Amatlán de los Reyes, Veracruz,
21 de abril (SinEmbargo/BlogExpediente).- “Escarben este pozo, aquí los
malandros masacraron harta gente y después les echaron piedras encima”,
señaló un hombre a la Brigada Nacional de Búsqueda, que suplicó que su
identidad fuera enterrada en el olvido. Luego se echó a correr como animal
silvestre y su rastro se borró entre plantíos de café.
Y así
fue, los buscadores nacionales de desaparecidos en Veracruz perforaron
tres metros de suelo terroso, removieron rocas puntiagudas y tabiques de
construcción salpicados de tizne. En el fondo los aguardaban al menos 300
huesos humanos.
Fracciones
de vértebras y costillas cercenadas, paredes de cráneos sucios de lodo, un
pedazo de fémur y otro de cadera, ambos rebasan los 18 centímetros de longitud.
Todos los fragmentos, violentados por llamaradas que ardieron en terrenos de
cañaverales.
Se
trata de un exterminio que, el informante calcula, sobrepasa la docena de
cadáveres. Por lo pronto, en 200 centímetros de profundidad pestilente a diesel,
fueron recolectados siete cierres de pantalón y retazos de tela que,
presuntamente, se encajaron en los huesos más resistentes de las víctimas, el
día que fueron calcinados.
“Aquí
pasaron cosas horribles, en este lugar nadie tuvo piedad y a todos cocinaron”,
emitió uno de los líderes brigadistas con voz entrecortada. Luego propuso al
grupo rezar por sus familiares, que recién habían sido escupidos por los
sembradíos de la comunidad El Provenir, Córdoba, Veracruz. A 20 minutos del
centro histórico de la ciudad y sus tardes bohemias con aroma a café.
El encuentro entre vivos y
muertos provocó tristeza y llanto. Sin embargo, los líderes brigadistas
aseguraron: “Esta vez la Fiscalía General del Estado no nos va a salir con
estupideces de que son pedazos de madera. No pisarán estos terrenos. Ya nos
traicionaron una vez y perdieron nuestra confianza. Ahora veremos si al
Gobierno federal le interesa”.
Fue el
resultado en el día 12 de la Primera Brigada Nacional de Búsqueda, en Veracruz.
La doceava fosa clandestina en la tierra del Gobernador, Javier Duarte de
Ochoa. Los anónimos refieren que el radio de 1 kilómetro sirvió como cementerio
para el grupo de Los Zetas. Además, aseguran que existen otros 20 puntos donde
permanecen apiladas las víctimas del crimen organizado.
“BUSCAMOS
TESOROS: NUESTROS DESAPARECIDOS”
Fue la
frase que desprendieron en coro los brigadistas nacionales, antes de iniciar la
jornada de búsqueda en la zona centro del estado. Pareciera que después de
extrañar meses o años a un ser querido, llega el momento en que la muerte
disfrazada de cadáver putrefacto u osamenta cercenada, se convierte, más allá
de una desgracia, en un tesoro.
“Nosotros
le llamamos así, porque encontrar familiares muertos es igual de difícil que
hallar objetos preciosos. Aunque nosotros no obtenemos riquezas, más bien,
salimos a arriesgar la vida para regresarle la tranquilidad a una madre o un
padre”, comparte Juan Carlos Trujillo, representante de la Organización no
Gubernamental, Red de Enlaces Nacionales.
Posteriormente,
partió un convoy de tres vehículos particulares con familiares de
desaparecidos a bordo, custodiados por elementos de la Policía Federal y la Comisión
Nacional de los Derechos Humanos.
El
contingente llegó hasta el punto señalado como “caliente”. Los rastreadores
comenzaron a caminar por los terrenos de zafra. Enterraban sus varillas y olían
la punta en busca de olores podridos, pero no había resultados. Fue cuando una
persona se acercó con disimulo, se dirigió a uno de los comisionados de la
búsqueda y emitió con seguridad:
“Por
ahí donde andan buscando no hay nada. Están un poquito lejos. Venga conmigo, yo
lo llevaré hasta donde hay muertos”.
BASTÓ
CAVAR TRES METROS…
Y allá
fueron, a la zona de Los Paredones, en la comunidad de El Porvenir, Córdoba,
Veracruz. A la zona únicamente acudieron tres personas, incluyendo al
informante. La visita de avanzada demoró al menos 60 minutos.
