Por Aram Aharonian | 13/03/2021 | OpiniónFuentes: CLAE /
Rebelión - Imagen: Mural del colectivo de artistas RBS, Senegal.
Ya ha transcurrido un
año desde el comienzo de la crisis y, lamentablemente, todavía no tenemos un
plan de acción mundial. Hace ya un año que vivimos en una pandemia, que colocó
en el centro todo aquello que hasta entonces estaba en la periferia y
visibilizó el vínculo umbilical entre la crisis capitalista y la
socioecológica, los supuestos modelos de desarrollo y la salud, dejando a la
intemperie las enormes desigualdades sociales entre personas y entre países.
La pandemia del
COVID-19 es incomparable con otras: sabemos que cambiará el mundo, pero no
tenemos certezas cómo ni hacia dónde. En esta pandemia de incertidumbres,
famosos filósofos como Slavoj Zizek, Byung-Chul Han o Giorgio Agamben
arriesgaron predicciones que variaban entre el fin del capitalismo, variopintas
teorías conspirativas y futuros sombríos de más aislamiento e individualismo.
Todas estas
predicciones tienen algo en común: carecen de evidencias. Seguramente no haya
un modelo único de sociedad para después de la peste y, entonces, lo que harían
falta son pensamientos serios y fundados con perspectiva histórica y social.
Porque no cabe duda de que el mundo será muy distinto y los problemas
fundamentales serán el desempleo, el hambre y la necesidad de alimentar a
millones y millones en todo el orbe.
Pero sin ideas ni
imaginación responsable y rigurosa es imposible pensar soluciones progresistas
que permitan construir sociedades más equitativas y mejor preparadas para
combatir no solo epidemias sino otros problemas, con especial atención a los
más necesitados y urgidos en un mundo instalado en la derecha y con fuertes
tendencias irracionalistas y autoritarias, con destellos xenófobos y
discriminatorios..
En lo que respecta a
nuestra América Lapobre, la debacle económica amenaza con terminar de hundir
los avances conseguidos y también el futuro de una región que ha perdido los
caminos de la integración y unidad, más que necesarias en épocas de crisis
económica, social, sanitaria, ambiental, máxime cuando dos técnicos del Fondo
Monetario Internacional presagian el apocalipsis para mediados del año próximo.
Entonces, cuando los gobiernos piensan que lo peor ya
ha pasado, tras una campaña exhaustiva de vacunas y paquetes billonarios de
reactivación económica, el mundo, de repente, se enciende: hay batallas
campales en cientos de ciudades, y los edificios en llamas se proyectan en
millones de pantallas de televisión. Los gobiernos caen en elecciones
tumultuosas, señalan Philip Barrett y Sophia Chen, en su informe Las repercusiones sociales de
las pandemias (enero del 2021).
Allí señalan que una
pandemia “pone de manifiesto las fracturas ya existentes en la sociedad: la
falta de protección social, la desconfianza en las instituciones, la percepción
de incompetencia o corrupción de los gobiernos”. Lo dice el FMI: Amén
Pandemia de obviedades
La pandemia nos ha
llenado de obviedades. La primera lección que debemos aprender es que debemos
invertir más en nuestros sistemas de salud pública, sobre todo después del
escándalo de los negociados de las trasnacionales farmacéuticas y el acaparamiento de las vacunas por los
países más ricos, que parecen no tener en su vocabulario la palabra solidaridad
o creen que ésta sólo se trata de un sindicato polaco anticomunista.
La segunda, es que
aunque todos los seres humanos somos huéspedes potenciales del virus, éste no
es democrático en dos aspectos fundamentales, ya que supone un mayor riesgo
para algunas personas y sus impactos
económicos no se sentirán por igual en todas las partes del mundo, recayendo
sobre todo sobre los países en desarrollo.
La crisis ha demostrado
el grave peligro que supone el ocaso del multilateralismo y la desunión
mundial. Se han perdido muchas vidas debido a la incapacidad de los líderes
mundiales -y de cada país- para trabajar juntos. Quedó al desnudo lo fracturado
que está el sistema internacional y reveló lo peligrosa que es esta situación.
