GIBRÁN RAMÍREZ REYES
11.11.2019/04:30
Desde que tomó el poder, al
presidente Evo Morales lo miden con otros estándares de los que se mide a los
estadistas, y es entre otras cosas porque se trata de un indígena que se
atrevió a mandar, a gobernar un país, y lo hizo con los mejores resultados. Si
fuera europeo o estadunidense, Morales sería respetado como otros líderes que
gestionaron aceptablemente y de manera democrática sus países, respaldados por
el pueblo por muchos años. Lo hicieron, en diferentes formas de gobierno,
Roosevelt en Estados Unidos, Mitterrand en Francia, González en España, o
Angela Merkel en Alemania, diferentes todos ideológicamente, con mandatos
largos refrendados por los ciudadanos. A ellos les dicen estadistas. A Morales
—que logró mayor institucionalización del Estado, crecimiento económico,
disminución de la desigualdad, incremento de la inversión y del consumo según
todas las fuentes disponibles, en resumen, al mejor presidente de la historia
de Bolivia— le llaman tirano o dictador. Aun en momentos complicados
económicamente para el mundo como este, Bolivia crece y sigue disminuyendo la
desigualdad; Bolivia es otra, mucho más próspera, de lo que era. Y en gran
medida ha sido el cambio de expectativas de la nueva clase media lo que
rearticuló y disminuyó la potencia del bloque transformador. Comenzaron a
sentirse, a quererse, similares a una oligarquía que nunca ha dejado de verlos
con desdén.
Morales tuvo un gran único
error: algunos dirán que llamar a referendo sobre la posibilidad de continuar;
otros dirán que perder ese referendo; otros dirán que cambiar de opinión y
presentarse a la elección después de litigar la posibilidad en el Poder
Judicial. Pero cada mandato se lo ganó en elecciones con el respaldo popular, o
sea que siempre ha sido un demócrata. El problema de fondo, sin embargo, no es
sobre la decisión de Morales. Somos injustos si fundamos el problema de la
sucesión en el poder durante un cambio de régimen solo en la decisión del
líder. Es demandarle acción que corresponde a todo el bloque social que
representa, y se les demanda porque todo mundo prefiere depositar la
responsabilidad de decidir en otro sitio. Que el presidente no pueda formar
potentes cuadros para gobernar con la misma efectividad y representatividad no
es un problema del presidente —algo así me dijo Rafael Correa cuando le
pregunté sobre el asunto, en un programa que se transmite hoy a las 8:30 de la
noche por el Once.
Se trata del dirigente indígena
más importante de la historia, pero eso no importa a las oligarquías y a los
sectores de las clases medias, las policías y los militares que utilizan. La
legitimidad del golpe es una auditoría de irregularidades de la OEA que podría
darnos risa por el número de actas irregulares a quienes vivimos el —ese sí—
fraude de 2006. A diferencia de aquí, el presidente sí quiso reponer el
proceso; a diferencia de aquí, el líder opositor fue demócrata y pacifista; a
diferencia de la derecha golpista, el presidente Morales, gigante, decidió
retirarse ante la injusticia y evitar una guerra civil en Bolivia. Decidió no
defenderse del golpe. Mientras tanto, nuestra derecha festina que la paz y el
orden democrático se rompan con la fuerza.
@gibranrr
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