“Ya
estamos muertos en vida, desde que desaparecieron a nuestros familiares. No
tenemos nada qué perder”, si acaso, la única filosofía que pudo haber animado a
los brigadistas a acudir al punto. Sin armas, ni señal telefónica. Sólo la
necesidad por encontrar a los suyos.
Uno de
los líderes de búsqueda regresó asustado con el grupo y dijo: “el amigo me
llevó hasta el punto. Me dice que hay unos 20 puntos sospechosos, pero que en
dos pozos, me asegura, encontraremos cadáveres. Luego pasó gente por el lugar,
se puso nervioso y salió corriendo. Lo último que dijo es que tenía miedo y
mucho”.
Los
buscadores encomendaron una oración por el anónimo y decidieron acudir al pozo
señalado. Un campo plagado de hoyos que nada tienen que ver con el cultivo de
caña y café que se produce en el terreno, aseguran los expertos brigadistas.
Cavidades
de al menos tres metros de profundidad, rellenadas con rocas de cerro. La
herramienta y el tiempo se tornaban insuficientes, así que sumaron esfuerzos
unas 30 personas y perforaron el pozo; hermanos, madres, padres y abuelos.
Todos cimbraron el pico y removieron la tierra con las palas. El tesoro, como
ellos lo llaman, estaba dos metros bajo tierra, entre lombrices y raíces de
árbol.
Una
mañana húmeda con rastros de lluvia que enlodó las botas, los tenis y el ropaje
entero de los brigadistas, quienes trabajaron tres horas seguidas a ras del
lodo hasta que las piedras filosas se terminaron. Fue cuando el café de la
tierra se tiñó de color negro cenizo; una oscuridad fúnebre. Tonalidades de
aniquilación y salvajismo.
Las
palas fueron retiradas del lugar y la gente en el fondo de la zanja pidió
guantes y caretas, pues habían llegado hasta un reguero de fragmentos óseos
carbonizados. Y luego de condensar el proseguir de la diligencia, el grupo
decidió escarbar 30 centímetros más.
“Buscaremos
con cuidado un poco más abajo, no le daremos oportunidad a la Fiscalía de que
nos salga con estupideces y digan que no son de humano”, emitió con firmeza
Mario Vergara, de Los Otros Desaparecidos.
No
fueron necesarios ni 30 centímetros, pues el primer gran hallazgo fue el fémur
de unos 20 centímetros de largo. Su aspecto dejó gélidos a los presentes. Luego
de acostumbrarse a ver pedazos de seres humanos no mayores a cinco centímetros,
el tamaño del fémur significaba un tesoro verdadero.
Pues
con base en una consulta ante el Equipo Mexicano de Antropología Forense,
(EMAF), la pieza ósea, de estar en buen estado, puede arrojar la identidad de
la persona finada.
Luego
del hallazgo el dolor no se hizo esperar, la gente entrelazó sus manos y oraron
por el eterno descanso de las personas que habían perdido la vida allí, tal y
como el informante lo había asegurado.
Al
final de la jornada se extrajeron al menos 300 fragmentos óseos. Fracciones de
vértebras y costillas cercenadas, paredes de cráneos sucios de lodo, un pedazo
de fémur y otro de cadera, ambos rebasan los 18 centímetros de longitud.
Los
familiares de desaparecidos determinaron que la custodia del lugar y el estudio
del terreno se solicitará a la Policía Científica de la Policía Federal, lo
anterior ante la desconfianza declarada a la Fiscalía de Luis Ángel Bravo
Contreras.
Así
culminaba el antepenúltimo día en la agenda de la Primera Brigada Nacional de
Búsqueda, en Veracruz. Sin embargo, Mario Vergara, uno de los representantes
del movimiento asegura que la estancia se podría prolongar por tiempo
indefinido. “No nos iremos hasta que todo este horror tengo como mínimo, la
recompensa de regresar estos huesos con sus familias” finalizó.
Así
terminaba el día 12 de estancia para los buscadores de los estados más
violentos del país; Morelos, Chihuahua, Coahuila, Guerrero, Sinaloa, hoy
concentrado en el estado que consideran más los necesita: Veracruz. Juntos, han
hallado 12 cocinas clandestinas, una cavidad con muerte en el fondo por día.
SinEmbargo/BlogExpediente