Todos los días, 23 mexicanos mueren en el País a causa del hambre y la desnutrición… casi uno por hora.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), entre 2000 y 2011, más de 102 mil 568 personas perdieron la vida por deficiencias nutricionales, un promedio de 8 mil 547 al año.
Desde 2004, la desnutrición representa la decimotercera causa de muerte en México.
Los más afectados, según el Inegi, son los adultos mayores y los niños: el 75 por ciento de las defunciones se concentra entre personas de 65 años y más, mientras que el 7 por ciento ocurre en menores de un año.
Ésta es la peor consecuencia del hambre que padecen más de 21 millones de mexicanos que viven en pobreza alimentaria, según el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social.
Definida por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura como el resultado de “una prolongada ingestión alimentaria reducida y/o absorción deficiente de los nutrientes consumidos”, la desnutrición afecta a entidades con altos niveles de marginación, como Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Puebla y Veracruz.
Pero también golpea a entidades con mayor desarrollo, como Jalisco, el Distrito Federal y el Estado de México.
Según la organización Un Kilo de Ayuda, la prevalencia de desnutrición crónica en la población infantil es del 12.5 por ciento, pero se eleva al 37.4 cuando se calcula entre población infantil indígena.
Las consecuencias, según la misma asociación, pueden ser retardo en el crecimiento y el desarrollo psicomotor, disminución en la capacidad de trabajo físico y en el desempeño intelectual en edad escolar y la propensión a enfermedades como obesidad, diabetes e hipertensión.
A pesar de estas estadísticas, el presupuesto para los programas destinados a revertir esta situación registró incrementos mínimos en los últimos años.
Actualmente existen seis estrategias gubernamentales destinadas a combatir, de manera específica, el hambre y la desnutrición: Abasto Social de Leche, Abasto Rural, Desayunos Escolares, Atención a Jornaleros Agrícolas, Oportunidades –en sus componentes Salud y Desarrollo Social– y Apoyo Alimentario.
En el sexenio anterior, el presupuesto para dichas acciones pasó de 24 mil 404 millones de pesos en 2007 a 27 mil 129 millones en 2012, un aumento de 11 por ciento.
A estos programas, que hasta el momento no han logrado abatir el problema, se sumará una estrategia que el nuevo Gobierno presentará esta semana bajo el nombre de Cruzada Nacional contra el Hambre, anunciada por el Presidente Enrique Peña el 1 de diciembre.
EL ROSTRO DE LA MISERIA
Ella es Fabiola, una niña indígena de Xochistlahuaca, Guerrero, que sufre desnutrición. Por esta causa, aunque tiene 4 años, aparenta 2. De su ropa sucia y holgada asoma una panza abultada que su madre, Rufina, atribuye a los parásitos del agua.
Son las 6:00 de la tarde y, para ella y su familia, aún no llega la hora de la comida, que será la única del día. El desayuno –una taza de café y una tortilla recalentada– fue a las 6:00 de la mañana. Desde entonces, Fabiola no ha probado alimento.
Y el panorama pinta peor: su padre, de 58 años, no halla trabajo y el telar que su madre cose cada semana apenas permite sumar 20 pesos a la economía familiar.
Sugiere la FAO reorientar apoyos
La Cruzada contra el Hambre y la Pobreza Extrema, que lanzará este lunes el Presidente Enrique Peña Nieto, enfrenta los retos de lograr una articulación efectiva de los numerosos programas que ya operan, y combinar los subsidios a familias en situación de carencia con apoyos que reactiven la producción en las comunidades, advierte Nuria Urquía, representante en México de la FAO.
La estrategia, sostiene en entrevista la especialista de Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), debe redirigir adecuadamente los recursos sin aumentarlos.
Para un país como México, dice, resulta viable plantearse la meta de lograr en seis años la seguridad alimentaria, a condición de mantener la voluntad política de hacerlo y garantizar una coordinación de esfuerzos en la práctica, y no sólo en el papel.
“Lo que hemos visto en el anteproyecto de decreto de la Cruzada contra el Hambre es que tiene un enfoque adecuado. Coordina todas esas actividades que tenían que haber sido ya coordinadas en el pasado. No hay programas nuevos, son programas que ya existen, pero de lo que se trata es de rediseñarlos, reorientarlos para que incidan primero sobre la misma población, y segundo, que tengan un objetivo común”, comenta.
“El problema que ha habido hasta ahora es que las secretarías han manejado los programas independientemente, y es muy importante que exista una cabeza común que los coordine”.
El objetivo de “hambre cero”, señala, es aplaudible y coincide con la ambiciosa meta que se ha fijado la propia FAO, más allá de lo que originalmente era el Objetivo del Milenio, de reducir a la mitad en 2015 el hambre registrada en 1990.
México, detalla, tiene niveles de desnutrición menores al 5 por ciento, por lo que su situación es mejor que la del resto de Latinoamérica; pero en contraste, sí tiene altos niveles de desigualdad que se reflejan en la pobreza: 1 de cada 4 mexicanos no tiene suficientes ingresos para adquirir la canasta básica, y en el ámbito rural la proporción puede llegar a 5 ó 7 de cada 10.
Con información de Itxaro Arteta
FOTO RODRIGO CRUZ, DISEÑO RQP / redesquintopoder.com