Le sobra razón al cineasta Alejandro González Iñárritu al haber
dicho lo que dijo al recibir el Oscar a mejor director. Los mexicanos no nos
merecemos el “gobierno” que tenemos, porque no nos sirve a nosotros sino a
intereses extranjeros, como lo quisieron los conservadores el siglo XIX y tener
la osadía de ofrecerle el trono de un imperio de pacotilla a Maximiliano de
Habsburgo. Esta es la gran tragedia que vivimos los mexicanos de hoy,
enfrentados como estamos a poderes fácticos decididos a hacer de nuestro
territorio una colonia de nuevo cuño que sirva de modelo al resto de América
Latina en el presente siglo.
Los
terribles problemas que estamos viviendo, que con estricta lógica horrorizan al
Papa Francisco, son consecuencia de la traición a la patria de un grupo de
tecnócratas leales a los grandes intereses trasnacionales, motivo por el que la
realidad nacional es cada vez más monstruosa y degradante. Los hechos
cotidianos que vivimos la mayoría de ciudadanos así lo testimonian, por eso
sale sobrando la demagogia de la burocracia dorada que encabeza formalmente
Enrique Peña Nieto. Obviamente, sería mucho mejor incluso para él mismo que se
quedara callado, pero al igual que la dirigencia del PRI, le gusta burlarse de
la sociedad con palabras cínicas y vacías.
¿Acaso
no es una burla decir lo siguiente?: “La democracia fortalece la transparencia
y la rendición de cuentas y, sobre todo, hace y obliga a que las autoridades
respondan a las necesidades de las grandes mayorías, no a los intereses de unos
cuantos”. ¿No es precisamente lo que se ha estado haciendo hace tres décadas,
“responder a los intereses de unos cuantos”?
Es
oportuno señalar que los mexicanos que triunfan en el extranjero, lo hacen por
esfuerzos propios, no por una política de Estado que lo favorezca. En la
industria cinematográfica esta verdad es más contundente, porque uno de los
primeros objetivos de la Casa Blanca, en el que coincidió plenamente Carlos
Salinas de Gortari, fue acabar con el cine mexicano. Se empeñó en lograrlo
durante su sexenio, desmanteló el sector paraestatal de la industria y hasta
quiso desaparecer los Estudios Churubusco, los más importantes de América
Latina.
De
ahí la insensatez que significan las palabras siguientes de Peña Nieto: “Como
país… hoy nos ocupa, precisamente, sembrar las mejores condiciones, trabajar
por que nuestro país tenga los mejores espacios, para que cada individuo pueda
escribir sus historias personales de éxito, para que cada individuo pueda
encontrar los espacios idóneos y óptimos para construir un sendero de triunfo y
de realización personal”. Nadie, ni siquiera las personas más desinformadas del
país, pueden creerle que las historias personales de éxito se logran gracias a
la “semilla” que está sembrando el grupo en el poder. Lo que todos sabemos, es
que lo que está sembrando la alta burocracia, no es otra cosa que odio social y
violencia, por las condiciones tan injustas, inmorales y caóticas que impuso a
su forma de dirigir a las instituciones del Estado.
Se
salieron con la suya, los miembros originales del grupo tecnocrático formado y
liderado por José María Córdoba Montoya, de entregar los principales recursos
del país a las grandes trasnacionales, de poner fin al Estado comprometido con
la sociedad nacional, de sembrar profundas semillas de corrupción que será muy
difícil erradicar. Lo lograron sin muchos esfuerzos, porque se hicieron del
poder con todo el apoyo de la Casa Blanca y de los poderes fácticos nacionales
y trasnacionales. Pero han sido tan desmesurados sus abusos, tanta la
corrupción, tanto el saqueo a la nación, como en ningún otro país de la tierra,
que ellos mismos están poniéndose límites. No porque así lo quieran, sino
porque se fueron grandes.
El
sistema que fundaron hace treinta y dos años ya dio todo de sí, creyeron que
con las reformas estructurales el camino quedaría libre para imponer una
dictadura sin violencia, con una población convertida en una masa de zombis,
pero los abusos del modelo a nivel global también han hecho que el esquema no
sea tan color de rosa, como se imaginaban. Así lo demuestra la realidad, por
eso no cabe el desaliento ni la desesperanza, sino un positivo interés en
enfrentar sin caer en provocaciones la caída del modelo saqueador que sigue
vivo.