Por Dolia Estévez
SinEmbargo
Washington,
D.C.— Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero nada substituye a
las palabras cuando la imagen está distorsionada o se presta a confusión. Poder
hablar bien, con fluidez, propiedad y de manera efectiva es tan importante como
el contenido del mensaje que se busca transmitir. De ahí que el garrafal “hemos
resolvido” de José Meade no es, como dijo alguien por ahí, “un error humano que
a cualquiera le puede pasar”. Es más que eso. Exhibe su limitada capacidad para
expresar sus pensamientos por medio de la palabra. Y delata su desventaja para
persuadir y sobresalir entre sus rivales.
Con los estudios privilegiados
que recibió Meade, el “hemos resolvido” es un traspié gramatical inadmisible.
Comprensible en un escolar de primaria que no termina de aprender las
conjugaciones de los verbos, pero incomprensible en un hombre de 49 años que a
lo largo de su extensa vida pública ha usado el lenguaje para comunicar
políticas de gran complejidad. Confieso que inicialmente creí que el “hemos
resolvido” era broma. Un meme más. No es posible, me dije, dándole el beneficio
de la duda. Una cosa es Enrique Peña—de los presidentes más incultos que ha
tenido México, que a duras penas completó su licenciatura en derecho con una
tesis que algunos tachan de plagio– pero otra Meade. No fue así. Las
licenciaturas en economía por el ITAM y en derecho por la UNAM, coronadas con
un doctorado en economía por la Universidad de Yale en Estados Unidos, no
vacunaron a Meade contra el analfabetismo de Peña.
En
Estados Unidos, el discurso de los presidentes y candidatos presidenciales es
materia de intenso escrutinio. Un estudio sobre el lenguaje de los
precandidatos durante la campaña presidencial de 2016 encontró que Donald Trump
cometió más errores gramaticales que cualquiera de sus contrincantes.
Intitulado
“A Readability Analysis of Campaign Speeches from the 2016 US Presidential
Campaign” (análisis sobre la legibilidad de los discursos de la campaña
presidencial de 2016), el trabajo de la Universidad Carnegie Mellon señaló que
el dialecto de Trump estaba por debajo del nivel de lectura de un estudiante de
sexto de primaria. “La mayoría de los candidatos usa palabras y gramática
típicas de estudiantes entre sexto y octavo grado [segundo de secundaria], aunque
Donald Trump tiende a rezagarse del resto”, dijeron los autores del estudio de
2016. Observaron que en gramática, el nivel de Trump es de quinto de primaria.
Basta
leer los textos en su cuenta de Twitter para darse cuenta. Seguido confunde
adjetivos, como decir “they talk good” (hablan bueno), en lugar de “they talk
well” (hablan bien). Yerra en el uso del plural y el singular. “You was” (tú
estaba), en vez de “you were” (tú estabas). También se hace bolas con la
ortografía de palabras que se pronuncian igual pero se escriben diferente. Ha
escrito “there” (ahí) en lugar de “their” (suyo) y “waist” (cintura) en vez de
“waste” (desperdicio). Tampoco sabe escribir contracciones. Confunde “there”
(lugar) con la abreviación “they’re” (ellos/as están). Desde 2015, la cuenta de
Twitter @TrumpGrammer se dedica a corregir sus errores. Entre los más
recurrentes está escribir con mayúscula nombres comunes. Al parecer no aprendió
en la primaria que sólo los nombres propios se escriben con mayúscula.
El
uso apropiado de la gramática y el respeto al idioma por parte de los
aspirantes a la presidencia es algo que el electorado mexicano debería tomar en
cuenta a la hora de votar. Los académicos deberían aplicar el método de la
Carnegie Mellon a los discursos de Meade, Andrés Manuel López Obrador y Ricardo
Anaya. Examinar el vocabulario y la estructura gramatical de sus oraciones para
determinar el nivel de escolaridad de sus discursos. No me extrañaría que no
sólo Meade sino también AMLO y Anaya salieran reprobados.
El
estudio de la Carnegie Mellon también escogió para su comparación un discurso
de cinco presidentes: Ronald Reagan, Bill Clinton, George W. Bush, Barack Obama
y Abraham Lincoln. Gramaticalmente, el discurso de Gettysburg de Lincoln, el
cual escribió de su puño y letra, no tuvo comparación. Es una obra maestra de
poesía política. En contrapartida, el de Bush, pese a haber sido escrito por
redactores profesionales, gramaticalmente fue el peor.
Los
lingüistas de la Carnegie Mellon descubrieron que el desempeño estudiantil de
los presidentes jugó un papel importante en su capacidad para poder expresarse
correctamente.
Las
calificaciones de Trump en los dos años que asistió a la Escuela de Finanzas de
Wharton fueron inferiores a las de Bush hijo, considerado uno de los
presidentes contemporáneos menos cultos. Bush fue aceptado en Yale no por
mérito propio sino porque su abuelo y padre eran exalumnos. El caso de Trump
fue similar. Pese a que se jacta de ser “muy inteligente”, Trump fue admitido
en la Wharton debido a las conexiones de su hermano y porque provenía de una de
las familias más adineradas de Nueva York. Contrario a las mentiras que ha
propagado, documentos de la Wharton muestran que no se graduó con honores.
Reconozco que no a todos se les da el don de la palabra, pero con sus múltiples
títulos universitarios, Meade no tiene justificación para no saber conjugar un
verbo regular. A menos que, como Trump, sus estudios también sean un fraude.
Twitter: @DoliaEstevez
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