TOMADO DE CEDEMA
¡Con la guerra popular! ¡El EPR triunfará!
La
permanencia del ejército burgués en las calles significa la continuidad de la
política de terrorismo de Estado y es expresión de que la lógica capitalista no
se ha trastocado, el “respeto” a los usos y costumbres del ejército burgués es
el sostenimiento de la columna vertebral que sostiene al régimen de explotación
y opresión.
El
perfeccionamiento del aparato represivo no significa mejores garantías para
detener la violencia, representa el fortalecimiento de las instituciones
represivas para ejercer mayor violencia de clase. Se propone desde la cúpula
burguesa, desde los partidos electorales y desde los nuevos administradores del
sistema capitalista mejorar las capacidades técnicas de los cuerpos policíaco
militares, el objetivo es ejercer con mayor precisión y de forma selectiva la
represión e intensificar la opresión contra el pueblo, se intenta eliminar la
voluntad popular de combatir por medio de la violencia de la clase burguesa.
La
continuidad de la permanencia del ejército en las calles y las políticas que
dan fortaleza al Estado policíaco militar son evidencia de que se reproduce la
lógica oligarca y no es capacidad ni voluntad de la nueva administración
resolver las contradicciones capitalistas. Desde los círculos intelectuales
burgueses, la dictadura de opinión, algunas organizaciones serviles al régimen
y politicastros se busca justificar la permanencia de las fuerzas represivas
por parecer “inevitable” y hasta “necesario” para el país, todo en aras de
“salvaguardar la seguridad nacional”.
Más
allá de ver y analizar mecánicamente la salida o permanencia del ejército
mexicano de las calles debemos observar el origen del fenómeno, concretamente
de la violencia y del carácter de las instituciones involucradas en ella.
Carácter de las fuerzas armadas mexicanas Las fuerzas armadas mexicanas (SEMAR
y SEDENA) tienen un origen de clase, son un Ejército burgués que existe para
asegurar el poder económico y político de la burguesía, el ejército representa
la columna vertebral que sostiene con la violencia de clase el poder de la
minoría explotadora. Su formación se da para perpetuar la dictadura del capital
y no para la defensa del pueblo. No es de extrañar que, en los momentos de
crisis económica, por tanto, política, se le otorguen prerrogativas y amplio
campo de maniobra a las fuerzas armadas, privilegios dentro del presupuesto y
“autonomía” en su estructuración y vida orgánica.
Desde
las tres pasadas administraciones federales las fuerzas castrenses ocupan un
papel más visible por las necesidades oligarcas, se busca con su presencia y
actuar mermar el descontento popular, eliminar la voluntad popular de combatir
y acallar la inconformidad contra el régimen.
Son
los que ejecutan el terrorismo de Estado, responsables materiales de los
crímenes de lesa humanidad y propagadores de la violencia contra el pueblo.
Porque la violencia que vivimos es de clase, es violencia burguesa contra la clase
trabajadora. La permanencia en las calles de las fuerzas represivas asegura la
continuidad de la violencia como el instrumento por el cual se aseguran los
planes capitalistas, a esto se debe el incremento exponencial de los crímenes
de Estado donde hay intereses extractivos.
Las
nuevas necesidades del capital monopolista transnacional exigen el
reordenamiento del actuar militar, perfeccionar los mecanismos por los cuales
se aplica la violencia contra el pueblo y enfilar su actuar contra las
posiciones críticas y revolucionarias, por ello no se trastoca su
funcionamiento ni su labor en la presente coyuntura, al contrario, se busca
darles mayores herramientas técnicas para culminar el proceso de militarización
que vivimos.
Realidad
de las fuerzas armadas y la violencia de clase Este proceso de “transición” a
la izquierda viene a estructurar las tareas castrenses en cuanto al ejercicio
de la violencia reaccionaria. Su origen y desarrollo se encuentra en el Estado
burgués, en sus instituciones y administradores, en conjunto representan el
instrumento de opresión de la clase que detenta el poder. Éste ejerce la
violencia burguesa contra el pueblo, a la vez que administra el poder burgués y
legitima la explotación. Si es el Estado el responsable de la violencia contra
el pueblo ¿es real la posibilidad de que él mismo lo detenga? Se hace evidente
el dicho: el ladrón grita que detengan al ladrón.
Pedir
que la violencia se detenga con mayor intervención del ejército o con el
perfeccionamiento de las fuerzas represivas es un sofisma que guarda detrás de
sí un claro interés de clase, el sometimiento de las masas trabajadoras en
función del capital.
Esta
es la realidad objetiva, independiente de nuestros gustos o deseos, es la
lógica del desarrollo de la propiedad privada como piedra angular del régimen
actual. Sin embargo, desde la dictadura de opinión, los intelectuales ungidos,
mantenidos y promovidos desde las instituciones educativas burguesas, los
políticos de oficio, el reformismo bajo la careta del “civilismo democrático” y
las instituciones del Estado se promueven a las fuerzas armadas como una
institución necesaria para el mantenimiento del orden y la paz “democrática”,
como garantes de la “seguridad nacional” y los intereses del pueblo.
