Noam Chomsky
Autoridades de Río de Janeiro, Brasil, ordenaron el pasado día 14 levantar cerca de 65 toneladas de peces que murieron por los bajos índices de oxígeno en la laguna Rodrigo de Freitas, debido a la contaminaciónFoto Reuters |
Hay capitalismo y
luego el verdadero capitalismo existente. El términocapitalismo se usa
comúnmente para referirse al sistema económico de Estados Unidos con
intervención sustancial del Estado, que va de subsidios para innovación
creativa a la póliza de seguro gubernamental para bancos demasiado-grande-para-fracasar.
El sistema está altamente
monopolizado, limitando la dependencia en el mercado cada vez más: En los
últimos 20 años el reparto de utilidades de las 200 empresas más grandes se ha
elevado enormemente, reporta el académico Robert W. McChesney en su nuevo libro Digital
disconnect.Capitalismo es un término usado ahora comúnmente para
describir sistemas en los que no hay capitalistas; por ejemplo, el
conglomerado-cooperativa Mondragón en la región vasca de España o las empresas
cooperativas que se expanden en el norte de Ohio, a menudo con apoyo
conservador –ambas son discutidas en un importante trabajo del académico Gar
Alperovitz. Algunos hasta pueden usar el término capitalismo para
referirse a la democracia industrial apoyada por John Dewey, filósofo social
líder de Estados Unidos, a finales del siglo XIX y principios del XX. Dewey
instó a los trabajadores a ser los dueños de su destino industrial y
a todas las instituciones a someterse a control público, incluyendo los medios
de producción, intercambio, publicidad, transporte y comunicación. A falta de
esto, alegaba Dewey, la política seguirá siendo la sombra que los grandes
negocios proyectan sobre la sociedad. La democracia truncada que Dewey
condenaba ha quedado hecha andrajos en los últimos años. Ahora el control del
gobierno se ha concentrado estrechamente en el máximo del índice de ingresos,
mientras la gran mayoría de los de abajo han sido virtualmente
privados de sus derechos.
El sistema
político-económico actual es una forma de plutocracia que diverge fuertemente
de la democracia, si por ese concepto nos referimos a los arreglos políticos en
los que la norma está influenciada de manera significativa por la voluntad
pública. Ha habido serios debates a través de los años sobre si el capitalismo
es compatible con la democracia. Si seguimos que la democracia capitalista
realmente existe (DCRE, para abreviar), la pregunta es respondida
acertadamente: Son radicalmente incompatibles. A mí me parece poco probable que
la civilización pueda sobrevivir a la DCRE y la democracia altamente atenuada
que conlleva. Pero, ¿podría una democracia que funcione marcar la diferencia?
Sigamos el problema inmediato más crítico que enfrenta la civilización: una
catástrofe ambiental. Las políticas y actitudes públicas divergen marcadamente,
como sucede a menudo bajo la DCRE. La naturaleza de la brecha se examina en
varios artículos de la edición actual del Deadalus, periódico de la
Academia Americana de Artes y Ciencias.
El investigador Kelly
Sims Gallagher descubre que 109 países han promulgado alguna forma de
política relacionada con la energía renovable, y 118 países han establecido
objetivos para la energía renovable. En contraste, Estados Unidos no ha
adoptado ninguna política consistente y estable a escala nacional para apoyar
el uso de la energía renovable. No es la opinión pública lo que motiva a la
política estadunidense a mantenerse fuera del espectro internacional. Todo lo
contrario. La opinión está mucho más cerca de la norma global que lo que
reflejan las políticas del gobierno de Estados Unidos, y apoya mucho más las
acciones necesarias para confrontar el probable desastre ambiental pronosticado
por un abrumador consenso científico –y uno que no está muy lejano; afectando
las vidas de nuestros nietos, muy probablemente. Como reportan Jon A. Krosnik y
Bo MacInnis en Daedalus:Inmensas mayorías han favorecido los pasos
del gobierno federal para reducir la cantidad de emisiones de gas de efecto
invernadero generadas por las compañías productoras de electricidad. En 2006,
86 por ciento de los encuestados favorecieron solicitar a estas compañías o
apoyarlas con exención de impuestos para reducir la cantidad de ese gas que
emiten... También en ese año, 87 por ciento favoreció la exención de impuestos
a las compañías que producen más electricidad a partir de agua, viento o
energía solar. Estas mayorías se mantuvieron entre 2006 y 2010, y de alguna
manera después se redujeron. El hecho de que el público esté influenciado por
la ciencia es profundamente preocupante para aquellos que dominan la economía y
la política de Estado. Una ilustración actual de su preocupación es la enseñanza
sobre la ley de mejora ambiental, propuesta a los legisladores de Estado por el
Consejo de Intercambio Legislativo Estadunidense (CILE), grupo de cabildeo de
fondos corporativos que designa la legislación para cubrir las necesidades del
sector corporativo y de riqueza extrema. La Ley CILE mandaenseñanza equilibrada de
la ciencia del clima en salones de clase K-12. Laenseñanza equilibrada es
una frase en código que se refiere a enseñar la negación del cambio climático,
aequilibrar la corriente de la ciencia del clima. Es análoga a la enseñanza
equilibrada apoyada por creacionistas para hacer posible la enseñanza
deciencia de creación en escuelas públicas. La legislación basada en
modelos CILE ya ha sido introducida en varios estados.
