Javier
Hernández Alpízar
2 julio 2018 22
Es legítimo que las personas que
votaron por López Obrador celebren su triunfo, en la tercera postulación de su
candidato y tras superar al menos un fraude seguro en 2006 y una “imposición”,
como calificaron la elección de 2012. Es legítima la celebración masiva del
hartazgo contra los gobiernos priistas, panistas y perredistas, corresponsables
de dos sexenios de muerte, violencia, terror, despojo y depauperización contra
el pueblo mexicano. Sin embargo, es falsa la expectativa de que con este
triunfo ha ganado una “izquierda” y falsa la idea de que “se van” PRI, PAN y
PRD. La realidad es muy otra y no podemos ocultarla bajo la estela de euforia
por el triunfo reconocido desde el inicio del conteo de votaciones por el
sistema, en voz de los candidatos de los partidos derrotados.
Para
saber si un proyecto de gobierno será violador de derechos humanos basta con
verlo sobre el papel: el neoliberalismo es violador de derechos humanos porque
bajo las palabras “inversión”, “desarrollo”, “eficiencia”, “infraestructura”,
se esconde la realidad de un modelo de desarrollo depredador del medio ambiente
y causa de despojo, desplazamiento de poblaciones (especial, pero no
únicamente, rurales y sobre todo indígenas), explotación de los trabajadores,
represión de las protestas, luchas y resistencias en defensa del territorio,
los recursos locales, los derechos humanos, y un nefasto etcétera.
Esta
política los mexicanos la conocemos porque la hemos vivido desde el sexenio de
Miguel de la Madrid a la fecha, es decir de 1982 a 2018: 32 años de
neoliberalismo que han dejado, especialmente en los recientes 12 años, miles de
muertos, desaparecidos y la destrucción de la economía local y el despojo
muchos de los recursos del territorio y del pueblo mexicano.
A
pesar de que López Obrador mismo y especialmente su brazo derecho, ya
confirmado como su coordinador de gabinete, Alfonso Romo, han declarado
explícitamente que el neoliberalismo continuará, hay una falsa expectativa y
hasta una ilusión de que esto no es así y de que habrá una política diferente:
en el imaginario social, el estado de bienestar de los años sesentas y
principios de los setenta.
En
su discurso del triunfo, López Obrador expresó claramente que la política
neoliberal continuará, con palabras que podrían haber sido las de cualquier
otro candidato, todos neoliberales:
“Habrá
libertad empresarial; libertad de expresión, de asociación y de creencias; se
garantizarán todas las libertades individuales y sociales, así como los
derechos ciudadanos y políticos consagrados en nuestra Constitución.
“En
materia económica, se respetará la autonomía del Banco de México; el nuevo
gobierno mantendrá disciplina financiera y fiscal; se reconocerán los
compromisos contraídos con empresas y bancos nacionales y extranjeros.”[1]
Dejando
de lado la promesa de “libertad de creencias” (la cual no tendría por qué prometerse
porque en México existe legal y realmente, pero que aquí es un guiño a sus
aliados evangélicos del derechista Partido Encuentro Social), están ahí los
elementos esenciales del neoliberalismo: libertad empresarial, autonomía del
Banco de México, disciplina financiera y fiscal. Es obvio que nadie espera que
se desconozcan los compromisos con bancos, pero la continuidad del
neoliberalismo está expresada en los términos que la desean los grandes
empresarios mexicanos y extranjeros y no son diferentes a un discurso de De la
Madrid, Salinas, Zedillo, Fox o Peña.
De
manera aún más clara que Obrador, si tal es posible, su coordinador de gabinete
y uno de los autores de su Plan de Nación, Alfonso Romo, ha expresado así,
dirigiéndose deliberadamente a los empresarios, la garantía de continuidad del
neoliberalismo y del modelo de desarrollo de los últimos 32 años:
“Los
empresarios piden responsabilidad financiera y se les vas a cumplir más de lo
que creen”, declaró Romo, en entrevista con Forbes México. “Tenemos que dar
toda la certeza. Se necesita mucha inversión. Tenemos que darle todos los
elementos para que los empresarios mexicanos se queden y los extranjeros vengan
a México”.
