Letrasgem Gemma Medina Aréchiga
Los espectáculos de chismorreo político, ataques y descalificaciones por encargo, parecen ser los que prevalecen en el ejercicio periodístico durante los encuentros que han sostenido los candidatos tanto nacionales como locales, en los programas televisivos que se han presentado en los últimos días, y que distan muy poco de representar las demandas y dudas ciudadanas.
Que han sido igualmente un triste reflejo de la falta de ética, imparcialidad y profesionalismo de los comunicadores con los que contamos. Que por desgracia se dan a conocer en uno de los medios de mayor audiencia, en el que sabemos sí influyen, sobre todo para los que aún no están bien informados y los recién interesados por estos temas.
Este tipo de líderes de información y de opinión, que en su mayoría ya han perdido credibilidad por quiénes sí son pensantes, que sirven a sus jefes de manera incondicional, se dan a conocer en diferentes medios, se enquistan en algunos, son igual o más nefastos que a los mismos que increpan y critican.
Han sido la herencia, que no tiene porque seguir, del resultado de un régimen que no dejó otra salida a los periodistas, más que ser su comparsa, porque no había libertad de expresión sino de sumisión al que está arriba.
Permanece esto, porque están todavía ellos, a los que ansían regresar por sobre todas las cosas y por encima de quien se pueda y porque han sido la escuela de los bien aplicados que están ahora, también por los que han entendido que en nuestro país, llegar al poder no puede ser de otra manera; comprando medios y periodistas para influir en las masas.
Pero ante tanta corrupción de los que informan que son corruptos y lo publican a diario, como si no tuvieran la capacidad de “morderse la lengua”, no terminamos de asombrarnos por lo que aún nos falta por ver ante la guerra por los puestos públicos, en el que los medios y periodistas son las armas por excelencia.
Manipuladores que se dejan manipular, por dinero, por trabajo, por ser millonarios, porque no conocen o no les conviene reconocer que existen valores, principios e ideales en bien de los demás y que a pesar de ser una nación de mayoría de católicos donde se pregona esto mismo, no ha podido prevalecer porque en este ejercicio muy pocos tienen conciencia.
Gracias a la excepción, de quienes aún se salvan de estos pésimos atributos y están en el medio, de quiénes están despertando, participan, de todos los movimientos que en los últimos años han abrazado demandas de los olvidados por la democracia, la justicia, la paz y el humanismo.
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