¿Será que la naturaleza
está poniendo a prueba nuestro sistema de respuesta global para ver cómo
podríamos manejar algo mucho peor en el futuro?, se preguntan algunos
románticos. La forma en que hemos manejado la pandemia nos quita esperanza de
que estemos capacitados, de que podamos manejar algo un poco más complicado
como el cambio climático o el aumento de la influencia de la inteligencia
artificial.
Los optimistas esperan
que la pandemia haya servido como campana de atención para la humanidad. Hay un
nacionalismo mal entendido y difundido: el nacionalismo significa cuidar a tus
compatriotas; no odiar a los extranjeros. Si todos los países cooperaran existe
la posibilidad de que la covid-19 sea la última gran pandemia de la historia.
Si…
En el centro de la
pandemia
América Latina, que
suma apenas un ocho por ciento de la población mundial, se convirtió en el
epicentro de la pandemia, con más muertes en el mundo. Y, paralelamente se fue
produciendo una relegitimación o retoro a un Estado fuerte, pese a gobiernos
neoliberales. Este retorno demuestra también –y paralelamente- un repliegue
hacia agendas nacionales y no regionales o multilaterales.
El Covid-19 provocará
el cierre de 2,7 millones de empresas en América Latina y el Caribe, y la
pérdida de unos 8,5 millones de puestos de trabajo, advirtió la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). La pandemia magnificó los
problemas estructurales que arrastraba la región y el choque del
distanciamiento y cierre de actividades se comió siete años de avances
regionales en materia de desarrollo social.
El regreso a las clases
presenciales de escolares y liceales en varias de nuestras capitales estuvo
tensionado por muchísimas dudas y una única certeza: nada es igual que antes.
Las formas de convivir entre niños, familias y docentes se redefinen día a día,
y cambian de escuela en escuela. ¿Cómo se aprende y se enseña cuando el futuro
a corto plazo no ofrece garantías? Problemas edilicios, malabares pedagógicos,
reencuentros, expectativas y nuevas formas de vincularse a la distancia
En general, ante la
pandemia, nuestros Estados apostaron a intervenir a través de políticas
públicas sanitarias, económicas y sociales, pero la pandemia desnudó las
limitaciones estructurales y coyunturales. El covid-19 puso en el centro los
debates sobre las urgencias de una transición económica, ecológica y social,
que trascendió de los planteos de activistas e intelectuales –incluso algunos
de ellos elaborados años atrás- a la agenda pública.
Y las reuniones por
internet promovieron debates y manifiestos de científicos, intelectuales y
académicos, que abarcaban desde el cambio climático y una agenda verde, hasta
una renta básica universal y la condonación de la deuda externa de los países
pobres.
Desde la academia se
insiste en que la pandemia generó cambios importantes en la conciencia
colectiva en América Latina y la expansión de un ambientalismo popular en varios
países. Pero lo cierto es que el virus acentuó aún más las desigualdades
sociales y territoriales existentes y dejó un cóctel explosivo, con
ingredientes como el hacinamiento y la falta de acceso a la salud, la
insuficiencia de la estructura sanitaria, el desempleo, la informalidad, la brecha de género, la
pobreza creciente.
Este año de pandemia
nos ha llenado de metáforas y conceptos con los que tratamos de catalogarla, pero siempre conservado el lenguaje político
de la metáfora bélica, la alusión a la guerra contra el virus, que sirvió para
ocultar y desdibujar las causas estructurales de la crisis, apuntando sólo a
los síntomas, con lo que se esperaba lograr la cohesión social frente al daño,
ante un enemigo invisible y desconocido.
Mientras seguimos con
el barbijo puesto y el temor (¿o terror?) en nuestros corazones, la pandemia
marcó un repliegue generalizado a las agendas nacionales, relegando o poniendo
en discusión el valor del
multilateralismo y los liderazgos mundiales, debido a la realidad
comprobada de la falta de estrategias cooperativas e internacionalistas.
En el último año, en
plena emergencia, la paralización de las actividades económicas se tradujo en
una reducción de 7% de la emisión de gases de efecto invernadero, a pesar de
que el neoextractivismo no cesó sino que se aceleró como apuesta de los
gobiernos a la exportación agrícola y minera en busca de divisas que
apuntalaran una reactivación económica en esta etapa que algún publicista vende
como “la nueva normalidad”.
