Por ROBERTO MORALES AYALA
Los comicios intermedios para la elección de un nuevo cuerpo legislativo veracruzano y de alcaldes en los 212 ayuntamientos están a la vuelta de la esquina, con sus consecuencias e implicaciones políticas, económicas y sociales. Eso explica la prisa atropellada del gobernador Javier Duarte para seguir endeudando al estado y también el de llevar a cabo imprudentemente obras riesgosas como la del túnel sumergido en Coatzacoalcos.
Ganar las elecciones con una pseudoprosperidad que no funciona, en la que nadie cree, y que es tan corrupta como la fidelidad, sólo se puede lograr con toneladas de dinero, obras suntuosas y muchas, muchas mentiras y mejores mentiras.
Javier Duarte tiene ante sí un panorama desolador. Su gobierno, como él, carece de solvencia moral y de legitimidad, por diversos factores que van desde la imposición de su candidatura y el fraude electoral que lo hizo arrebatar el triunfo en las urnas, en 2010, hasta el andar atrabancado, sin resultados, de su actual gestión.
Duarte no ha sido un gobernador de resultados. Peor aún, le han llamado gobernador fallido, impreparado políticamente, sin oficio, que desconoce la fórmula para hacer carburar la máquina que ha de mover a Veracruz y que, más que eso, ha dejado pasar las oportunidades de desarrollo.
Contrario a eso, a lo largo de casi dos años de gestión, el gobierno de Javier Duarte se ha visto sumido en el descrédito y atrapado en escándalos de opinión pública, casi todos provocados por la oleada de violencia que aqueja a Veracruz, por el crecimiento de la inseguridad, muertos por aquí y muertos por allá, y por la impunidad con que opera el crimen organizado.
Financieramente, Veracruz no camina. Javier Duarte recibió el estado con una deuda apabullante. Su antecesor, Fidel Herrera Beltrán, un mentiroso natural, había señalado que la deuda era de 3 mil 500 millones, pero posteriormente diputados y funcionarios admitieron que su monto era de 23 mil millones de pesos.
Duarte de Ochoa, en su Plan Veracruzano de Desarrollo, reveló que las deudas a liquidar alcanzaban los 34 mil millones de pesos, y eso le sirvió para obtener del Congreso estatal la autorización para renegociar los pasivos bancarios y obtener un crédito para saldar pagos a proveedores, prestadores de servicios y constructores, del que no se sabe cómo se aplicó y qué tanto alivió la crítica situación.
Tanta maraña financiera, provocó la parálisis de Veracruz y lo único que se le ocurrió al gobernador fue implementar un programa electorero, populista y falto de imaginación, como es Veracruz Adelante, que no es otra que la misma fórmula usada por Fidel Herrera con su Fidelidad.
Adelante ha sido un vano intento, infructuoso y de magros resultados, para convencer a los veracruzanos que el gobierno de Javier Duarte algo logra. Su efectividad se ha cifrado en la difusión publicitaria, pero no en el beneficio real de los sectores marginados.
Lo peor ha sido la intención de engañar, usurpando obras del gobierno federal y haciéndolas pasar como inversiones de Adelante, a falta de acciones tangibles de su gobierno.
Adelante no prende. El anuncio de que Javier Duarte inauguraría una obra diaria, lo ha llevado a piratearse las obras del gobierno federal, indicativo de que el gobierno estatal carece de una oferta política medianamente aceptable.
No acumular logros resulta grave, además, cuando se conjuga con decisiones impopulares y, por lo general, lesivas para la economía de los veracruzanos. Un ejemplo de ello, fue el pago del impuesto por tenencia por uso de vehículos, cuya derogación a nivel nacional terminó provocando un caos financiero en Veracruz.
La bursatilización de ese impuesto, genialidad del ex gobernador Fidel Herrera cuando Javier Duarte era el secretario de Finanzas del gobierno veracruzano, lo obligó a no derogar el impuesto por tenencia vehicular como ocurrió por disposición federal y como lo suscribieron diversos estados.
