En el tema de la seguridad, el gobernador Javier Duarte de Ochoa es contradictorio, como el candil de la calle y la oscuridad de su estado, seguro él y sus allegados y que el pueblo que se cobije, si puede, en el primer árbol que encuentre.
Duarte se descompone cuando se publica que hay grupos de autodefensa o policías comunitarias en territorio veracruzano y lo niega como si su existencia en ciertas regiones fuera algo pecaminoso o motivo de vergüenza o descalificación.
En cambio, Javier Duarte vive sus miedos entre nubes de guaruras. Al gobernador lo rodea una veintena de guardaespaldas, armados hasta los dientes, que impiden su cercanía con el pueblo; con logística militar y trepado en camionetas blindadas.
Para él y para los funcionarios de su gobierno, para su familia y para sus más allegados, el gobernador Duarte de Ochoa no escatima recursos ni sabe si al cuidarle el espanto se descuida la seguridad de los veracruzanos.
Duarte tiene escolta; Karime Macías, su esposa, tiene escolta; sus hijos tienen escolta; los secretarios de su gobierno, que no dan una, también traen escolta.
Cuando celebró el primer Grito de Independencia del régimen duartista, tuvo la infeliz ocurrencia de invitar a sus amigos de generación, los de la Ibero, a que lo vieran arengar al pueblo y desde palacio se escuchara su chillante voz recordando a los héroes que nos dieron patria. Los trajo en avión chárter, los hospedó en el Howard Johnson de Xalapa y convirtió el hotel en un bunker con un mar de guaruras. Para ellos hubo seguridad de sobra, la que no se le da a la sociedad.
Tampoco escatima para promover alegremente —lo que seguramente ha de costar una millonada— que a él y a su gobierno le sean entregados “premios internacionales” en materia de transparencia, seguridad y gobernabilidad, premios tan patitos como las famosas águilas CyP que les venden a los comerciantes.
Y con ese mismo entusiasmo, pero con rabia, ordena furiosas emboscadas contra organizaciones, ciudadanos o periodistas que cuestionan y critican la angustiosa realidad que viven millones de veracruzanos.
Tomando como ejemplo el municipio de Las Choapas, donde gobierna el mejor guerrero de la fidelidad, el alcalde Renato Tronco, su familia y sus socios en los negocios forjados con recursos municipales, viven rodeados de una nube de policías y patrullas a sus servicios. Mientras tanto, la ciudadanía se encuentra desprotegida y se ve obligada a pagar veladores nocturnos ante la ausencia de patrullaje en la ciudad.
En la zona rural de este municipio, que es el segundo en extensión territorial y que colinda con los estados de Chiapas y Tabasco, los ejidatarios han formado sus grupos de vigilancia para tratar de mantener el orden en sus comunidades, al grado que aplican sus propios correctivos a quienes inciden en actos delictivos.
El tramo carretero Las Choapas-Ocozocoautla es considerado a nivel nacional como la zona más peligrosa para el tráfico terrestre, donde cotidianamente se registran asaltos y muertes, lo mismo contra automovilistas que contra autobuses y camioneros. Asaltantes y unidades enteras con mercancía se esfuman en los caminos rurales de esta peligrosa zona.
Las guardias civiles han aparecido en el norte de Veracruz; en el rumbo de Maltrata y Ciudad Mendoza, en la colindancia con el estado de Puebla; en la zona rural de Las Choapas, y ahora cerca de Tlalixcoyan, a 55 kilómetros del puerto de Veracruz.
Surgen por la incapacidad de la policía para contener a la delincuencia, común u organizada, y peor aún, por la complicidad de las autoridades con las mafias que violan la ley. En ese rubro, la población se asume inerme, desprotegida, y se organiza para vigilar y preservar su integridad y sus bienes, similar a lo que ocurre en Michoacán, Guerrero y Oaxaca.
Sin embargo, el gobernador Duarte no lo entiende así. Se descompone cuando los medios de comunicación difunden la aparición de guardias civiles, que justo es decir, hasta ahora no se sabe que anden armadas, sino que patrullan, observan y dan aviso a la policía si perciben que algo amenaza a la comunidad.
Su gobierno, el secretario de Seguridad Pública, el secretario de Gobierno o la vocera del gobernador, salen a desmentir que en Veracruz haya grupos de autodefensa. El término“policía comunitaria” los pone locos, les provoca reacciones desfasadas, condenas como la de Gerardo Buganza que descalificó al fotógrafo que captó a las guardias civiles del predio El Inglés, cerca de Tlalixcoyan, de quien dijo pagó para que le posaran la foto y sugirió que debía ser encarcelado. Buganza resume en su persona el sello de este gobierno: el deseo de reprimir, castigar y encarcelar. Desde luego, cuando se desató el escándalo, no les quedó más que pedir disculpas y meter la cabeza en la tierra.
Para Duarte de Ochoa, que el pueblo se dé por bien servido con la infame seguridad que se le brinda; que acepte que las policías estatales y municipales los repriman, los traten como delincuentes y los encarcelen; que apruebe a esas policías corruptas, las que les filtren información al crimen organizado, a los traficantes de droga, a los que se dedican al secuestro y a la extorsión. O sea, que el pueblo dé por buena a una policía que no sirve a la sociedad.
Eso, a los ojos del gobernador Javier Duarte, es lo que el pueblo tiene, se merece y es lo que tiene que aceptar. Pero cuando la sociedad se cansa, se organiza, se autodefiende, se vigila y preserva su integridad, el gobernador de Veracruz se irrita y niega de palabra lo que en los hechos ya es una realidad: las guardias civiles o grupos de autodefensa existen.
Son contrastes ingratos: la seguridad concentrada en el círculo de gobierno y en los amigos del gobernador, mientras el pueblo se halla a merced del hampa. Por eso han surgido las policías comunitarias, como una respuesta social, aunque Javier Duarte se empeñe en negarlo.
Tapar el sol con un dedo no es bueno. Más bien es un ejercicio inútil.
FUENTE: PLUMAS
LIBRES
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