Juan García Barañado
En nuestro primer artículo acerca de los
levantamientos populares de Túnez, veíamos con preocupación que el proceso
abierto, no estaba yendo precisamente en dirección a conseguir la liberación
del pueblo tunecino, debido a que, tan pronto como las fuerzas rebeldes
comenzaron a ganar posiciones, la derecha tunecina, tuvo la capacidad para
movilizar a la clase media y llevarla detrás de sus propios objetivos, al
extremo de haber a la caía de Ben Ali, constituido un gobierno
provisional formado paradójicamente, casi en su totalidad por gente de la
derecha, incluidos ex altos funcionarios del gobierno de Ben Alí,
entre los cuales, el ex ministro Beji Caid Essendi, designado como Primer
Ministro luego de la caída de otro notorio benalista Ghannouchi. Lo
propio ocurrió en Egipto, en donde la estructura conservadora de las fuerzas
armadas, constituidas en Consejo Supremo, tomaron las riendas del Poder ante la
caía de Moubarak y organizaron el Estado conforme a las necesidades
y los requerimientos de las “nuevas clases dominantes” constituidas por la
tecnocracia egipcia vinculada con el neoliberalismo, de tal manera que, en
cumplimiento de su rol bonapartista, como Poder fáctico detrás de bambalinas,
asumen la administración del Estado en crisis, hasta que las nuevas condiciones
restablezcan las condiciones de dominación de la burguesía proimperialista
egipcia. A las puertas de la caía de Gadafi, las fuerzas rebeldes que se han
apoderado de varias ciudades importantes y sobre las áreas “liberadas”, la
derecha egipcia ha organizado el Estado basado en la clase media, la
tecnocracia neoliberal y proimperialista y los restos de la estructura
gadafiana como uno de los ex ministros de ese régimen, Moustafa Abdel Jalin,
Abdul Fattah Younes, ex ministro del Interior de Gadafi, así como Jalifa
Hifter, designado como Jefe Militar del Ejército Libre de Libia. Las juventudes
movilizadas por la incipiente izquierda, como protagonistas principales del
alzamiento van quedado fuera de la nueva estructura del Poder respaldada mayoritariamente
por la derecha neoliberal y proimperialista que ha pavimentado el camino para
la invasión de la OTAN a Libia, precisamente, como consecuencia de la falta de
una oposición democrática orgánica. Esta alianza de derechas, está en espera
que la OTAN termine con las tareas encomendadas por el Imperialismo, para
asaltar el Poder en nombre del pueblo, en defensa de sus intereses de clase,
con lo que el rol de la juventud y esa izquierda marginal de la que hemos
hablado, quedarían irremediablemente marginados.
El problema de los levantamiento, no se detuvo en
Tunez, ni en Egipto, ni Libia: le siguieron Yemen, Baherin y Marruecos. A
partir de las revueltas de África del norte, paradójicamente, España a las
puertas de la vieja Europa, parece sufrir los mismos síntomas que llevan a las
masas populares de los Estados tercermundistas de algunas de las que fueron sus
colonias, en este mundo capitalista globalizado, también se pronuncia en una
especie de eco de los escenarios y los argumentos de los norafricanos: falta
de trabajo para los jóvenes, pésimas condiciones salariales, inseguridad
alimentaria, deficiente seguridad social, discriminación, cansancio de la falsa
democracia de las élites por las que las masas encumbran sobre sus hombros a la
nueva fracción de la clase dominan para que administren el Estado clasista, y
cansancio de las élites, objetivos gracias a los cuales, “espontáneamente”
inmensas masas de jóvenes a los cuales se suman otras generaciones, ganan los
espacios públicos de Madrid para manifestar su descontento colectivo. Los
grandes ausentes, son los partidos tradicionales de la izquierda y a los
grandes sindicatos. Pero la ola de las indignaciones, no se detiene: como un
gigantesco tsunami, arrasa todo cuanto se pone a su paso. Las juventudes de
Italia, han comenzado a manifestar descontento y a pesar de la prensa oficial
no refleja (aun) estos acontecimientos, es posible que todo se les pueda ir de
las manos.
