por Miguel Torres 25 octubre, 2018
Los grupos
evangélicos son un nuevo actor en la vida política latinoamericana y se han
propagado sagazmente en cada país logrando una inédita influencia, ganando
terreno al monopolio que había ostentado el catolicismo desde hace siglos. Su
poder crece día a día como contracara al avance de los movimientos feministas,
de las minorías sexuales e identidad de género, con un discurso conservador,
autoritario y totalizador.
La crisis
de representatividad de los partidos ha ayudado al incremento de las instituciones
religiosas neopentecostales y a que estas puedan entrar fácilmente en el tejido
social y actuar desde ahí como “salvadores” de la fe, la vida y la política.
En una
investigación del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG),
titulada “Iglesias evangélicas y el poder conservador en Latinoamérica”,
se establece que el evangelismo explota políticamente su gran despliegue
mediático, gracias a sus propias emisoras, canales de televisión y redes
sociales, que deja en desventaja a los demás candidatos del sistema político,
ayudadas de una "gran capacidad económica ligada al aporte-convicción de
sus feligreses" y son fervientes "defensores del neoliberalismo y la
sociedad de consumo".
Por ello
que la participación de las iglesias evangélicas en la política latinoamericana
crece y alimenta las facciones políticas de la ultraderecha para impulsar su
agenda conservadora, a través de candidatos propios o entregando el apoyo a
quienes promuevan sus principios, definiendo algunas veces el resultado de elecciones
y presionando en la toma de decisiones.
En América Latina han crecido
de manera peligrosa y este peligro no es abstracto. En Colombia los evangélicos
contribuyeron a la victoria del No a los acuerdos de paz en el plebiscito
sobre la paz en el 2016. La mención a los derechos LGBT en las
negociaciones de paz puso en alerta y movilización a las iglesias y los
pastores. En Costa Rica tras un fallo de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos a favor del matrimonio igualitario, Fabricio Alvarado, periodista y
cantante de música cristiana pasó en primer lugar a la segunda vuelta como
candidato del partido evangélico Restauración Nacional. Y si bien fue
derrotado, pudo aglutinar el 40% de los votos, principalmente de sectores
conservadores, contra la ‘ideología de género’.
Karl Marx
en su libro Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de
Hegel señala que “la religión es el opio del pueblo”, utilizando una
analogía para entender que esta sustancia provoca un efecto analgésico que
ayuda a disminuir el dolor, puede hacer dormir y también puede hacer soñar, lo
que permite escaparse y estar fuera del mundo, situación similar a la que la
religión produce personal y socialmente.
Por su
parte, Clifford Geertz, antropólogo estadounidense, postula que la religión “es
un sistema de símbolos que genera ánimos y motivaciones poderosas, persuasivas
y persistentes en los seres humanos”. Así, su potencial para formular
concepciones no científicas que superan el contexto puramente religioso,
dándole sentido a las realidades sociales, neutralizan la lógica de cómo se
debería tomar decisiones políticas: la razón científica, el sentido común y la
consideración incluyente.
De esto se
aprovechan los evangélicos y sus líderes, que tienen a su libre disposición una
gran cantidad de creyentes-electores, con quienes fundan un vínculo muy rígido
basado en un sistema de símbolos, principios y valores, creando una relación de
poder asimétrica y autoritaria.
El éxito
que el mundo evangélico está teniendo en la vida política se debe a que es un
grupo muy heterogéneo en términos de tipos de iglesias, adscripciones
teológicas y posicionamientos políticos, estableciendo una relación directa
entre la comunión con Dios y el bienestar material, teniendo como terreno
fértil la mayor individualización e identificación por la vía del consumo de
los sectores populares, ayudado por el neoliberalismo que, por su parte,
propaga los mismos principios.
En América
Latina han crecido de manera peligrosa y este peligro no es abstracto. En
Colombia los evangélicos contribuyeron a la victoria del No a los acuerdos de
paz en el plebiscito sobre la paz en el 2016. La mención a los
derechos LGBT en las negociaciones de paz puso en alerta y movilización a las
iglesias y los pastores. En Costa Rica tras un fallo de la Corte Interamericana
de Derechos Humanos a favor del matrimonio igualitario, Fabricio Alvarado,
periodista y cantante de música cristiana pasó en primer lugar a la segunda
vuelta como candidato del partido evangélico Restauración Nacional. Y si bien
fue derrotado, pudo aglutinar el 40% de los votos, principalmente de sectores
conservadores, contra la ‘ideología de género’.
En
República Dominicana, Perú y México los evangélicos han organizado marchas en
contra del movimiento LGBT. En Guatemala, la religión evangélica prácticamente
ha alcanzado al catolicismo, cuyo gobierno es presidido por Jimmy Morales, un
humorista y teólogo evangélico, que en sus discursos exhibe aires de
predicador.
En Brasil
el poder evangélico reside en el Congreso y ha tomado la forma de un frente
evangélico que reúne a los parlamentarios que profesan esa religión, quienes
todos los miércoles por la mañana se reúnen en una sala plenaria para rezar
juntos, entonando cantos y plegarias. Son los mismos que influyeron decisivamente
en la caída de Dilma Rousseff mediante un golpe parlamentario y han posicionado
a Jair Bolsonaro como un candidato presidencial fuerte, utilizando sus medios
para crear una campaña de terror y mentiras contra Fernando Haddad.
En Chile
están creciendo de a poco y la débil “bancada evangélica” no ha logrado influir
en la toma de decisiones y en las políticas públicas. Sin embargo, hay que
mirarlos con recelo y desconfianza, porque al igual que en otros países
intentarán penetrar las esferas políticas con el fin de imponer su agenda
ultraconservadora, utilizando a sus pastores con un discurso de populismo
religioso, más radical y de mayor alcance.
En
política es necesaria la diferencia ideológica, sin embargo, cualquier religión
con aspiraciones y ambiciones políticas se opone a los ideales y fundamentos de
la democracia. Y en este sentido, los evangélicos suponen un riesgo para el
desarrollo de una sociedad moderna y pluralista, porque forman parte de una
avanzada contra los nuevos tiempos y procesos que se viven en la región, en que
se debate sobre el feminismo, el matrimonio igualitario, el aborto, la
identidad de género y derechos de minorías LGTBI, coartando libertades e
imponiendo su visión conservadora.
- El
contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva
responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea
editorial ni postura de El Mostrador.
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