Por: Lilia Arellano
A partir de hoy nuestro país se ha convertido en el reino de la
incertidumbre. Cualquier opinión que pretenda recogerse hablara de la ignorancia
sobre el futuro, de la realización de cualquier evento que, como los que se han
visto en las últimas fechas carezca de antecedentes en todos los renglones,
ámbitos y terrenos. No hubo un solo punto del territorio nacional en el cual no
se presentaran los actos de solidaridad y de protesta por los acontecimientos
que tomaron un nombre: Ayotzinapa, pero que son producto de muchas otras
inconformidades que van desde las que se presentan en los bolsillos hasta las
que hablan de pérdidas irreparables, de ausencias incomprensibles, de dudas
sobre existencias, de un futuro que de manera alguna garantiza mejores estadios
de vida o de progreso. Como en el pantano, cada día nos hundimos más y la
entrega de los recursos con los que se cuenta se ha convertido en una “cena de
negros”.
Anoche,
pasadas las 22 horas, cuando la fuerza pública decidió invadir la plancha del
Zócalo capitalino, del espacio que le pertenece a los ciudadanos, que no es de
invasión, que significa un punto de reunión que garantiza la seguridad de todos
y para todos, para sus manifestaciones, para las protestas, para la diversión,
para las celebraciones, se presentó la imagen menos esperada, la lucha desigual
de unos contra otros. De los armados y de los desarmados. De los que tienen el
dolor y la razón de su lado y de los que solo cumplen órdenes, cierran los ojos
y esperan una compensación monetaria por lo que ayer estuvieron dispuestos a
ejecutar. Esta jornada nacional ejemplifica el hartazgo y es, al parecer, un
punto de partida. El rumbo sigue siendo la gran interrogante.
No
solo se trata de la vestimenta en color obscuro, sino de la actitud de los
mexicanos que no parece que se encuentren dispuestos a soportar más farsas,
engaños, simulaciones y promesas que nunca se cumplen, por más notarios que
emitan una fe pública que, por cierto, nunca supervisan que se cumpla. Las
concentraciones fueron multitudinarias, inesperadas para el propio gobierno que
encontró en el campo militar el refugio para hacer llegar el mensaje de la
división entre el desfile cívico-deportivo-militar que se llevaba a cabo en
esta fecha de conmemoración de la Revolución Mexicana. El 20 de noviembre
llevaba como etiqueta la reconciliación de los revolucionarios, de los
rebeldes, con las fuerzas armadas gubernamentales, México es uno y los mexicanos
sus propietarios.
Ayer
fue el día en el que los militares estuvieron a recibir sus preseas,
reconocimientos, ascensos, de manos del gobierno al que han jurado respaldar y
respetar y el pueblo… ese estaba fuera de contexto, considerado como una
amenaza, como el desestabilizador de una paz social que ha sido, durante las
últimas décadas totalmente ficticia. Miles y miles se presentaron, salieron a
las calles, inundaron las avenidas más importantes de cada punto de nuestra
geografía, de Norte a Sur, de un extremo a otro. Hubo la intención de tomar el
aeropuerto capitalino, el del DF, el que conecta a nuestro país con el resto
del mundo; sin embargo algo sucedió que, en principio, los llevo a rechazar que
tuvieran que retirarse del lugar a bordo de los vagones del Metro, los cuales
ponían a su disposición de manera gratuita.
Ahí
estaban más de 500 sujetos que, encapuchados, pretendían reventar las protestas
de manera violenta. “Casualmente” la policía atrapó a 15 de ellos, es decir al
3 por ciento, cuando los uniformados integraban un contingente de varias
centenas. Es a partir de ese momento cuando se crea la conciencia entre los
marchistas de que las infiltraciones de grupos de choque están a la vista y que
la pretensión es provocar la violencia para que el gobierno federal tenga
argumentos para justificar la violencia que dicen debe evitarse y un
aplastamiento de la sociedad como en ningún otro tiempo, ni siquiera durante el
mandato de Díaz Ordaz se generó.
Las
marchas en Nuevo León, en Guerrero, en Michoacán, Jalisco, Quintana Roo,
Chiapas, Veracruz, Baja California, Sonora, Coahuila, Durango, Colima,
Chihuahua, Sinaloa, Tamaulipas, Hidalgo, Oaxaca, Aguascalientes, Estado de
México, sirvieron de ejemplo para subrayar que siendo la República Mexicana un
mosaico diversos en costumbres, forma de vida y subsistencia, en materia
económica y social totalmente distintas, se unieron en una marcha que va en
sentido contrario a lo expresado por el titular del Ejecutivo en esta misma
fecha. Y a ella se unieron también los telefonistas, los electricistas,
organizaciones de derechos humanos, de distintos rubros que han buscado
beneficiar a la población en distintas áreas ante la incapacidad del gobierno
para hacer frente a sus obligaciones.