El
reportero de Forbes preguntó a Romo si apoyarían las Zonas Económicas
Especiales y recibió por respuesta: “Quizá las hagamos más grandes. Todo.
Chiapas, Oaxaca, Guerrero. ¿Qué dejas fuera? No puedes dejar nada fuera”.[2]
Las
Zonas Económicas Especiales, que pueden llamarse también “polos de desarrollo”,
son enclaves de desarrollo colonizador: “Una zona económica especial (ZEE) es
un área geográfica delimitada que ofrece un entorno de negocios excepcional con
el objetivo de incentivar la inversión en dicha zona, teniendo miras a
industrializarla
“Busca
hacer altamente competitivas a las empresas que operan en ellas, mediante
medidas que suelen incluir incentivos fiscales, facilidades al comercio
exterior, beneficios aduaneros, un marco regulatorio ágil y desarrollo de
infraestructura.”
El
modelo de desarrollo de estas Zonas Económicas Especiales es depredador del
medio ambiente y colonizador; amenaza con el despojo y el desplazamiento a
comunidades urbanas, rurales, indígenas y especialmente a los estados más
pobres (en lenguaje desarrollista y neoliberal “atrasados”) como Chiapas,
Oaxaca y Guerrero. Probablemente AMLO cambie de nombre al modelo, pero éste no
dejará de ser violador de derechos humanos individuales y colectivos. Además,
otorga todos los beneficios a las empresas inversoras: incentivos fiscales,
facilidades al comercio exterior, beneficios aduaneros, un marco regulatorio
ágil y desarrollo de infraestructura. Este último incentivo, desarrollo de
infraestructura, implica megaproyectos destructores del territorio y el tejido
social como el Aeropuerto en Texcoco, carreteras, extractivismo, presas y
represas; entre otros, uno muy prometido por AMLO en diversas candidaturas
anteriores: el corredor Coatzacoalcos- Salina Cruz, que conecta, para servicio
de los capitales y mercancías, dos puertos marítimos, y atraviesa muchas
comunidades que serán afectadas; asimismo, el extractivismo minero, canadiense
y otros, que AMLO ha dicho que seguirá permitiendo, pese a que se comporta de
manera criminal, como lo saben los opositores a proyectos mineros. Si revive su
proyecto de un tren de alta velocidad entre México y Centroamérica, prometido
en campañas anteriores, tendría que afectar a comunidades indígenas
chiapanecas, incluidas las zapatistas. Ningún gobierno de izquierda ha logrado
un modelo alternativo de desarrollo al industrializador, y el del proyecto de
la “izquierda” mexicana no es la excepción.
El
modelo de desarrollo depredador está representado en el gabinete de López
Obrador por personajes como Víctor Villalobos, defensor de la Ley de
Bioseguridad, aprobada en favor de empresas promotoras de transgénicos como
Monsanto, Pionner y Syngenta.[3] Un
académico que apoyó a Obrador por años, Víctor M. Toledo, prácticamente rompió
con él por este nombramiento y criticó acremente así a ese proyecto: “Ello
convierte a Morena en un partido que posee una piel de oveja con un cerebro de
lobo”.[4] En
países como Argentina, que ha padecido los monocultivos de soya (soja)
transgénica y sus agrotóxicos, saben que tener en un gobierno a promotores de
esas empresas no es nada inocuo, como tampoco lo es tener un gobierno promotor
de la minería.
Cada
miembro del gabinete propuesto por López Obrador es una garantía de la
continuidad del neoliberalismo, pero podemos destacar uno de los más polémicos,
su titular de Educación, el ex secretario de gobernación y de desarrollo social
de Zedillo, Esteban Moctezuma Barragán, quien fue presidente de la Fundación de
TV Azteca y, anteriormente, parte de la contrainsurgencia antizapatista de
Zedillo.