Lenin en su folleto “Que hacer”, hizo una severa
reflexión con referencia al espontaneismo como corriente política que creía que
se puede hacer la revolución social, sin necesidad de una vanguardia política y
solo gracias a las acciones espontáneas de las masas. En nuestro Artículo
“SOLIDARIDAD CON EL PUEBLO DE LIBIA”, en base a las informaciones fraccionadas
que nos traía el Internet, afirmábamos que: “Estad revolución sin líderes,
puede llevar a los pueblos del Magreb, además de Egipto, a despertar a la
dolorosa realidad transformada en una gran frustración”. Nuestro análisis fue acertado
y se confirma con lo que actualmente ocurre en Túnez y Egipto, seguido de Libia
que aun se debate en la incertidumbre de un régimen que se ha aferrado al Poder
para salvaguardar sus privilegios de casta y un proceso
revolucionario que se ha carcomido como consecuencia de las veleidades
gadafianas.: ¿no han demostrado las fuerzas armadas su naturaleza bonapartista
y sobre todo su naturaleza de guardiana de los intereses de la clase
dominante? Las masas, cansadas de la dominación discriminadora de
las castas tribales dominantes, la falta de trabajo sobre todo para los jóvenes
mayores de 18 años, el problema de la pérdida de capacidad adquisitiva de los
salarios, salieron a las calles movidos por todos esos elementos que
han constituido la frustración colectiva y la pérdida de fe en el “statu quo”.
Ninguno de estos tres países, es decir, Túnez, Egipto ni Libia, tiene un
verdadero partido revolucionario que pudiera haber acaudillado el movimiento
conforme a un programa, ni el Partido Comunista que para sobrevivir, tiene que
convivir con el fundamentalismo musulmán, cuya cuyas doctrina, está
asentada en gran manera, en una estructura de privilegios tribales y de castas.
Las estructuras de lo que se puede llamar izquierda, han estado fuertemente
penetradas por la mentalidad caudillista de las castas tribales y no pudieron
resolver el problema de su unidad ideológica frente a las masas, ni siquiera al
frente de la insipiente clase obrera. La izquierda norafricana, a pesar que de
que haber sido la generadora de la agitación, no tuvo la capacidad de
constituirse en la guía ideológica de las masas, ni de interpretar
correctamente sus motivaciones. Todo degenera en un movimiento espontáneo sin
dirección ni programa.
África del Norte es una estructura social compleja
y como Estados, los países de la región del Magreb, han reflejado esa
complejidad. En realidad está compuesta por Estados compuestos por multitud de
“mini Estados” representados por tribus y clanes familiares, cuyo acción
hegemónica, de una u otra forma, distorsionan las relaciones de dominación de
clases en la etapa imperialista del capitalismo y mantiene sus contradicciones,
en una especie de limbo antidialéctico, dominado por el variadas corrientes
religiosas fundamentalistas, desde las más reaccionarias, como la Hermandad
Musulmana, hasta fracciones democráticas. Esta sociedad patriarcal, de clanes y
tribus como pequeños Estados, que basan su Poder político en la calidad de su
poder económico administrado incluso al margen del Estado, forman el complejo
feudal-burgués por delegación, de acuerdo con el peso específico de esos
“Estados” paralelos. En esta sociedad peculiar, si bien las clases sociales
están claramente diferenciadas, esta especificidad tiene más un
fundamento religioso-racial que la justifica y que justifica también
el poder económico y el modo de vida parasitario de los jeques,
distantes de la cuestión hegemónica del Poder como una globalidad detentada por
una fracción dominante de la clase dominante, a la que se encentra sometida la
sociedad en su conjunto. La clase trabajadora propiamente tal, es víctima de
una cultura de dominación y d sometimiento. Por eso, en estas clases dominadas,
discriminadas y estamentizadas, la conciencia de clase, apenas se
constituye como un reflejo tardío.
La lucha de clases no tiene la fuerza ni las
connotaciones que tiene en los Estados occidentales, sin que eso quiera decir
que no haya lucha de clases, sino que más bien esta lucha, deformada por su
cultura fundamentalista, no encuentra una forma moderna de expresión
revolucionaria de clases en los sindicatos o en los partidos. La lucha de
clases es una categoría específica que está presente en todo el desarrollo de
la historia de la sociedad dividida en clases, desde el
descubrimiento de la propiedad privada y tiene que producirse en todas las
sociedades, bajo una forma u otra. En ciertas etapas de la historia, la lucha
de clase, como en las sociedades esclavistas o en la feudalidad se manifiesta
en forma distorsionada y difusa, consecuencia un reflejo difuso de conciencia.
La conciencia de clase solo se puede manifestar en plenitud, como consecuencia
de la acción del partido revolucionario a la luz del materialismo
dialéctico. Un hecho que es
constante en la historia de la lucha de clases, es que, en todas las
sociedades, la clase dominante ha buscado la defensa de su calidad
de clase dominante y la preservación de las condiciones que generan su
condición dominante, por medio de la violencia desde el Estado. De esta manera
la violencia es una de sus formas de expresión de la dominación de clase y por
ende, de la lucha de clases.