Enrique
Peña Nieto hablo de un país que esta “dolido”, y señaló que la única vía es la
de la paz y la justicia, puesto que “atentar contra las instituciones es
atentar contra los mexicanos”. Sus expresiones siguen alimentando la
inconformidad ya que paz y justicia es la demanda generalizada que es
obligación del gobierno garantizarle a los ciudadanos y es exactamente lo que
hasta ahora no se ha visto con todo y que han transcurrido dos años en los que
las reformas que solo hablan de ingresos y dinero han ocupado un lugar
prioritario en tanto que la sociedad se hunde.
“En
un estado democrático como el nuestro, es inaceptable la violencia, cualquier a
que sea su origen”, señaló al tiempo en el que los medios extranjeros señalaban
una marcha nacional que llevó a cientos de miles de mexicanos a las calles en
forma pacífica. De ahí que quedara al descubierto que los intentos de violencia
fueron los de los grupos de choque que cobran en las nóminas gubernamentales.
Agregó que “los mexicanos rechazamos categóricamente cualquier intento de provocarla
y alentarla”. De ser así ¿Por qué no pregunta a cuál de los integrantes de su
gabinete se le ocurrió la brillante idea de reventar estas manifestaciones y
quien o quienes ofrecieron todas las seguridades a los gobernadores que
“pusieran orden en sus Entidades” si se provocaban incidentes peligrosos?
Estas
expresiones surgieron dentro del Campo Militar, en donde habló de que “cuando
algunos elementos de las Fuerzas Armadas incumplen su deber es desafortunado
que se señale a toda una institución que en innumerables ocasiones ha probado
su amor, entrega y lealtad de México”. Y siguió con una serie de calificativos
en honor del general Salvador Cienfuegos lo cual marca que es con las fuerzas
armadas con las que cuenta realmente para poder enfrentar las crisis, es decir,
con el autoritarismo uniformado y en cumplimiento de órdenes.
Con
el transcurrir de una marcha de la cual usted tendrá muchos pormenores que
hablan incluso de la solidaridad mostrada en muchos países del mundo como
Alemania, Cuba, España, Puerto Rico, se tuvieron momentos de gran tensión. Hubo
represión y no se detuvieron con todo y que sabían que existían 100 visitadores
de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. De ahí que cerca de las 9 de la
noche se iniciaron actos contra el inmueble emblemático del país, el Palacio
Nacional, que son rechazados en su autoría por los activistas quienes
manifestaron una y otra vez su preocupación por la inexistencia de “condiciones
para garantizar y respetar el derecho a la protesta nacional”.
Para
los ahí congregados es claro y visible que los grupos de choque, los “halcones”
los hombres que antes portaban guantes blancos fueron enviados para desvirtuar
todas estas protestas que tienen base y que son producto del hartazgo al que se
llegó cuando secuestraron y tienen desaparecidos a los 43 normalistas. Señalan
que antes de ellos hay otras decenas de niños que fallecieron víctimas de un
incendio en Hermosillo, los de la guardería ABC, y que de este hecho los
políticos se han hecho cómplices de los asesinos para no culpar a nadie, como
si tal evento hubiese surgido solo. Contemplan además los daños que sufren los
que sobrevivieron y a los que, durante un tiempo los utilizaron como escudo
para después abandonarlos.
Por
ello es que afirman que prevalece “la simulación en un contexto de anormalidad
institucional, corrupción e impunidad en zonas del país con total ausencia del
Estado de Derecho y sin vigencia de gobernabilidad democrática”. Agregan que
las autoridades –y especialmente Peña Nieto- exigen aquello que no cumplen,
demandan civilidad y apego a la Ley, cuando ellas han hecho de la ilegalidad
algo cotidiano y de la legalidad un discurso vacío cuando se trata de sus
obligaciones. Ayotzinapa, dijeron, dejó al descubierto las fallas
institucionales incapaces de dar seguridad y justicia, generando que las
movilizaciones aumenten como vía de reclamo y exigencia social y como forma de
control democrático directo sobre los poderes públicos.
Para
no pocos mexicanos esta fecha es un parteaguas, el día en el que el gobierno
mostró temor a los ciudadanos al tiempo que les envió a los uniformados para
contener lo que sigue siendo capaz de reconocer: los daños de una política
errática. Son ya dos años y no se ve que los cambios se presenten ya que se
mantienen los discursos con las mismas expresiones que hablan del ejercicio de
las justificaciones yno de la presencia de soluciones.
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