Algunos
han tratado de limpiar su imagen del manchón de haber formado parte de una
trampa a la dirigencia del EZLN que estaba citada a dialogar con él como
titular de Gobernación mientras Zedillo ordenaba a los militares detenerlos. La
trampa no funcionó y el desprestigio de Zedillo y su estrategia obligó a
sacrificar la cabeza de Moctezuma haciéndolo renunciar, pero no fue una ruptura
con Zedillo, porque en ese mismo sexenio regresó a la oficina de Desarrollo
Social, que también hace contrainsurgencia mediante dádivas llamadas “programas
sociales”.
El
argumento de los defensores de Obrador es que, si bien es neoliberal, atacará
la corrupción: Esta es una vieja y falaz concepción de la derecha: se puede
mejorar el funcionamiento del sistema capitalista neoliberal atacando solamente
la corrupción, pero sin tocar los intereses de los capitales.
López
Obrador dijo en su discurso del triunfo: “Bajo ninguna circunstancia, el
próximo Presidente de la República permitirá la corrupción ni la impunidad.
Sobre aviso no hay engaño: sea quien sea, será castigado. Incluyo a compañeros
de lucha, funcionarios, amigos y familiares. Un buen juez por la casa empieza.
“Todo
lo ahorrado por el combate a la corrupción y por abolir los privilegios, se destinará
a impulsar el desarrollo del país. No habrá necesidad de aumentar impuestos en
términos reales ni endeudar al país. Tampoco habrá gasolinazos. Bajará el gasto
corriente y aumentará la inversión pública para impulsar actividades
productivas y crear empleos.”
Suena
muy bien acabar con la corrupción, pero el problema es que no suena verosímil
cuando AMLO está rodeado de personajes como Elba Esther Gordillo y sus
operadores, o como Napoleón Gómez Urrutia, quien todo parece indicar que será
operador de los intereses de las mineras canadienses en México. Más bien hace
recordar que no acabó con la corrupción en su gobierno de la Ciudad de México,
y el recuerdo de René Bejarano y Rosario Robles, están ahí para refrescar la
memoria, pero incluso si ataca la corrupción, no tocará algo más fundamental:
la explotación, como ya vimos que no atacará el modelo colonialista de
desarrollo basado en el despojo.
Respecto
a la explotación, Obrador cree que en México no es importante y que seguir
pensando en ella es un discurso “teórico y académico rebasado”. Un discurso de
campaña en Los Reyes Acaquilpan, Estado de México, López Obrador dijo: “Tenemos
que acabar con la corrupción, porque muchos teóricos sociales, académicos,
intelectuales no tratan este tema. Los académicos más clásicos, más teóricos se
quedaron con la idea de que la desigualdad se produce por la explotación que se
hace de los trabajadores, que el burgués explota al proletario, que se va
acumulando ganancias y que esas utilidades se las apropia el dueño de los medios
de producción y que por eso es la desigualdad y la pobreza. Pero en México, no
aplica esa teoría del todo; aquí las grandes fortunas se han acumulado mediante
la corrupción, al amparo del poder público”.[5]
Ese
es un discurso que elaboró la derecha empresarial panista en oposición al PRI:
lo que hay que acabar es la corrupción, entiéndase en el gobierno y el Estado,
sin cuestionar la riqueza privada. Los empresarios se quejaban de que el
marxismo enseña a los obreros que el patrón no les paga su salario completo y
que se queda parte de él (plustrabajo impago que genera plusvalía en la teoría
del valor de Marx), lo cual, según los empresarios, es falso y es una ideología
que alimenta el odio de clases y con ello la lucha de clases. De la Madrid se
hizo eco de ese discurso (demagógicamente) con su lema “Renovación Moral” (y se
lo reprochó Carlos Pereyra, porque era sumir la postura de la derecha ya
mencionada). Hoy es la ideología de AMLO.
