Escrito por Jorge Meléndez Preciado
Luego de una nueva estancia en Harvard- la segunda a costa de nuestros impuestos- donde realmente no hizo nada sino pergeñar un libelo que le traerá más respuestas que adhesiones, Felipe Calderón regresó a México para hacer un itinerario por radiodifusoras y televisoras que le están agradecidas por los anuncios obtenidos y los favores dispensados. Incluso se presentó en un club de empresarios para hacer bromas sosas y hasta macabras ante la complacencia de los invitados, algunos que le gritaban: “¡Presidente!”, igual que sus corifeos a Vicente Fox.
En unas cincuenta páginas aborda lo que resultó más importante en su sexenio, la guerra contra el narcotráfico que luego, por recomendación publicitaria, llamó de otra manera. Pero deja de lado, obviamente, los más de 80 mil asesinados, los incontables niños que están sin familia, las decenas de miles de desplazados y los innumerables mexicanos que no encontraron justicia sino represión incluso de las fuerzas mal llamadas del orden.
Para quien ridículamente se vistió de militar- igual les puso el uniforme a sus hijos: un gesto patético y absurdo-, él no hizo sino atender las solicitudes de gobernadores que le pidieron apoyo para combatir al narcotráfico. Pero resultó que su accionar fue contrario a lo esperado ya que aumentaron los cárteles en el país, se elevó el consumo de la droga entre los mexicanos, la intervención de los Estados Unidos se dio abiertamente (Iniciativa Mérida) y los policías como Genaro García Luna hicieron grandes negocios, cometieron enormes violaciones a la ley y se enriquecieron de forma desmedida.
Calderón el pequeño, como lo bautizaron varios analistas al inicio de su administración, hoy dice que en el PAN hay signos de degradación y descomposición moral sin límites. Pero la caricatura de (Toño) Helguera (La Jornada, 15 de agosto) lo pinta muy bien: en tanto critica a sus socios de partido, a quienes otorgó negocios y prebendas, se abraza de la muerte haciendo uno más de sus pésimos chascarrillos.
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