Por: José Miguel Cobián
Un país que presume de católico. Un país donde el 98% de la población se dice seguidor de la doctrina de Cristo. Un país de hipócritas, irresponsables y mentirosos.
Su nombre es lo menos importante. Tiene cáncer en etapa terminal, el vaso, el hígado, la matriz, el estómago ya sucumbieron al mal. Le hicieron una cirugía del cuello al pubis, para ver que tenía, pues los médicos no se explicaban su malestar. La abrieron, vieron y la cerraron. Ahora solo queda esperar la muerte.
Su realidad es, ha sido y fue la de muchos mexicanos, hombres y mujeres, que con dignidad y estoicismo soportan lo insoportable. Hoy sabemos que padece desnutrición crónica. Que quedó viuda muy joven, sin estudios y con tres hijos. Que sus hijos no han sabido apreciar el esfuerzo de la madre, o la madre no ha sabido hacerlo entender a sus hijos. El varón, brillante estudiante, avanza en su carrera y la deja a medias por un problema escolar. Hoy vive de jugar poker en internet. La hija menor embarazada, madre soltera, 21 años, sin terminar estudios universitarios. La mayor trabaja y vive metida al cien por ciento en filosofías precolombinas, pues allí encontró una forma de ver la vida que el cristianismo no le proporcionó.
Historias como la de que hoy llega a su casa sin un centavo, pues no hubo ingresos en su trabajo, y su madre comparte con ella una comida de la cocina económica de la esquina. Sus hijas tienen quince pesos para comer tacos de comida y cena. No hay más dinero, no hay más recursos.
Ella entiende como dignidad que es mejor pasar hambre, que pedir caridad a familiares y amigos. Muchos de ellos en su misma situación. Tiene años que sabe que tiene cáncer, pero no está asegurada y el seguro popular no la atiende sin dinero, ella necesita pagar sus medicinas pero no hay con qué. Ha dejado avanzar su mal sin preocupar a nadie, prefiere vivir sus momentos felices, los pocos que le queden, sin angustiar a nadie. Un día le dirán adiós, no hay que anticipar vísperas.
No puede comulgar, tuvo una relación con un hombre casado, de la cual no se arrepiente. Fue lo mejor que le pasó en su vida. Siempre respetó a la esposa y la familia de él, pero el amor se interpuso y ella se dejó llevar. Sabe que ningún sacerdote le dará el perdón si no se arrepiente. Pero, cómo arrepentirse de lo mejor que ha tenido en su vida de privaciones y sufrimiento.
Vive sus últimos momentos sin la preocupación de llegar al cielo o al infierno. Su filosofía de vida es otra, y no cree en las iglesias. Sabe que algunos dicen que no hay que intervenir en asuntos de gobierno. Otros son instrumentos del poder para controlar a la población. Muy pocos tratan de verdad en tener el reino de Dios en la tierra. No ha visto en toda su vida que alguien se preocupe por reducir el sufrimiento de los pobres en México. Hoy son cincuenta y dos millones.
Sabe que hay muchos mexicanos como ella, desnutridos, sin esperanza de una vida mejor, con familias desintegradas, con patrones de desgracia que se reproducen generación tras generación, y sabe que ¨la gente bien¨, los mira no como iguales, sino como los ¨otros¨ a los que hay que adoctrinar, esos ¨otros¨ que sirven cuando reciben algún mendrugo de pan, o alguna ayuda ocasional para justificar la conciencia de ¨la gente bien¨. Entiende que el remedio está muy por encima de su capacidad, y que los que pueden mejor la vida de millones de personas, prefieren tener sus fundaciones dónde apoyan con migajas, mientras tienen sus empresas que explotan de manera sistemática. Prefieren defender sus privilegios a costa del sufrimiento de millones, y para ello se confabulan los poderes económicos, los poderes políticos, los poderes eclesiásticos y el resto de los poderosos de México, para que todo siga igual.
Ella espera morir y descansar en unos días. Y tú amable lector ¿Qué esperas para cambiar México?
@jmcmex