Con el conteo rápido del IFE, Peña Nieto es declarado virtual presidente electo. Vázquez Mota acepta el resultado. Calderón saluda el regreso del PRI a Los Pinos. Y López Obrador espera el resultado oficial
Por Félix Arredondo -
Con el conteo rápido del IFE, Enrique Peña Nieto fue proclamado anoche virtual presidente electo de México,con una ventaja de 7 puntos sobre Andrés Manuel López Obrador.
Eran las 23:13 horas cuando el presidente del IFE, Leonardo Valdés Zurita, apareció en televisión. Como hace 12 años lo hizo su homólogo José Woldenberg.
Se trataba de confirmar oficialmente una noticia que ya casi todos sabían: que las tendencias favorecían al priista Enrique Peña Nieto.
En el script, siguió el turno de Felipe Calderón. Como hace 12 años lo hizo su antecesor, el priista Ernesto Zedillo.
El objetivo fue el mismo. Reconocer que el triunfo era de Peña Nieto, como hace 12 años Zedillo reconoció que había ganado Vicente Fox.
Horas antes, la candidata del PAN Josefina Vázquez Mota admitió que los resultados no la favorecían. Gabriel Quadri fue más allá. Le pidió a López Obrador que reconociera su derrota. Pero el candidato del Movimiento Progresista esperó hasta el final.
López Obrador fue prudente. No reconoció la derrota y tampoco descalificó las cifras que le daban el triunfo a Peña Nieto. Dijo que prefería esperar a tener en su poder todas las actas para asumir una postura.
Sin embargo, a las once y media de la noche todo parecía consumado. Enrique Peña Nieto era proclamado extraoficialmente presidente de México.
Y es que si en 2006, la diferencia de 0.56 por ciento de Felipe Calderón sobre López Obrador fue suficiente, en 2012, una diferencia de 7 puntos parece una barrera insalvable para descalificar la validez de esta elección.
Eran casi 3.5 millones de votos. Casi la misma ventaja que Vicente Fox tuvo sobre el priista Francisco Labastida.
Sin embargo, a diferencia de lo que sucedió hace 12 años, esta vez no hubo festejo en las calles.
Tampoco hubo celebración en el Ángel de la Independencia. Solo en la vieja sede del PRI.
En un ambiente totalmente controlado, Enrique Peña Nieto se reunió con los suyos en el vetusto y emblemático edificio del tricolor.
Se le veía contento, relajado, satisfecho. Pero, sobre todo, prudente y mesurado. Pronunció un discurso tan políticamente correcto y cuidado, que resultó acartonado.
El priista le tendió la mano al presidente Calderón. Lo reconoció por no haberse entrometido en el proceso electoral, cuando en los hechos sucedió todo lo contrario.
Fue respetuoso y hasta generoso con sus adversarios. Anunció que quería ser el presidente de la reconciliación.
Ganó México, dijo Peña Nieto. Hubiera sido imprudente que dijera alguna otra cosa. Y el mexiquense lo entendió.
Y es que si bien 3.5 millones de votos hicieron la diferencia para ganar, según los conteos preliminares, lo cierto es que el PRI no obtuvo una mayoría absoluta.
Si los porcentajes del conteo rápido que anunció el presidente del IFE se mantienen, Peña Nieto obtendrá unos 19 millones de votos de los casi 50 millones que estuvieron en disputa.
Los otros 31 millones de sufragios son de mexicanos que prefirieron una opción distinta de la oferta tricolor.
¿Por qué regresó el PRI?
Seguramente en los próximos días se harán innumerables análisis y explicaciones. La mayoría razonables y válidos.
Sin embargo, no se puede negar el hecho de que detrás del triunfo de Peña Nieto hay algo más que buenos spots, una campaña que se inició hace seis años, o un candidato bien parecido.
Detrás de esa victoria hay una larga historia de hechos que sucedieron en los últimos dos sexenios, pero sobre todo en el de Felipe Calderón.
Hace 12 años, los mexicanos creyeron que con la derrota del PRI, se había acabado la práctica del dedazo.
Que ya no se utilizarían los recursos públicos para ganar una elección. Que se terminaría la impunidad. Que se combatiría la corrupción. Que se vigilaría el gasto público. Que se acabaría el nepotismo.