En
su discurso, Obrador retomó punto por punto esa ideología empresarial de
derecha: La falacia de que la explotación es el origen de la desigualdad
económica “en México casi no aplica”. Como los empresarios dijeron siempre, el
marxismo es una ideología ajena, extranjera, exógena y exótica, en México las
cosas no son así. Además, como ha dicho el neoliberalismo triunfalista, el
marxismo es cosa del pasado, quedó sepultado: en su discurso de campaña, dice
Obrador que los académicos más “clásicos” (como “viejos”) “se quedaron”
(rebasados ya) en la teoría de la explotación, pero el fenómeno real es la
“corrupción”, que “los académicos no estudian”. Todas ellas son ideas falsas,
pues la explotación sigue siendo le fuente de la riqueza capitalista, algunos
académicos sí estudian teóricamente la corrupción[6] y
además, la explotación capitalista genera corrupción, como decía Marx: la
corrupción es floración habitual del capitalismo.
El
discurso apologista del capitalismo y del neoliberalismo dice que en México el
capitalismo neoliberal no ha generado desarrollo, no porque sea depredador,
explotador y colonialista, sino porque hay políticos corruptos (el PRIAN-PRD),
los que AMLO llama “mafia del poder” (algunos de los cuales hoy son aliados,
candidatos y asesores suyos) y ocurre lo que Denisse Dresser, de ideología de
derecha empresarial panista, llama “capitalismo de compadres”.
Es
una falacia que se pueda combatir la corrupción sin atacar al neoliberalismo y
al capitalismo (sus raíces, en gran medida). Es una falacia que baste con el
dinero ahorrado por evitar la corrupción para mejorar la condición de las
mayorías, sin tocar los intereses del capital y manteniendo el neoliberalismo
(libre empresa, autonomía del Banco de México, etc.). Lo que una política así
de inconsistente puede lograr es solamente una caricatura del estado de
bienestar que hubo en México cuando era la forma de regulación del conflicto
del capitalismo mundial, pero que hoy simplemente no existe porque el
capitalismo no tiene competencia y las clases trabajadoras no oponen una
política de izquierda anticapitalista. (En México las banderas anticapitalistas
las enarbolan las comunidades indígenas autónomas que tienen su Concejo
Indígena de Gobierno.)
Decir
que el problema no es la explotación sino la corrupción es retomar una
ideología de la derecha empresarial que ahora ha aceptado con los brazos
abiertos a AMLO, al menos en el caso de representantes conspicuos como
Azcárraga, de Televisa, y Salinas Pliego, de TV Azteca.
Acercando
el lente analítico, las expectativas de cambio se reducen a niveles muchísimo
menores de los que anuncian el fervor popular y los titulares de los medios de
masas que hablan de que en México “ganó la izquierda”. Pero claro, para el
sistema capitalista neoliberal esa es la izquierda aceptable: la que niegue que
la explotación sea el problema.
El
PRI, el PAN y el PRD perdieron las elecciones, pero su ideología neoliberal
está intacta y ahora gobernará con las siglas de Morena; ésa es una de las
razones por las que no hicieron fraude electoral a Obrador. El fraude será para
quienes esperaban un cambio verdadero.
Y
desde luego, es perfectamente legítima la resistencia de comunidades y
organizaciones que se oponen al despojo, la explotación, la represión y el
desprecio racista del capitalismo neoliberal y patriarcal, incluso si ahora
significa oponerse a megaproyectos impulsados por gobiernos de Morena. Y
seguramente resistirán, aun si eso implica enfrentar las calumnias y
linchamientos mediáticos de los seguidores más fanatizados de Obrador.
[1] López Obrador https://lopezobrador.org.mx/2018/07/02/palabras-amlo-con-motivo-del-triunfo-electoral-del-1-de-julio/
[2] Alfonso Romo https://www.forbes.com.mx/mexico-tendra-que-ser-un-paraiso-de-inversion-alfonso-romo/
[4] Víctor Toledo en La Jornadahttp://www.jornada.com.mx/2017/12/19/opinion/016a1pol
[5] López Obrador, video en You Tube,
aproximadamente minutos 7 a 9:https://www.youtube.com/watch?v=04zqGpsr-is
[6] Estudios en la UNAM sobre la corrupción http://www.gaceta.unam.mx/20180604/la-corrupcion-se-extiende-en-forma-similar-al-cancer/
Publicado
originalmente en Zapateando
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