La crisis produjo
estallidos sociales en varios países de la región, pero no cayó ningún
gobierno. Los que pagaron los desastres de sus gobiernos fueron los ministros
de salud, cargo que se convirtió como el más inestable desde la aparición de la
covid-19 hace ya más de un año. Perú, Ecuador, Bolivia y República Dominicana
han cambiado de titular de la cartera de Salud al menos tres veces en los
últimos de doce meses. En Argentina y Perú, la vacunación con privilegios tumbó
a los ministros.
Desde el 26 de febrero
de 2020, cuando se registró el primer caso de coronavirus en Latinoamérica, una
veintena de ministros de sanidad –que habían ganado gran capacidad de gasto y
por ende poder político- han debido abandonar sus cargos. Las causas, desde
divergencias políticas hasta fallos estratégicos, desde corrupción en la compra
de insumos y medicinas hasta en el proceso de distribución y aplicación de las
vacunas
Había una vez algo
llamado trabajo
Millones y millones de
personas sin trabajo en todo el mundo. Gente que muere de hambre, que mendiga,
más delitos, más violencia, esperanzas rotas y sueños destrozados. Más de cien
millones de personas se verán ahogados en
la pobreza extrema, informa el Banco Mundial. Otra década perdida para
América Latina, y van…
Según un informe de la
CEPAL sobre el rol de las cuidadoras durante la pandemia, la misma en
Latinoamérica dejará a 118 millones de mujeres viviendo en la pobreza, lo que
implica un 22% más que en 2019. En este mismo informe se detalla que 15,2% de
las mujeres quedaran desempleadas, seis puntos más que en 2019.
Alrededor de 13
millones de mujeres en nuestra región vieron desaparecer sus empleos o
limitarse su desarrollo laboral por la pandemia de Covid-19, que exarcebó las
brechas de género en los mercados de trabajo de la región, señaló la
Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Dos mil millones de
personas, más del 61 por ciento de la población empleada en el mundo, se ganan
la vida en la economía informal sin acceso al diálogo social; el 58 por ciento
de las mujeres y el 63 por ciento de los hombres del mundo trabajan en la
economía informal.
Aquí también las
mujeres, tienen muchas más probabilidades que los hombres de pertenecer a los
segmentos más vulnerables de la economía informal como trabajadores domésticos,
trabajadores a domicilio o trabajadores familiares auxiliares, lo que significa
que tienen poca o ninguna protección contra el despido y poco acceso a la
protección social, incluida la licencia de enfermedad remunerada.
La pandemia ha puesto
de manifiesto amplias deficiencias y desigualdades en el mundo del trabajo, y
las ha acentuado. Las mujeres, los jóvenes y los trabajadores del sector
informal, que se encontraban en una situación muy desfavorable antes de que
comenzara la crisis, han padecido algunas de sus peores consecuencias.
Por otro lado, ha
aumentado la concienciación pública sobre la labor, a menudo compleja e
infravalorada, de determinados grupos, en particular los trabajadores de los
sectores sanitario y de atención social y los servicios de limpieza, así como
los trabajadores domésticos, cuya labor ha sido y sigue siendo primordial para
superar la pandemia.
Y como si todo esto
fuera poco, la ONU informa que más de 30 millones de personas en más de tres
docenas de países, están a solo un paso de la declaración de hambruna y 10
millones de ellas se encuentran en grave riesgo de morir de hambre. Pero la
causa principal de esta situación no es la pandemia, que ha acelerado procesos
de empobrecimiento en el mundo entero, sino que se trata de una consecuencia
directa de los conflictos armados vigentes y que ni siquiera el coronavirus
detuvo.
¿Futuro?
No, no habrá una
recuperación rápida, posiblemente –dicen los optimistas- una recuperación
frágil y débil. Es que estamos sufriendo el fuego de la crisis capitalista.
Tantas esperanzas hechas añicos, hambre y miseria no por causa de un virus,
sino para recuperar la rentabilidad del capitalismo.
Lo cierto es que no
podemos respirar, no es sólo el covid…
el capitalismo nos está matando.
* Periodista y
comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur.
Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el
Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
https://rebelion.org/665214-2/