Escrito: Probablemente
en el 2000. La edicion más temprana de
la cual tenemos meción esta fechada enero de 2001.
Esta Edición: Marxists
Internet Archive, 8 de marzo de 2008, Día Internacional de la Mujer.
Fuente del texto:
Marxismo en Red (http://www.marxismo.org/).
Descargado el 2 de marzo de 2008.
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La desigualdad de la
mujer en el capitalismo se viene profundizando en los últimos años, sobre todo
en los países explotados. La discusión de por qué se da eso se reviste de un
carácter académico y todo lo que se refiere a la opresión de la mujer es
rotulado como una cuestión de genero.
Después de las
grandes movilizaciones feministas de los años 60 y 70, las mujeres volvieron a
casa, y las discusiones feministas pasaron de las calles a las aulas de las
universidades. Surgieron los llamados Estudios de la Mujer y, posteriormente,
Estudios de Género, sobre todo en los países imperialistas, y la lucha por la
liberación de la mujer perdió lo más progresivo que tenía: el método de lucha,
las manifestaciones masivas, la movilización, que involucraba otros sectores de
la sociedad. Bajo la dirección de corrientes de clase media e intelectuales,
sin la participación masiva de la mujer trabajadora, la lucha feminista se
volvió aún más reformista, contentándose con ampliar los espacios de la mujer
en la democracia burguesa, como queda claro en esta declaración de la feminista
argentina Mabel Bellucci: “La expresión Estudios de la Mujer identifica esa
nueva empresa intelectual dispuesta a democratizar aquelllos espacios
productores de conocimiento, donde las mujeres no se sienten representadas por
estar excluidas como sujetos y objetos de estudio” .
En estos últimos
treinta años, se produjo mucha literatura sobre el tema, en especial en
Inglaterra, Estados Unidos, España, Italia y Francia. Los catálogos de las
grandes editoriales y los programas de congresos, conferencias y cursos
universitarios lo confirmam, así como la pluralidad de posiciones teóricas
existentes. Tanto que ya se habla de teoría feminista, que fundamenta toda un
área llamada estudios de género.
Dentro de los marcos
del capitalismo, estos estudios son importantes porque tornan cada vez más
visible la desigualdad de la mujer y, en algunos países, sobre todo en los
países imperialistas, esta producción académica conseguió ampliar los espacios
de la mujer en la sociedad. Sin embargo, es preciso polemizar con esta postura
porque, al centrar la opresión de la mujer en la desigualdad de género,
restringe su lucha en los marcos del capitalismo –tornándose una lucha por
reformas dentro del sistema capitalista– e ignora el problema de clase,
llevando a una política que busca unir a todas las mujeres, independientemente
de la posición que ocupan en el modo de producción.
Género y autonomismo
¿Qué significa hablar
de género? Para la investigadora española María de Jesús Izquierdo:
La desigualdad de las
mujeres es un proceso que comienza con la división sexual del trabajo y se
consolida con la constitución de los géneros sociales: si usted es mujer, tiene
que hacer determinadas cosas, si es hombre, otras. El paso siguiente es
considerar como femeninas las actividades hechas por las mujeres y masculinas
aquellas hechas por los hombres. El tercer paso es diferenciar el tratamiento
recibido (respeto, reconocimiento, medios y estilo de vida) por las personas
que realizan actividades femeninas y las que realizan actividades masculinas.
En este momento decimos que tienen carácter de género. Las personas,
independientemente de cuál sea su sexo, son tratadas según un patrón
específico, el de género.
Para María de Jesús
Izquierdo, el género es tan importante que llega al punto de afirmar que lo que
estructura a la sociedad es el género, porque prácticamente todos los ámbitos
de la vida tienen el carácter de uno u otro género, y que la sociedad se
vendría abajo o cambiaría sus fundamentos si se rompiese con las posiciones de
género. Para ella, el aspecto fundamental de la estructura de géneros es la
interrelación entre la posición social del “ganador de pan” y del “ama de
casa”, pues “la mayor parte de las actividades está organizada dando por
sentado que en toda casa hay un ama de casa”.
Los hombres no estan
sometidos a una tensión estructural entre el trabajo doméstico y el trabajo
remunerado. Las mujeres sí. Mantienen una dedicación parcial tanto al trabajo
remunerado como al doméstico, y viven, por eso, una gran frustración, malestar
e insatisfacción. No cambian de posición en la estructura social, pero
“medio-ocupan” dos posiciones al mismo tiempo.
De ahí, ella concluye
que, aunque las mujeres no estuviesen discriminadas en el trabajo, tendrían
pocas posibilidades de ser promovidas, porque no es posible que rindan tanto
como los hombres. El peso de la estructura de la sociedad sobre la mujer es tan
importante que eso se torna imposible.