Volviendo a nuestro análisis del espontaneismo,
veremos que Lenin en su “Qué hacer” dice que el espontaneismo es una
manifestación de la debilidad y la falta de conciencia de los dirigentes
revolucionarios. El espontaneismo sostiene que son suficientes las condiciones
objetivas para comenzar a producir acciones políticas. Los hechos en la
historia revolucionaria de los pueblos, nos han demostrado que la espontaneidad
se produce, cuando las masas no se han elevado al nivel del programa del
partido revolucionario o cuando la dirección revolucionaria no tiene la
capacidad de propalar correctamente la ideología revolucionaria para sacar a
las masas de la lucha inmediatista economista por reivindicaciones materiales,
para conducirla, de acuerdo a la temperatura de los acontecimientos, a la lucha
por objetivos políticos. Solo así podrá ganarse a las masas y se constituirán
en su portavoz.
El espontaneismo, es una muestra de la falta de una
dirección política consciente. El espontaneismo como práctica empírica, recula
cuando sus objetivos inmediatos se hallan satisfechos o cuando la represión del
Estado puede asestar un golpe contra las direcciones difusas de esos movimientos
y no puede prever las condiciones para transformarlo en un movimiento político.
Es cierto que algunas veces los movimientos espontáneos de masas pueden
producir incluso la caída de un gobierno; pero lo que no pueden hacer, es
transformar el movimiento espontáneo en una insurrección, porque no tienen
vocación de Poder y porque por su naturaleza, terminan por llevar agua al
molino de la derecha que está al acecho y que es quien se beneficia, haciendo
algunas concesiones por la vía de la “apertura democrática”. Eso ocurrió en los
movimientos de octubre del 2003 en el Alto. Por eso se agotan
pronto y después de un período de agitación, se extingue tan
rápidamente como han surgido. Dos errores se han de deducir de estas
experiencias: la primera, la falta de una dirección consciente, la
segunda, la falta de un plan y ambos dos, como consecuencia de la falta de
asimilación práctica de la teoría revolucionaria. La falta de estos dos
elementos, deben terminar como terminan los movimientos espontáneos: en una
total derrota. No puede haber práctica revolucionaria sin teoría
revolucionaria.
Los conflictos de febrero y de octubre del 2003,
nos dieron una muestra fresca de lo que es el espontaneismo en las masas.
Durante los alzamientos populares, no hubo un partido político con vocación de
poder que tuviera la capacidad de convertir el movimiento espontáneo de las
masas, en un proceso insurreccional revolucionario. La falta de un
partido revolucionario, permitió a la derecha reconstituirse y neutralizar la
crisis. Pero si bien no hubo un partido “strictu sensu”, los
alzamientos no dejaron de contar con cierta forma de vanguardia difusa que
actuó como cabeza del movimiento. A contrapelo de la sacralización de los
espontanismos a ultranza, vemos que los conflictos sociales,
necesitan, en las condiciones que fuera, de ciertos elementos
desencadenantes sin los cuales no se puede explicar el problema del
espontaneismo. Decíamos que El Alto era un conglonerado social complejo,
“abigarrado” como diría Marx, conglomerado compuesto de tres elementos
explosivos: por una parte los rebalses de la clase media urbana de La Paz
aglutinados en la Ciudad Satélite, los contingentes de mineros “relocalizados”
portadores de una formación y una experiencia política del cuño del viejo Partido
Comunista o el trotskismo y como no, del viejo MNR de la época revolucionaria,
y las masas de campesinos empobrecidos que forman para de los nuevos cinturones
de pobreza de los centros urbanos más grandes. A pesar del efecto de la
relocalización que no solo buscaba destruir la vanguardia del
sindicalismo proletario minero, sino sobre todo, “desproletarizarlos”, estas
masas eran portadoras de la experiencia de lucha proveniente de un largo
período de formación e ideologización que los marcó para toda su vida. Los
hechos de febrero y octubre del 2003, vieron levantarse de las cenizas en las
conciencias de esos viejos obreros, como el ave Fenix, al luchador. Estos
hombres y sus hijos, que también, de una u otra forma han sido alumnos de la
escuela de las luchas mineras, salieron a las calles, en forma anónima y
prendieron juego a la indignación de los alteños. No fueron la dirección en el
término estricto de la palabra, pero fueron la mecha. Esta lección de realidad
política nos muestra que aun los movimientos sociales más “espontáneos”
necesitan que, además de las condiciones materiales, de las condiciones
objetivas, de un elemento desencadenante que se materializa en los hombres más
esclarecidos para desencadenar la “espontaneidad”, así como los grandes incendios
requieren de un foco que puede ser un palo de fósforo, para desencadenas la
devastación. No existe espontaneismo puro ni en la naturaleza, ni en la
sociedad, ni en el pensamiento. Todo tiene su antecedente y su fuente.
