Pero el Ejército
zapatista no se desmovilizó; y ante su decisión de continuar la lucha hasta que
se cumplieran las demandas contempladas en el Plan de San Luis, a su vez
superadas por el radical Plan de Ayala lanzado al poco tiempo que Madero asumió
la presidencia, éste lo tildó de “radical” y “enemigo de revolución”.
El carácter radical del zapatismo que no reivindica la
4-T
Ante la transición política acordada entre el
viejo régimen y Madero (sobre la base de la derrota del porfirismo) que buscaba
contener las fuerzas desatadas por la revolución y cambiar su dinámica, las
diferencias entre el zapatismo del nuevo régimen, llevaron a más derramamiento
de sangre de los campesinos pobres.
A la ruptura de Zapata con Madero, el
terrateniente presidente “Apóstol de la democracia” mandó aprobar en el
Congreso una ley que suspendía las garantías constitucionales de los estados de
Morelos (el bastión del Ejército Libertador del Sur), Guerrero, Tlaxcala, y
parte del Estado de México y de Puebla, que eran la base del ejército
zapatista. Esto, acompañado de las campañas de exterminio dirigidas por el
sanguinario general Juvencio Robles, que aplicó una política de tierra arrasada
y de asesinatos en masa contra las comunidades de esos territorios. Fue tan
brutal la ofensiva contra los rebeldes surianos, que incluso Madero censuró a
la prensa para que no publicara estas masacres. Después que Madero y Pino
Suárez fueran asesinados, el golpista victoriano Huerta mandó también al
general Juvencio Robles a Morelos, profundizando la política de exterminio
contra los zapatistas.
El documento programático que muestra
abiertamente la diferencia de proyectos políticos y el contenido de clase del
maderismo y el zapatismo, es el Plan de Ayala publicado el 15 de diciembre de
1911. Significó el programa más radical de la revolución mexicana, que atentaba
contra el proyecto económico y político del “democrático Madero”, y en donde se
señalaba al “Apóstol de la democracia” como enemigo de los campesinos pobres.
Vale la pena destacar dos artículos del plan
de Ayala (un programa social y político que chocaba con el programa de la
democracia terrateniente maderista). Por ejemplo, el artículo 6 del Plan
establecía que los pueblos y los individuos que habían sido despojados de sus
tierras aguas y montes por los hacendados, caciques y científicos, entrarían en
posesión inmediata de ellas y las defenderían con las armas en la mano.
Incluso el artículo 8 disponía que los bienes
de los enemigos de la revolución, que se opusieran a la expropiación de reparto
agrario, (en clara referencia a los hacendados “científicos” o caciques) serían
nacionalizados y las dos terceras partes de sus propiedades confiscadas se
destinarían a pagar pensiones para viudas y huérfanos de la revolución. Esto
chocaba de lleno con la institucionalidad impuesta por Madero, que estaba
negociando, con la élite oligárquica del régimen derrotado, formas “democráticas”
para mantener la propiedad privada y subordinar a los revolucionarios
zapatista, es decir, un pacto entre sectores de la clase dominante contra la
clase más oprimida y explotada del país.
Después, el revolucionario de Anenecuilco y
las masas campesinas que luchaban bajo su mando, profundizaría su
radicalización en la etapa abierta con el golpe de Victoriano Huerta y el
asesinato de Madero. Fue esta radicalización la que, una vez derrotado el
usurpador Huerta y con el triunfo del Constitucionalismo, durante las
discusiones en el Congreso Constituyente, obligó a Venustiano Carranza a
incluir en la Constitución promulgada en Querétaro de 1917, los artículos, 3,
27 y 123, cuyas ideas empezaron a madurar los zapatistas en la convención de
Aguascalientes de 1914. Es decir, fue un pacto social impuesto a la naciente
burguesía por la fuerza avasallante de los ejércitos campesinos de Villa y
Zapata y el peso que las mismas, aún en la derrota, tenían en el imaginario de
las clases oprimidas del país. Eran demandas que, por su impacto en la clase
dominante, expresaban objetivamente un cierto carácter anticapitalista. Sin
embargo, la institucionalización y la incorporación realizada por la burguesía
a la Constitución negaba su aspecto más radical, expresado tanto en que suponía
una expropiación generalizada de los terratenientes, como en que se basaba en
el poder armado de los pueblos y las comunidades.
Contra todo homenaje oficial a Emiliano
Zapata que intenta limitar los objetivos zapatistas y ocultar el carácter
revolucionario de su movimiento (en particular su cuestionamiento a la
propiedad latifundista y su pelea irreconciliable contra la clase dominante)
basta conocer las propuestas que en materia sindical propuso el zapatismo como
forma de fortalecer la organización del movimiento obrero.
Esto incluso lo llevó a chocar con
representantes políticos de sus propios aliados. Cuando los representantes del
Ejército Libertador presentaron en la Convención de Aguascalientes la
iniciativa de reconocer los sindicatos, para que tanto el gobierno como los
capitalistas se vieran obligados a tratar con organizaciones obreras y no con
trabajadores aislados, un representante del general villista Felipe Ángeles
(quién dentro de la División del Norte expresaba más claramente la ideología y
los intereses de la burguesía democrática), expresó: “El obrero, dicen, es el
creador de la riqueza social y no aprovecha de esa riqueza; al contrario, sólo
los hombres que la crean son los que se benefician con ella”.
Y dijo además, en un tono racista que: “El
peligro de reconocer en forma de ley a los sindicatos es bien grande en todos
los países de raza latina; porque el sindicalismo para los latinos no es más
que una forma de mal conducir a las clases ignorantes, a las clases trabajadoras
que especialmente en nuestro país son de escasísimos conocimientos”. (Francisco
Pineda, “Ejército Libertador, 1915”).
