Izquierda Revolucionaria
Internacional
01 Junio 2020
¡La lucha de clases es el camino para derribar a Trump!
El pasado lunes 25 de mayo, un trabajador negro de 46 años, George Floyd, fue asesinado cruelmente a manos de un policía en la ciudad de Minneapolis. En el vídeo de su arresto se puede ver como el agente Derek Chauvin presiona con la rodilla el cuello del trabajador afroamericano –una práctica prohibida en gran parte del país, pero no en el estado de Minnesota–, mientras lo inmoviliza en el suelo durante cerca de nueve minutos a pesar de que éste suplicaba que no podía respirar. Tres policías más contemplaban impasibles el crimen. Floyd murió horas más tarde en el hospital y su asesinato se ha convertido en la gota que colma el vaso: un levantamiento social, con elementos típicos de una insurrección, ha prendido en más de 25 grandes ciudades del país poniendo al Gobierno de Trump contra las cuerdas.
El movimiento se extiende por todo EEUU
Este nuevo episodio de violencia policial racista —que suma un nombre más a la interminable lista de jóvenes y trabajadores afroamericanos asesinados por una maquinaria criminal amparada por los poderes del Estado— ha provocado algo que la clase dominante estadounidense teme desde hace mucho tiempo: la confluencia en un mismo movimiento de todas las contradicciones incubadas en la sociedad desde hace tiempo.
Un desempleo masivo de la mano de una crisis económica salvaje, se combina con la ausencia de servicios sociales básicos y de una sanidad pública que proteja la vida de la población; una élite empresarial que amasa fortunas obscenas, hunde en la pobreza y la exclusión social a decenas de millones de familias mientras los políticos de Washington aprueban planes de rescate para Wall Street. La pandemia del coronavirus solo ha destapado la olla podrida del capitalismo estadounidense: el país con más fallecidos (la cifra puede llegar a 200.000 en las próximas semanas) y con una brecha de clase que no para de crecer.
Bajo las consignas de ‘No justice, no peace’ o ‘Black Lives Matter’, las protestas comenzaron en Minneapolis el día después del asesinato de Floyd, donde miles de personas tomaron las calles pacíficamente y marcharon hacia el Departamento de Policía sosteniendo pancartas y exigiendo justicia. La policía respondió disparando gases lacrimógenos y balas de goma, pero la brutal represión, que se extendió en los días siguientes, no amedrentó a los manifestantes que se defendieron legítimamente.
Trump ordenó el despliegue de 550 efectivos de la Guardia Nacional en la ciudad. En el segundo día de choques un manifestante murió asesinado de un disparo policial en medio de cargas con gases lacrimógenos. La valentía, el arrojo y la determinación de las decenas de miles de jóvenes negros, blancos, asiáticos, de trabajadores y personas mayores se hizo visible para todo el mundo gracias a cientos de videos que circulan por las redes sociales. También la brutalidad policial, que a pesar de ser empleada a discreción y sin miramientos no evitó que una de las comisarías de la ciudad fuera incendiada, y que los efectivos policiales huyeran ante el avance de la población.
Estas imágenes nos recuerdan a los grandes acontecimientos revolucionarios de Santiago de Chile, de Bogotá, Quito o París en los meses pasados. Son los oprimidos en pie de guerra contra un sistema asesino que no tiene ningún espacio para ellos, salvo la represión, el asesinato y la explotación más despiadada. Contra este Talón de Hierro se ha levantado una nueva generación de luchadores y los capitalistas lo están percibiendo con claridad.
Como era de esperar, la clase dominante y los medios de comunicación a su servicio han iniciado una campaña de criminalización contra las movilizaciones, excusando a los asesinos de Floyd y a quienes les protegen desde la Casa Blanca. La prensa burguesa americana no ha dudado ni un segundo en tachar a los manifestantes de “saqueadores” y “criminales”. El presentador de Fox News —un fanático seguidor de Trump— afirmó: “Los disturbios son una forma de tiranía. Los fuertes y los violentos oprimen a los débiles y a los desarmados. Es opresión”. Todo esto después de que los cuerpos policiales de 17 ciudades hayan realizado más de 1.400 detenciones.
Lucha de clases en estado puro
Donald Trump se ha movido en este conflicto echando gasolina al fuego. El campeón de la incompetencia en la crisis sanitaria, de hacer de la sanidad un negocio lucrativo para las multinacionales, el plutócrata que ha abandonado a su pueblo para enriquecer a la oligarquía financiera y empresarial, no ha vacilado en lanzar un mensaje belicoso, llamando a comenzar los tiroteos lo antes posible y proponiendo la inmediata ilegalización de las organizaciones de izquierda y antifascistas que han participado activamente en las protestas.