La lucha de clases es una categoría histórica que
está presente en todo el desarrollo de la sociedad dividida en
clases, desde el descubrimiento de la propiedad privada y se produce bajo una
forma u otra. Pero una cosa es fatalmente constante: las clases dominantes desarrollan
en este procedo de lucha de clases, encubierta o no, la violencia estatal como
un medio de defensa de su calidad de clase dominante y la preservación de las
condiciones que generan su condición dominante. La violencia es una forma de
expresión de la dominación de clase y por ende, de la lucha de clases. El
espontaneismo, decía Lenín, es una forma de manifestación del empirismo que
sostenía que eran suficientes las condiciones objetivas para determinar la
naturaleza de la lucha y que por tanto, eran contrarias no solo al partido,
sino contrarias del desarrollo de la lucha ideológica, como una herramienta
revolucionaria de educación de las masas y de elevación de la conciencia
refleja, en conciencia de clase. Los hechos en la historia revolucionaria de
los pueblos, nos han demostrado que la espontaneidad surge cuando la conciencia
de las organizaciones revolucionarias no han alcanzado a elevar a las masas a
la altura del programa del partido revolucionario, o cuando las direcciones
revolucionarias no han alcanzado a interpretar correctamente la génesis de la
crisis y que en ambos casos, esta falencia, es una falencia de las
direcciones revolucionarias que solo puede ser superada por la educación y la
capacitación política revolucionaria.
Pero, si no existe una vanguardia revolucionaria,
las masas se sumirán en la inactividades esperando que la mano bienhechoras del
partido las despierte?: No. Incluso antes que la luz del pensamiento de Marx
descubriera la naturaleza de la lucha de clases, antes del “Manifiesto Comunista”,
las masas ya tuvieron sus luchas y habían movido el carro de la historia en
dirección a la modificación de sus condiciones materiales de vida. Caso
contrario, no hubiera transitado la historia desde el esclavismo al feudalismo
y de ésta al capitalismo. Las transformaciones sociales ocurrieron dentro de
las limitaciones históricos de los propios actores y sus circunstancias. No
pudo haber aparecido un Carlos Marx a promover la resolución social en el
feudalismo, porque no se habían producido las condiciones materiales que
justificaran la modificación de las relaciones de producción y porque la
sociedad no había producido, como consecuencia de sus relaciones de producción,
una clase totalmente desposeída de los medios de producción y que no tuviera otro
“bien”, que su fuerza de trabajo para venderla en forma de mercancía, en los
mercados.
La tarea del Partido, es vincularse a las masas
y sentir sus necesidades para reflejarlas en un plan de acción, de
un programa. Es cierto que, en determinadas condiciones, primero se configura
un escenario de crisis debido a las condiciones materiales de explotación. La
sabiduría del Partido, radica precisamente en hacer un diagnóstico correcto de
los acontecimientos que configuran un momento histórico y sobre esa percepción,
plantear un plan de acción. La historia está llena de hechos sociales
espontáneos que solo produjeron sangres y derrotas a los movimientos sociales:
los hechos de la Patagonia chileno-argentina a comienzos del siglo XX
protagonizado por el anarquismo, los levantamientos de 1968 en París, o
más cerca, los hechos de octubre de 2003 del que hemos hablado y que produjeron
la caída del régimen de Sánchez de Lozada, los levantamientos de África del
Norte, en todos esos casos, el factor común fue la gran frustración que siguió
a esos acontecimientos. Hoy, más de seis meses después de los acontecimientos
de Tunez, el fenómeno de los movimientos espontáneos, sigue a la deriva y los
espacios abiertos por las masas espontáneas, están siendo copados por las
propias clases dominantes bajo la instrumentalización del
imperialismo. Si no alcanzamos a organizar el partido
revolucionario, si no alcanzamos a ver en el marxismo, no un dogma ni un
recetario, sino un método dialéctico para utilizar sus herramientas teóricas
para responder a los retos del siglo XXI, habremos claudicado como generación y
habremos traicionado nuestra herencia revolucionaria.
Juan García Barañado.
Junio de 2011.
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