Pero allí mismo, Luis Méndez, delegado del
Ejército Libertador, respondiendo a representante de Felipe Ángeles, dijo en la
tribuna que el sabotaje no era un crimen. Que la revolución era el sabotaje
llevado a su más alta expresión, en manos de los campesinos del país.
Por lo que contra toda tergiversación del
zapatismo como una fuerza que luchó por la democracia y los fines maderistas, basta
saber que las masas campesinas del sur acudieron a los métodos más radicales (a
la violencia revolucionaria) quemando palacios municipales, fusilando
hacendados, destruyendo archivos de oficinas públicas y ataques a las cárceles
y para liberar a los presos durante los meses de marzo abril y mayo de 1911
contra la dictadura porfirista.
La contradicción de AMLO de homenajear al radical de
Anenecuilco
En el marco de la declaración del 2019 como
el Año de Emiliano Zapata, López Obrador irá el sábado 10 de agosto a
Anenecuilco, Morelos, tierra del radical e indomable jefe del Ejército
Libertador del Sur, a presentar el programa centenario de Emiliano Zapata.
Lo hace a pocos meses de imponer la
construcción de la termoeléctrica en Huexca, que es rechazada por un movimiento
que abarca los estados de Morelos, Puebla y Tlaxcala. Resistencia popular por
la que fue asesinado el activista ambientalista Samir Flores, dado que el
proyecto termoeléctrico, disminuiría el agua para la población (la central
consumirá 280 litros por segundo). Y donde, pese a este asesinato y a las
protestas, que planteaban un problema ecológico y social digno de atender, AMLO
llevó a cabo una consulta a modo para justificar dicha construcción.
Es sabido que López Obrador califica
peyorativamente como “radicales” o “conservadores” a todos aquellos que no
acuerdan con sus proyectos. Estos han provocado que muchos sectores sociales y
de trabajadores salgan a manifestarse a la calle. Tan sólo los recortes al
gasto en salud, cultura, programas del DIF, etc., han provocado protestas
frente a Palacio Nacional y afuera de donde se realizan las entrevistas
“mañaneras” del presidente.
Este homenaje al revolucionario llamado
“Caudillo del Sur”, busca dar la imagen de una similitud de ideas entre la lucha
emprendida por Zapata en 1910, y la 4a Transformación. Sin embargo, un muro de
hierro divide a estos dos movimientos.
Zapata encabezó un movimiento armado por
recuperar las tierras, incluso expropiándolas. AMLO no sólo no plantea una
reforma agraria elemental, sino que no está en su programa de gobierno echar
abajo la reforma al artículo 27 que privatizó el ejido creando una gran pobreza
entre la población campesina.
¿Qué diría Zapata, que saludó la revolución socialista en Rusia
de 1917 —una revolución que fue también antiimperialista—,
si viera cómo López Obrador subordinó a México a los mandatos y exigencias del
presidente de la primera potencia imperialista, Donald Trump y militarizó el
país para impedir que los migrantes centroamericanos pudieran llegar a los
Estados Unidos? No podemos obviar que, al calor del endurecimiento de la
política migratoria del gobierno y la persecución de hermanos centroamericanos
en todo el país, la policía de Coahuila asesinó a un migrante hondureño.
Anenecuilco quedó para la historia como
símbolo de desobediencia, de radicalidad e intransigencia revolucionaria, que
fue combatida por Madero con saña. ¿Cómo puede entonces la 4-T pretender
homenajear a Zapata, cuando en Morelos y en otras partes del país AMLO señala
como “radicales” a los que protestan? A esos que no aceptaron “licenciarse” y
siguen en las calles; a esos que no bajaron las armas (de la crítica) y
cuestionan las formas autoritarias del nuevo gobierno.
A esos “impacientes” que al igual que Zapata,
se inconforman porque no se cumplieron las promesas hechas en la campaña
presidencial. Sin pretender igualar a López Obrador con el terrateniente de
Parras, Coahuila, así como Madero mandó tropas para perseguir a “Miliano” (como
le llamaba su gente), no podemos obviar que la militarización encabezada por la
Guardia Nacional va a llegar a Morelos también, por lo que cabe preguntarse si
la Guardia Nacional va a actuar contra los movimientos que allí existen.
La promulgación de la “ley garrote” en
Tabasco para criminalizar cualquier bloqueo o manifestación contra la
construcción de obras (en Morelos sigue latente el descontento contra la
termoeléctrica Huexca), apunta a una política represiva que alcanzaría a la
tierra de Zapata. Por eso, ir a Anenecuilco, en medio de estas contradicciones,
es un despropósito. Sería más propio del gobierno, homenajear a Madero que
llamó “radical” y “bandido” al héroe de Anenecuilco, y no pretender cierta
similitud entre los ideales del general Emiliano Zapata y los de la Cuarta
transformación.
López Obrador no se cansa de reivindicar al
“Apóstol de la democracia”, pero entre Madero y Zapata existieron profundos
antagonismos de clase, y eso es lo que demostramos en este artículo. Luego
entonces, reivindicar a dos personajes históricos tan distintos entre sí (uno,
representante de una fracción de la oligarquía terrateniente, y otro,
representante de los intereses de los campesinos pobres de los campesinos
pobres sin tierras) apunta a imponer, en el imaginario popular, la idea de una
armoniosa conciliación de clases. Por eso, estos simbolismos deben ser
rechazados por todos aquellos que mantienen en alto las banderas de lucha
contra el capitalismo.
Mario Caballero
Nació en Veracruz, en 1949.
Es fundador del Movimiento de Trabajadores Socialistas de México.
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