Y es precisamente esta actitud provocadora y desafiante lo que ha hecho crecer masivamente las movilizaciones por todo el país. El látigo de la contrarrevolución ha espoleado la revolución. En menos de cuatro días, treinta ciudades como Miami, Nueva York, Los Ángeles, Filadelfia, Atlanta, Dallas, Washington y muchas otras se han llenado de decenas de miles de personas denunciando la brutalidad policial y cargando contra Trump y su Gobierno. La rabia se ha propagado como la pólvora.
Ni el toque de queda establecido en más de una decena de estas ciudades, gobernadas tanto por republicanos como por demócratas, ni el despliegue creciente de la Guardia Nacional —solo en Minnesota se han movilizado a 13.000 efectivos, el mayor despliegue de los últimos 160 años— han conseguido sofocar este impresionante levantamiento.
La solidaridad que este movimiento ha despertado entre la población, harta de tantas humillaciones y empobrecimiento, provoca sudores fríos a los capitalistas americanos. Un ejemplo significativo es la respuesta de los conductores de autobuses que se están negando a que la policía transporte a los manifestantes detenidos en sus buses. Así lo expresaba uno de ellos: “Como trabajador de tránsito y miembro del sindicato [ATU Local 1005], me niego a transportar a mi clase y a la juventud radicalizada a la cárcel. […] La protesta está completamente justificada y debe continuar hasta que se cumplan sus demandas”.
El apoyo a las reivindicaciones y el grito que se ha colocado en el epicentro de la batalla, ‘I can’t breathe’ (No puedo respirar), se ha escuchado también en ciudades como Londres, París, Berlín o Auckland (Nueva Zelanda), donde el domingo pasado se celebraron marchas y concentraciones masivas contra el racismo y la brutalidad policial. El movimiento está adoptando una dimensión internacional inspiradora.
Las imágenes de esta lucha de clases han convivido con las escenas escalofriantes de los muertos y contagiados en plena pandemia por el coronavirus. La extensión de la enfermedad ha puesto en evidencia la precaria situación en la que vive la mayor parte de la clase trabajadora y juventud norteamericana y, en concreto, de la población negra, que representa el 13,4% los habitantes de Estados Unidos (327 millones de personas).
Según las cifras recopiladas por el Laboratorio de Investigación APM en 40 estados, los afroamericanos están muriendo a un ritmo casi tres veces superior al de los blancos. En los tres estados con mayor porcentaje de población negra –Mississippi, Luisiana y Georgia– el 70% de las muertes por COVID19 son negros. En Chicago representan el 73% de fallecidos, en Milwaukee el 81% y lo mismo sucede en la capital: el 77% de las muertes en el Condado de Columbia son afroamericanos.
No son casos excepcionales. Es la consecuencia de la ausencia de una asistencia sanitaria pública, de la segregación racial y económica de la población afroamericana en barrios marginales y pobres, de la lógica de un capitalismo senil que condena a la mayoría a la pobreza y la miseria. Según los datos de Poverty in The USA de 2016, la pobreza extrema afecta al 26,2% de la población negra y un 23,4% a la comunidad latina.
Un aparato del Estado racista al servicio del capital y la elite blanca
Esta explosión social en las calles de la primera potencia mundial está señalando directamente al racismo orgánico de las instituciones de la burguesía estadounidense. La opresión de raza está incrustada en el ADN de la policía, la judicatura y el Estado capitalista.
Donald Trump es la máxima expresión de este supremacismo racial blanco capitalista y extremadamente reaccionario. Su ‘Make America Great Again’ es una bandera que lleva inscrita el racismo y la xenofobia, y que no para de agitar entre su base social: desde la construcción del muro en la frontera con México y su autorización a disparar a los migrantes mexicanos, a sus insultos constantes contra los musulmanes o su defensa de los fascistas blancos que se manifestaron en defensa del Ku Klux Klan en 2017. Todo un historial.
Es indudable que el odio contra los trabajadores y jóvenes negros y latinos es un sello distintivo de Donald Trump, pero no es nada nuevo en la Casa Blanca. Fue bajo la era Obama cuando los casos de jóvenes y trabajadores negros asesinados a manos de policía se dispararon. El ex presidente dotó de equipamiento militar a los departamentos de policía de todo el país, una de las causas que explica el incremento de las muertes por violencia policial.
El racismo es, sobre todo, una cuestión de clase. El único delito de Eric Garner, Trayvon Martin, Mike Brown, George Floyd y de todos los asesinados por la actuación policial fue ser negros y de clase obrera. Las fuerzas de seguridad, sus leyes y su justicia están al servicio de los intereses de la clase dominante, los banqueros y empresarios que con puño de hierro golpean a las capas más pobres de la sociedad. La diferencia entre el trato dado a los manifestantes blancos pro-Trump, que con fusiles en la mano reclamaban el fin del confinamiento, y la brutalidad policial contra quienes hoy toman las calles es abismal.