Virginia Vargas y
Wicky Meyen definen el género como parte de un sistema:
Definiremos el
sistema sexo/género como el conjunto de acitudes mediante las cuales la
sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana
y a través de la cual estas necesidads son satishechas. No es, entonces, sólo
una relación entre mujeres y hombres, sino un elemento constitutivo de las
relaciones sociales en general que se expresa en símbolos, normas, organización
política y social y en las subjetividades personales y sociales.
Las dos
investigadoras van más allá y concluyen que las mujeres no pueden ser reducidas
a su condición de género, porque en cada individuo
conviven diferentes posiciones subjetivas; cada agente social está inscrito en
una multiplicidad de relaciones sociales: de producción, de raza, de
nacionalidad, etnicidad, género, sexo, etc. Cada una de esas relaciones
específicas no puede ser reducidas ni unida a las otras. Y cada una de ellas
determina diferentes subjetividades.
De esta forma, crean
un mundo aparentemente complejo, donde todo se relaciona y donde no existe una
jerarquía de las cosas, como si las relaciones de producción y las de raza,
sexo, género, nacionalidad, etc., estuviesen al mismo nivel, sin que una
determine a la otra. De ahí trazan la política que se conoce como autonomismo.
“La autonomía, dicen, es una forma de generar un espacio de maniobra para las
mujeres y de iniciar un proceso de crecimiento personal y colectivo que asegure
el cuestionamiento a las diferentes formas que asume su subordinación, así como
la capacidad de desarrollar control y poder sobre sus vidas, sus organizaciones
y sobre sus contextos sociales, económicos, políticos y culturales
específicos”.
Sería la organización
autónoma de las mujeres para luchar por sus derechos y abrir espacios en la
sociedad.
Esta concepción se
construyó en oposición y en confrontación directa con una visión de clase sobre
el problema de la mujer, considerada reduccionista y economicista. Virginia
Guzmán, del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, argumenta que la
subordinación femenina es un problema diferente del problema de las relaciones
de clase. Ataca a las feministas marxistas por considerar que “todos los
procesos sociales son consecuencias o epifenómenos de una estructura económica
(expresiva de una sociedad de clases dependiente del capitalismo mundial). Los
sujetos sociales portadores del cambio están jerarquizados solamente por su
posición de clase”. Esta acusación apunta a demostrar que ahora las mujeres
tienen una visión “más completa y global” de su condición, y ya no una visión
reduccionista, “sólo” clasista del problema. Porque lo que estructura la
sociedad no son más las clases sociales, como afirma el marxismo, sino los
géneros.
De hecho, cuanndo se
habla de opresión de la mujer no se puede utilizar sólo categorías económicas.
La opresión es un conjunto de actitudes que involucran también categorías
psicológicas, emocionales, culturales e ideológicas. La correspondencia entre
éstas y la estructura económica de la sociedad es muy compleja y varía de
acuerdo con las épocas históricas. Desde que Marx escribió El Capital,
describiendo las leyes generales que rigen el modo de producción capitalista,
muchas otras ciencias se desarrollaron, entre ellas el psicoanálisis, sin
hablar de la antropología y la sociología, que ayudaron a clarificar el
problema de la superestructura ideológica de la sociedad y su relación con la
estructura de producción. Sin embargo, todas ellas, en su búsqueda de una
respuesta a los problemas que afligen a los hombres en momentos históricos
determinados, siempre tuvieron que volver los ojos a lo que ocurría en las
condiciones materiales de vida. No es una relación mecánica, no hay una
correspondencia directa y universal entre una y otra. Las leyes económicas
determinan las leyes ideológicas, en última instancia. Sin embargo, nosotros no
partimos de las numerosas formas de opresión (de la mujer, del negro, de los
homosexuales, de los inmigrantes, etc.) para explicar las leyes generales de la
sociedad, sino al contrario. Sería hacer lo mismo que intentaron los filósofos
reacionarios de la época de Marx y Engels: demostrar teóricamente que era
imposible conocer la realidad objetiva, reduciendo la misión de la ciencia a
“analizar las sensaciones”.
Por más complejos que
fuesen los problemas psicológicos de sus pacientes, Freud buscaba su
explicación última en las relaciones concretas entre los hombres, en el mundo
objetivo; no tenía otro camino. Él dió el nombre de introyección al proceso
psíquico por medio del cual es formada nuestra conciencia, el proceso de tomar
algo que está fuera de nosotros e interiorizarlo. Para Freud, todo sueño era la
realización de un deseo que tenía una u otra relación con las condiciones
concretas de vida. Así, demostraba que en esta multiplicidad de relaciones
sociales en las cuales estamos insertos hay una jerarquía, unas determinan a
las otras. Para Marx, las relaciones de producción eran las determinantes.
En la producción
social de la propia existencia, los hombres entran en relaciones determinadas,
necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción
correspdonden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. La totalidad de estas relaciones de producción constituyen la
estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se eleva una
superestructura jurídica y política y a la cual corresponden formas sociales
determinadas de conciencia. El modo de producción de la vida material
condiciona el proceso de vida social, política e intelectual.