En
síntesis, se promueve el discurso demagógico que justifica la violencia contra
el pueblo. La clase trabajadora debe ser consciente de que el incremento de la
violencia, registradas en las propias estadísticas burguesas, es
responsabilidad directa de las fuerzas represivas; y que todo discurso que no
señale el carácter de clase del ejército burgués conduce a legitimar el Estado
policíaco militar. Los mecanismos de opresión se desarrollan y sus tácticas se
perfeccionan, la capacidad criminal del Estado se generaliza y se ejecuta,
aparentemente, fuera de la institucionalidad burguesa.
Es
la maniobra para crear al enemigo interno para eludir su responsabilidad, por
ello la violencia se imputa al “narcotráfico” y al “crimen organizado”, pero
ambos fenómenos tienen origen desde el Estado. De esta manera se crean
ficticiamente condiciones para imponer y dar continuidad a las políticas
profascistas, la militarización del país y a la violencia reaccionaria del
régimen bajo una careta democrática. Si nuestro análisis se enquista en la posición
que argumenta la existencia de un ente externo al Estado como propagador de la
violencia damos pie a la impunidad, a la continuidad del terrorismo de Estado
como política de gobierno y empujamos a darle una “solución” dentro de la
lógica burguesa.
Argumentos
como el “perdón”, la “verdad” fabricada desde las instituciones burguesas, la
aplicación del estado de derecho, el fortalecimiento del Estado mexicano,
fortalecimiento de la “democracia”, el mejoramiento de los cuerpos policíacos,
la capacitación de las fuerzas militares en conjunto empuja a poner orden a la
violencia burguesa, a limar y acabar con las contradicciones interburguesas en
pos de perfeccionar a las fuerzas represivas para garantizar sus intereses.
El
objetivo es poner “orden” para enfilar la violencia contra todo el pueblo.
Desde las instituciones burguesas es normal que este tipo de alternativas se
propalen, sin embargo, la tragedia se encuentra cuando fuerzas populares se
dejan llevar por ignorancia política o por el dominio oportunista y reformista
en el movimiento popular. En los dominios y reglas de la democracia burguesa y
desde las formas burguesas de hacer política no habrá otra vía más que los
estrechos marcos del estado de derecho burgués y del dominio de los
explotadores y opresores, en esa dirección todo esfuerzo es maniatado a los
intereses burgueses y no saldrá de la lógica capitalista.
La
realidad de violencia y la voluntad popular de combatir La militarización en
México tiene una función política, en momentos de crisis busca mermar las
contradicciones y eliminar la voluntad popular de combatir, es el ejército
burgués el encargado de ejercer la violencia para el control de la población;
por medio de la política del terrorismo de Estado imponen la violencia de
clase, garantiza la imposición del estado de derecho oligárquico, el Estado
policíaco militar y las políticas neoliberales, su continuidad asegura los
intereses de la oligarquía y el capital monopolista transnacional. Este es el
papel de las fuerzas armadas, es el puntal para la realización de las
exigencias imperialista y las necesidades oligarcas. Por ello debe existir
claridad en el pueblo y sus organizaciones sobre el papel que desempeñan las
fuerzas represivas, en específico las fuerzas armadas del Estado burgués,
instrumento para ejercer control e imponer los intereses capitalistas. Ante la
violencia de clase al pueblo debe organizarse en torno a sus intereses;
eliminar toda expresión que conduzca a la conciliación de clase, toda posición
no proletaria que conduzca a supeditar los intereses del pueblo en las vías del
oportunismo y reformismo.
El
pueblo en la medida que avanza en la adquisición de la conciencia política
conoce e identifica a su enemigo de clase, al enemigo común responsable de sus
condiciones paupérrimas de existencia, en esa medida se avanza en la
construcción de los instrumentos políticos y organizativos para enfrentar al
Estado burgués.
El
creciente descontento de las masas debe dar paso a fortalecer la lucha
consciente y decidida contra el capitalismo, de donde se desprende la necesidad
de la creación de organismos de combate popular. Las luchas del pueblo han
enseñado que a la columna vertebral del Estado burgués se le puede derrotar,
que a pesar de la relativa superioridad es posible hacerle frente y frenar su
acción criminal, su impunidad y su carácter opresor.
Al
instrumento que ejerce la violencia burguesa se le debe atajar con la denuncia
y la acción política combativa de las masas, frenar la militarización con la
construcción del poder político de pueblo que se defiende con la acción
revolucionaria armada de las masas, éstas tienen el legítimo derecho a hacer
uso de la autodefensa armada bajo mecanismos de organización proletaria,
desarrollar en todo momento combate político contra el régimen.
¡Con la guerra popular! ¡El EPR
triunfará!
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