HALLAN EN GUADALAJARA
REFUGIO ANTIVIOLENCIA.
Habitantes de la Huasteca escapan de guerra entre bandas.
MIGRACIÓN. En las calles de la capital de Jalisco se establecieron desde hace casi un año habitantes de municipios veracruzanos que huyen de la violencia . (Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL ) |
GUADALAJARA
Habitantes de municipios del norte de Veracruz, en los límites con San Luis Potosí, deciden emigrar, no solamente para escapar de la violencia que genera el crimen organizado, sino también para evitar que los elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y de la Secretaría de Marina Armada de México (Semar) los confundan con delincuentes.
A casi 700 kilómetros de distancia de la Huasteca que comparten ambas entidades coincide un grupo de personas, la mayoría mujeres acompañadas por algunos adolescentes y niños, sus hijos.
En las calles del centro de Guadalajara, al occidente del país, se confunden entre los habitantes y turistas que caminan al mediodía cualquier día entre semana.
Algunos se establecieron hace poco más de un año, otros hace unos meses, pero todos huyeron de su tierra atemorizados por el crimen o por las autoridades federales. En Veracruz no hay estadística de cuántos se han ido y en Jalisco no hay registro de cuántos han llegado.
“Esa gente (los criminales) tiene ya años allá y se dan duro. Pero hace ya más de un año que mataron a casi todos los policías de El Higo y se quedaron los militares y los marinos, y pues ”, advirtió apresurado y casi en secreto un hombre de unos 35 años originario de un poblado de unos 300 habitantes que se ubica al norte de la cabecera municipal de El Higo, localidad veracruzana colindante con San Luis Potosí. El sujeto, padre de dos niños, apenas terminó la frase cuando fue interrumpió por su esposa.
El grupo hacía una pausa en la plaza de armas a un costado de la catedral metropolitana durante una jornada de compras en mercados del primer cuadro de la Perla Tapatía.
“Si los marinos ven en la calle a un hombre o mujer de cualquier edad, desde adolescente, y con un teléfono celular en la mano, por lo menos lo detienen un rato en lo que lo investigan y revisan su teléfono, si le va bien, pero muchos son golpeados, se los llevan y luego de mucho rato, hasta días, los regresan. También hay quienes ya no vuelven y no se sabe qué pasó con ellos”, dijo la mujer.
“Suena increíble, pero allá traer un teléfono celular, así en la calle, pareciera que es delito; luego, luego a uno lo detienen como criminal diciendo que uno trabaja para el narco”, agregó ella misma.
Otra mujer joven, de unos 25 años, quien se estableció en Tonalá, al oriente de la zona metropolitana de Guadalajara hace unos ocho meses, relató una experiencia.
“Mis papás son de la tercera edad y ya están enfermos; entonces, hace como unos seis meses, mi papá se puso mal y tuvimos que mandar a mi sobrino, de 16 años, a ponerle saldo a un celular. No pasaron ni cinco minutos cuando regresó. Estaba pálido, y pues resulta que iba caminando y vio una camioneta de la Marina que se acercó por donde caminaba y dos se bajaron y agarraron a dos jovencitos que platicaban por celular en una esquina. Los agredieron a golpes y patadas y luego los soltaron”, explicó la joven.
NO VEN CAMBIO
Para este grupo de veracruzanos que encontró refugio en Jalisco la presencia militar y de la Secretaría de Marina no ha disminuido la pugna entre cárteles y tampoco ha frenado las muertes por violencia.
“La gente sigue muriendo. Antes había un levantón o muertos y uno sabía si los asesinos eran zetas o del cártel del Golfo, y hoy pueden ser marinos o militares y no sabemos. Se mueren personas en fuego cruzado o ejecutados, y si son los del gobierno no hay a quien decirle nada", lamentó el hombre.
Antes de continuar su camino, habló también una mujer de unos 40 años. Luego de confesar que uno de sus hijos murió en una balacera en diciembre del año pasado, reclamó seguridad para los que se rehúsan a dejarlo todo.
“Queremos que haya más seguridad, porque los que se están quedando son las personas de la tercera edad y ellos necesitan seguridad. Ya muchos de ellos no se van a salir por peor que se pongan las cosas, y alguien debe protegerlos”, concluyó, levantó sus bolsas y siguió al grupo hasta que se perdió entre los habitantes y turistas que caminan el centro de Guadalajara al mediodía, cualquier día entre semana.