No sacaron agua de las piedras. Exprimieron más a los gobernados.
Javier Duarte determinó proseguir con el cobro de la tenencia, matizada con una exención a vehículos de bajo costo. El resto tendrían, y tienen, que pagar el impuesto, lo que provocó un impacto adverso en la sociedad.
Si a ese escenario le sumamos la reciente aprobación para que el gobierno de Veracruz suscriba un nuevo crédito con BANOBRAS, esta vez por mil 274 millones de pesos, y que la mayoría priísta en el Congreso lo avaló casi sin leer el dictamen, a ojos cerrados, estamos ante la terrible certeza de que Veracruz está sumido en un profundo bache financiero del que no se ve cómo va a salir. Sabemos cómo nos metieron Fidel Herrera y Javier Duarte, pero ni remotamente imaginamos cómo salvarlo.
Esa es una parte del problema. El gobierno duartista carece de logros y con el proceso electoral de 2013 enfrente, echa mano de obras faraónicas para medio salvar su maltrecha imagen. Una de ellas es el túnel sumergido, que unirá bajo el río a Coatzacoalcos con Villa Allende.
Es una obra que arrancó Fidel Herrera y que por desidia; por falta de recursos del gobierno estatal, que provocó que el gobierno federal dejara de aportar; por errores en la construcción, y por la sospecha de corrupción, lleva un atraso de siete años y el presupuesto se ha triplicado.
Las prisas nunca ha sido buenas consejeras. Veamos.
El viernes 14 de septiembre, en la madrugada, ocurrió un accidente funesto cuando se colocaba uno de los elementos del túnel, un cajón de concreto, en el canal dragado en el lecho del río Coatzacoalcos. Uno de los remolcadores que conducían el bloque, chocó con éste y comenzó a hacer agua. En diez minutos se hundió y perecieron dos de los marinos, el capitán Miguel Carrasco Ulín y el jefe de máquinas, Apolinar Galván Tejeda. Otros tres tripulantes se salvaron.
El túnel sumergido es como un clavo ardiente para el gobierno de Javier Duarte. Es una obra catalogada como la mayor proeza técnica de Latinoamérica y permitiría el tráfico vehicular de manera fluida entre Coatzacoalcos y Villa Allende, con un supuesto beneficio en tiempo de traslado para sus habitantes.
Sin embargo, el retraso en su construcción tiene al gobernador Duarte con los pelos de punta. Sabía que de no concretar el ensamblaje de los elementos de concreto en este final de año, pospondría su conclusión en 2013, justo cuando requiere de una oferta política de gobierno, algo que presumir ante la sociedad, ante el proceso electoral con el que renovará el Congreso de Veracruz y las 212 alcaldías, que ahora serán de cuatro años.
Las prisas de Javier Duarte, las premuras por acreditar obra y el despliegue por inaugurarlas, han generado precipitaciones lamentables. Y es que en el gobierno estatal existe la certeza de que el mandatario urgió la colocación del elemento de concreto en el fondo del río Coatzacoalcos, cuando no existían condiciones adecuadas. Las corrientes se habían incrementado a causa de las lluvias y eso dificultó las maniobras.
Cuando ya se había descartado realizar los trabajos en el río Coatzacoalcos, una orden superior determinó que los reanudaran. Poco después ocurrió la tragedia con saldo de dos muertos.
Dicen que lo barato suele salir caro. No sólo no se colocó el segundo elemento del túnel, sino que ahora, por el tiempo que se llevará rescatar el transbordador hundido, y la ya inminente temporada de lluvias, provocando fuertes corrientes en el río, la inmersión de los cinco bloques de concreto quedarán para el próximo año, dando al traste a los deseos del gobernador Javier Duarte de ofertar el túnel sumergido como su gran obra.
Las prisas a menudo son malas —y mortales— consejeras.