Que la economía crecería a una tasa sostenida superior a 6 por ciento. Que habría más empleos. Que se reduciría la pobreza.
Que México sería competitivo. Que los campesinos podrían aspirar a una vida digna. Que los recursos de Pemex ya no se utilizarían para financiar campañas políticas.
Que habría justicia. Que México sería más seguro. Que disminuiría la desigualdad en la distribución del ingreso.
Sin embargo, nada de esto sucedió. Desde los primeros días del cambio, poco o nada cambió.
Pero los hechos fueron cambiando el ánimo de los millones de mexicanos que creyeron en el cambio.
Y es que desde los últimos días de noviembre del 2000, Vicente Fox dio a conocer a los “nuevos” miembros del gabinete, muchos eran los mismos priistas que se habían visto durante cerca de 30 años.
En enero de 2001, Joaquín “El Chapo” Guzmán salió de una prisión de alta seguridad. En 2007 ya aparecía en la lista de multimillonarios de Forbes.
En abril del año 2001, Fox anunció su intención de gravar con el IVA alimentos y medicinas.
Para mayo, las toallas de Los Pinos ya costaban más de 4 mil pesos.
En julio, Fox se casó con su vocera Marta Sahagún, convirtiendo así a una Cenicienta en “La Jefa”. Y para noviembre, Vicente y Marta ya eran la pareja presidencial que retó al Vaticano.
En 2003, el “Presidente del Cambio” decidió intercambiar los lingotes de oro de luchar contra la corrupción del Pemexgate por los cacahuates de una reforma fiscal que nunca pudo prosperar y el indulto a sus Amigos de Fox.
México fue perdiendo competitividad. En las elecciones de 2003, el PRI empezó a regresar al Poder Legislativo. Se convirtió en la primera mayoría legislativa.
Los hijos de Marta se hicieron ricos en la más amplia de las impunidades. Fox engañó hasta a sus mejores amigos.
Compró ranchos en secreto. Falseó sus declaraciones patrimoniales. Hizo del pueblo de San Cristóbal su pequeño feudo.
Los hijos de Marta se compraron un jet. Los que tenían los basureros por negocio, se hicieron terratenientes, constructores, financieros. Nada les pasó.
En 2006, solo un conflicto interno del PRI, que acabó con la imagen de Roberto Madrazo, y la campaña del miedo impidieron que el tricolor fuera competitivo en las elecciones presidenciales de ese año.
Por eso, aun ganando en 2006, Felipe Calderón perdió.
El sello del sexenio fue la confrontación. Se perdió la paz. Creció la violencia. Se disparó el número de muertos. Aumentó el consumo de drogas. Se instaló la inseguridad.
Y Calderón culpó a todos sus antecesores. La economía siguió a la deriva a pesar de que México tuvo los ingresos petroleros más altos de su historia. Y sus deseos de convertirse en el “Presidente del Empleo” se frustraron. El PAN fue perdiendo adeptos.
En 2009, el PRI volvió por sus fueros en el Congreso. Y cayeron las gubernaturas azules de Querétaro y San Luis Potosí. Hasta el corredor azul del Estado de México se volvió tricolor.
El PAN también perdió ayer Jalisco y Morelos. Los priistas conquistaron a los tapatíos y los perredistas a los morelenses.
Calderón perdió ayer el poder. Y los panistas su partido.
La decisión final
PRI o no PRI era la disyuntiva de las elecciones 2012. Y una mayoría minoritaria se decidió por el PRI.
Si se confirman las cifras del conteo rápido, López Obrador no habría podido convencer a suficientes mexicanos de que su propuesta era mejor.
Y, guste o no, la opción es hoy para Enrique Peña Nieto.
Un político de 46 años que, según los resultados electorales que se conocen hasta ahora, cuenta con más legitimidad para gobernar que Felipe Calderón.
La mexicanos esperan que les devuelva la paz. Que se termine la guerra. Esperan que México vuelva a crecer. Que haya más empleos. Los pobres y los marginados quieren dejar de serlo.
Ojalá, por el bien de México –y si las cifras oficiales lo confirman–, que Peña Nieto pueda lograr como presidente lo que no se cumplió en los últimos dos sexenios.