Hace 20 años la economía mexicana
sufrió una de las peores crisis en su historia. Hoy el gobierno de Peña Nieto
busca conmemorar los hechos de aquel episodio con una nueva crisis, de mayor
intensidad y profundidad. A cada paso que da, con cada declaración oficial y
con cada nuevo hecho de represión y provocación, como el fin de semana pasado
en Chilpancingo, el gobierno muestra su ira y sus preferencias.
La crisis política parecía dominar el escenario nacional. Pero hoy se yergue el
espectro de un colapso económico y, como hace 20 años, el epicentro es la
devaluación del peso. Hoy como ayer las presiones devaluatorias son una muestra
de la bancarrota del modelo económico impuesto por gobiernos entreguistas. Por
eso es importante algo de historia para repasar las lecciones del colapso
económico de 1994.
El brutal ajuste cambiario en diciembre de 1994 fue presentado como un
resultado desafortunado de los errores cometidos en diciembre por la
administración de Zedillo. El corolario de esta manera de ver las cosas sería
que el modelo neoliberal podría seguir su curso siempre y cuando se pudiera
evitar la repetición de los descuidos y tropezones de diciembre 1994.
El único error de diciembre fue el de
todos aquellos que creyeron que la impericia y la tontería de un puñado de
arrogantes funcionarios de los gobiernos de Salinas y de Zedillo habían
provocado la debacle.
En realidad, el colapso de 1994 fue
una crisis macroeconómica desatada por las contradicciones e inestabilidad
inherente al modelo neoliberal. Las fuerzas macroeconómicas que condujeron a
esa crisis están relacionadas no sólo con la brusca apertura comercial, sino
con la desregulación de la cuenta de capitales de la balanza de pagos que abrió
la puerta al capital financiero y convirtió a la economía mexicana en un
espacio para la especulación.
Las otras caras del modelo neoliberal
ya se venían gestando desde el gobierno de Miguel de la Madrid: reducción de la
inversión pública en salud, educación y en todos los rubros directamente
relacionados con una política de desarrollo. Al mismo tiempo, la agricultura y
la industria sufrían desde 1989 el embate de la apertura comercial. El Tratado
de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) fue la puntilla, marcando el
remplazo del proyecto de industrialización por el ánimo maquilador y llevando a
México a competir con China en una carrera que llevó del salario mínimo al
mínimo salario.
El eje de la política monetaria,
crediticia y cambiaria neoliberal siempre es la estabilidad de precios. Para
lograr este objetivo se ha optado por mantener el peso mexicano sobrevaluado.
El tipo de cambio se convirtió así en el ancla del sistema de precios
relativos. A lo largo del sexenio de Salinas el déficit en la cuenta corriente
se fue incrementando, pero en lugar de devaluarse, el peso mexicano se fue
fortaleciendo. ¿Cómo fue eso posible? Porque la liberalización financiera
permitió la entrada indiscriminada de capitales de corto plazo y esa inversión
en cartera condujo a la apreciación del tipo de cambio. La otra cara de este
proceso es la acumulación de “reservas” que son una forma de financiamiento de
corto plazo.
Hoy tenemos un esquema casi idéntico
al de 1994. Sólo que en lugar de “bandas de flotación” para el ajuste cambiario
se puso en pie un sistema de libre flotación del peso. Según los voceros del
régimen, este esquema permite ajustar el tipo de cambio en función de la oferta
y demanda del dólar y otras divisas de referencia. Eso es falso, como lo
demuestra la intervención del Banco de México y como lo prueba el crédito
flexible del FMI para sostener el tipo de cambio.
La crisis mundial de 2008 llevó a la
Reserva federal a una política de adquisición de activos de los bancos con el
fin de inyectar recursos a la economía estadunidense. Al final de cuentas, los
bancos llevaron esa liquidez al terreno de la especulación en el mercado
mundial de divisas y en los llamados mercados emergentes. El caso de México es
revelador. Entre 2006 y 2008 las reservas del Banco de México pasaron de 67 a
73 mil millones de dólares (mmdd). En 2009, cuando la Fed inicia su programa de
flexibilización monetaria, las reservas de México alcanzaban los 83 mmdd, pero
a partir de ese año el crecimiento fue explosivo, pasando los 100 mmdd en 2010,
150 mmdd en 2012 y llegando a los 192 mmdd este mes de diciembre.
La debacle del rublo en Rusia revela
que cualquier alarma puede desencadenar el pánico y las “reservas” se esfuman
tan pronto como entraron. Para México, la combinación de cambios en la postura
de la Reserva federal, el contagio de la debacle del rublo, la caída
persistente del precio del petróleo y la aberrante respuesta del gobierno a los
acontecimientos de Ayotzinapa son la poderosa mezcla explosiva de una nueva
crisis que toca lo más profundo del Estado. El neoliberalismo es sinónimo de
represión y el único error de diciembre es creer que sin modificar ni un pelo
del modelo económico la sociedad mexicana puede tener su “transición
democrática”.
(ALEJANDRO NADAL)
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