Desde luego, todo esto
se ha revestido en retórica sobre la enseñanza del pensamiento crítico –una
gran idea, sin duda, pero es más fácil pensar en buenos ejemplos que en un tema
que amenaza nuestra supervivencia y ha sido seleccionado por su importancia en
términos de ganancias corporativas. Los reportes de los medios comúnmente
presentan controversia entre dos lados sobre el cambio climático. Un lado
consiste en la abrumadora mayoría de científicos, las academias científicas
nacionales a escala mundial, las revistas científicas profesionales y el Panel
Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC). Están de acuerdo en que el
calentamiento global está sucediendo, que hay un sustancial componente humano,
que la situación es seria y tal vez fatal, y que muy pronto, tal vez en
décadas, el mundo pueda alcanzar un punto de inflexión donde el proceso escale
rápidamente y sea irreversible, con severos efectos sociales y económicos. Es
raro encontrar tal consenso en cuestiones científicas complejas. El otro lado
consiste en los escépticos, incluyendo unos cuantos científicos respetados –que
advierten que es mucho lo que aún se ignora–, lo cual significa que las cosas
podrían no estar tan mal como se pensó, o podrían estar peor. Fuera del debate
artificial hay un grupo mucho mayor de escépticos: científicos del clima
altamente reconocidos que ven los reportes regulares del PICC como demasiado
conservadores. Y, desafortunadamente, estos cientí- ficos han demostrado estar
en lo correcto repetidamente. Aparentemente, la campaña de propaganda ha tenido
algún efecto en la opinión pública de Estados Unidos, la cual es más escéptica
que la norma global. Pero el efecto no es suficientemente significativo como
para satisfacer a los señores.
Presumiblemente esa es
la razón por la que los sectores del mundo corporativo han lanzado su ataque
sobre el sistema educativo, en un esfuerzo por contrarrestar la peligrosa
tendencia pública a prestar atención a las conclusiones de la investigación
científica. En la Reunión Invernal del Comité Nacional Republicano (RICNR),
hace unas semanas, el gobernador por Luisiana, Bobby Jindal, advirtió a la
dirigencia que tenemos que dejar de ser el partido estúpido. Tenemos que
dejar de insultar la inteligencia de los votantes. Dentro del sistema DCRE es
de extrema importancia que nos convirtamos en la nación estúpida, no engañados
por la ciencia y la racionalidad, en los intereses de las ganancias a corto
plazo de los señores de la economía y del sistema político, y al diablo con las
consecuencias. Estos compromisos están profundamente arraigados en las
doctrinas de mercado fundamentalistas que se predican dentro del DCRE, aunque
se siguen de manera altamente selectiva, para sustentar un Estado poderoso que
sirve a la riqueza y al poder.
Las doctrinas oficiales
sufren de un número de conocidas ineficiencias de mercado, entre ellas el
no tomar en cuenta los efectos en otros en transacciones de mercado. Las
consecuencias de estas exterioridadespueden ser sustanciales. La actual
crisis financiera es una ilustración. En parte es rastreable a los grandes
bancos y firmas de inversión al ignorar el riesgo sistémico –la
posibilidad de que todo el sistema pueda colapsar– cuando llevaron a cabo
transacciones riesgosas. La catástrofe ambiental es mucho más seria: La
externalidad que se está ignorando es el futuro de las especies. Y no hay hacia
dónde correr, gorra en mano, para un rescate. En el futuro los historiadores
(si queda alguno) mirarán hacia atrás este curioso espectáculo que tomó forma a
principios del siglo XXI. Por primera vez en la historia de la humanidad los
humanos están enfrentando el importante prospecto de una severa calamidad como
resultado de sus acciones –acciones que están golpeando nuestro prospecto de
una supervivencia decente. Esos historiadores observarán que el país más rico y
poderoso de la historia, que disfruta de ventajas incomparables, está guiando
el esfuerzo para intensificar la probabilidad del desastre. Llevar el esfuerzo
para preservar las condiciones en las que nuestros descendientes inmediatos
puedan tener una vida decente son las llamadas sociedadesprimitivas: Primeras
naciones, tribus, indígenas, aborígenes. Los países con poblaciones indígenas
grandes y de influencia están bien encaminados para preservar el planeta. Los
países que han llevado a la población indígena a la extinción o extrema
marginación se precipitan hacia la destrucción. Por eso Ecuador, con su gran
población indígena, está buscando ayuda de los países ricos para que le
permitan conservar sus cuantiosas reservas de petróleo bajo tierra, que es
donde deben estar. Mientras tanto, Estados Unidos y Canadá están buscando
quemar combustibles fósiles, incluyendo las peligrosas arenas bituminosas
canadienses, y hacerlo lo más rápido y completo posible, mientras alaban las
maravillas de un siglo de (totalmente sin sentido) independencia energética sin
mirar de reojo lo que sería el mundo después de este compromiso de
autodestrucción. Esta observación generaliza: Alrededor del mundo las
sociedades indígenas están luchando para proteger lo que ellos a veces llaman los
derechos de la naturaleza, mientras los civilizados y sofisticados se burlan de
esta tontería. Esto es exactamente lo opuesto a lo que la racionalidad
presagiaría –a menos que sea la forma sesgada de la razón que pasa a través del
filtro de DCRE.
(El nuevo libro de Noam Chomsky esPower Systems:
Conversations on Global Democratic Uprisings and the New Challenges to U.S.
Empire. Conversations with David
Barsamian)
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