Si el policía que asfixió a Floyd ha sido acusado de asesinato y homicidio impudente –y no sólo retirado de su puesto, como inicialmente se pretendía– ha sido gracias a la masiva movilización que se ha levantado en todo el país. Pero se trata solo de un gesto obligado por las circunstancias, y que intenta frenar la indignación creciente. La cuestión es que la lucha debe continuar, aumentar su extensión y también la claridad de sus objetivos, que no puede ser otra que la depuración completa de la policía de elementos reaccionarios, que deben ser expulsados y castigados ejemplarmente, lo que en muchos casos llevará a la disolución de estos cuerpos tal como hoy se conocen en muchos condados y ciudades, por su carácter corrupto y racista. Los departamentos de policía deben ser puestos bajo el control de las comunidades vecinales y las organizaciones de la clase obrera, empezando por los sindicatos, de los colectivos sociales y comunitarios, como Black Lives Matter y muchos otros, que están en primera línea de la lucha por los derechos democráticos y contra el racismo.
Esta medida debe completarse con un programa por el aumento de los salarios a 15 dólares la hora; por la implantación inmediata de la sanidad y la educación pública, gratuita, universal y de calidad; la reforma integral de los barrios pobres dotándoles de viviendas dignas y los equipamientos sociales y culturales necesarios; de un transporte ecológico, gratuito y de calidad; y la aprobación de un subsidio de desempleo federal para todos los trabajadores y trabajadoras en paro de 2.000 dólares al mes hasta encontrar empleo.
Esta es la forma efectiva de luchar contra la catástrofe que se cierne sobre la clase obrera y la juventud norteamericana.
Por un partido de los trabajadores y la juventud ¡Ninguna confianza en el Partido Demócrata!
El aparato del Partido Demócrata ha vuelto a demostrar que es un pilar del sistema y que en sus raíces está la defensa de los intereses de la clase dominante. El candidato presidencial Joe Biden agradeció al alcalde de Minneapolis que alejara a los policías involucrados y ha pedido ¡que se abra una investigación! Parece ser que la filmación de la muerte de Floyd no son pruebas suficientes. Con su postura, Biden trata de ocultar sus responsabilidades en la opresión que sufren millones de negros pobres en Estados Unidos: bajo el gobierno Clinton en 1994 fue autor de la conocida “Crime Bill” que defendía la segregación en el transporte escolar.
Tras la renuncia de Bernie Sanders, el debate sobre la necesidad de crear un partido de la clase trabajadora y la juventud está más vivo que nunca. Si algo demostró el movimiento Bernie —que tuvo un apoyo masivo entre la juventud, y entre amplios sectores de la población negra y latina— es la inaplazable necesidad de los oprimidos y oprimidas por transformar su vida. Las condiciones de opresión y desigualdad que levantaron la ola pro-Sanders se endurecerán en los próximos meses y años.
El surgimiento de Black Lives Matter en 2016, que agrupó a decenas de miles de activistas en todo el país, fue el desarrollo más serio del movimiento de liberación negro desde los Black Panthers. De esta experiencia, y de muchas otras que han golpeado la conciencia de millones de personas en Estados Unidos y en todo el mundo, beben hoy las protestas contra el asesinato de Floyd.
Que en plena pandemia sanitaria miles y miles hayan salido a las calles demuestra la voluntad y la determinación de la juventud y muchos trabajadores blancos, de los trabajadores y jóvenes negros para que se haga justicia y acaben para siempre los asesinatos. Se trata de un movimiento unificado por encima de barreras raciales, y que se une por la pertenencia a una misma clase social: la clase obrera.
Todas las organizaciones de la izquierda combativa y de clase de EEUU deben mantener y engrandecer esta movilización, y dar pasos enérgicos para levantar un gran partido de la clase trabajadora y la juventud que rompa con el establishment demócrata, que rompa con la burguesía y sus políticas. Sanders ha renunciado lamentablemente a este objetivo y se ha plegado al aparato demócrata, como ha hecho Ocasio Cortez. Pero encadenarse a Biden no es la opción por la que hoy pelean decenas de miles en las calles.
Un partido de los trabajadores que no adopte ideas ni métodos sectarios, que trabaje con audacia en los movimientos sociales, en los grandes sindicatos defendiendo una política socialista genuina, que explique con claridad la necesidad de nacionalizar la banca y los grandes monopolios estadounidenses y planificar democráticamente la economía para rescatar a la gente y no a la plutocracia.
Hay que hacer un llamamiento al conjunto de la clase trabajadora y la juventud a participar en estas protestas, organizando nuevas manifestaciones coordinadas y masivas en las principales ciudades del país, y hay que dotarlas de este programa anticapitalista y revolucionario.
Sólo acabando con este sistema podrido podremos poner punto y final a la opresión de raza, de género y de clase. Para dar respuesta a todas estas aspiraciones, la clase trabajadora y la juventud estadounidense, que está demostrando una fuerza extraordinaria, necesita de sus propias herramientas: la construcción de un partido obrero en Estados Unidos es una necesidad inaplazable para enfrenar esta batalla y culminarla con éxito.
¡Black Lives Matter!
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