Por Mussio Cárdenas Arellano.
Moralmente cuestionado, Enrique Peña Nieto ganó la elección presidencial trepado en la maquinaria priísta, compradora de votos y de conciencias, en el aparato mediático y en el uso de miles de millones de pesos de procedencia ilegal. Su triunfo, pues, es un triunfo siniestro y, por supuesto, sucio.
Al margen de las cifras —3 millones de votos sobre el izquierdista Andrés Manuel López Obrador—, su victoria es la reedición de las viejas y nocivas prácticas fraudulentas para conquistar el poder, única visión, único concepto del PRI para imponerse en las urnas.
Peñita llegó a la elección del 1 de julio sin la aureola que se construyó desde sus tiempos en el gobierno del Estado de México. De aquel nivel de aceptación del 52 por ciento, se desplomó al 38 por ciento de la votación nacional, y si la campaña hubiera durado un mes más, no la habría contado.
Frágil, producto de los medios de comunicación, hijo postizo de Televisa, el señor Peñita fue un candidato mediocre, inculto, mentiroso, incumplido, infiel, cómplice de la corrupción y encubridor de corruptos, profundamente vacío, falto de ideas, sin paradigma de país y, por supuesto, rehén de una mafia jefaturada por los emisarios del Viejo PRI, los Salinas, los Montiel, los Del Mazo.
No es, como se ve, un político sólido, ni un dechado de virtudes.
Su triunfo se explica en la operación política al estilo priísta, comprando conciencias a cambio de una despensa, una gorra y una playera, una beca, una lámina, dos sacos de cemento, una camionada de arena, un desayuno y un billete el día de la elección.
Ganó la conjunción inicua del pobre que nada tiene y el priísta que lanza una migaja, operado así el voto para el candidato Peña Nieto, producto de la dignidad vendida a cambio de lo-que-sea-su-voluntad.
Quizá la mitad de sus votos sean genuinos, tomados de un sector del electorado que le creyó sus historias y se tragó sus promesas. El resto, los que le aseguraron la Presidencia de México, son producto de la operación de gobernadores, alcaldes, caciques sindicales, empresarios, dirigentes de colonias, caudillos serranos, generosos para comprar al elector o forzar el sentido de su voto, todos unidos para violar la ley.
Una visión simplista del resultado de la elección presidencial, ha llevado a expresar que Peña Nieto ganó porque tuvo más votos. No es así. Los votos del PRI provienen de prácticas viciadas, de canje de despensas y otras prebendas, o de la coacción, la presión de los grupos de poder. Son votos sucios, votos sin calidad. Son votos fraudulentos.
Peñita es producto del derroche en los medios de comunicación que hicieron de su proyecto una telenovela. En él se invirtió un mundo de dinero y se pagó, también, por desarrollar una campaña de prensa contra sus adversarios, usado el erario para el ataque artero y el agravio desde las sombras.
Tuvo a su disposición recursos vastos, ilegales, pues el pago a sus tuiteros, la propaganda en la via pública y la publicidad facturada o encubierta, se estimó en miles de millones de pesos, que si no se ajustaron a los mecanismos fiscalizables por el IFE, son de procedencia ilícita.
Peña Nieto —el señor Peña— es un bulto sin sustancia interna. Sacado del guión, carece de ideas, incapaz de expresar conceptos o negado a la sensatez. Recordemos cómo se ensartó con el caso Atenco, aquella represión policíaca de la que se asumió responsable. Aún así, será Presidente de México.
Derrumbar la elección es imposible. Los argumentos del señor López Obrador, el candidato de la izquierda, carecen de contundencia y adolecen de un detalle clave: no son causa de anulación.
Sobrepasar los topes financieros fijados por Instituto Federal Electoral, de ser probados, ameritaría sanción para el partido político, pero no anularía la elección.
En la vía jurídica, López Obrador tiene que poco que hacer, pero saltarse esa instancia lo llevaría a la ilegalidad. Quiere el recuento total de votos, que no se justifican en término del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales.
Ese será el pretexto para que en breve comience el conflicto poselectoral.
Fuera de ese pataleo, y el pronunciamiento del Movimiento #YoSoy132, que desconoció el triunfo de Peña Nieto, nadie más replica. Josefina Vázquez Mota, ex candidata del Partido Acción Nacional, más tardó en concluir la votación, que en reconocer la victoria del PRI. Y en un pestañeo se pronunció por cuestionar la supuesta esencia demócrata de López Obrador. ¿Habrá olvidado doña Chepis cuando arengaba a salir a las calles a pronunciarse contra Peñita?
Como sea, el triunfo de Peña Nieto, irreversible o no, es un triunfo sucio, manchado.
Archivo muerto
De buena fuente, testigo de calidad, se cuenta un episodio digno de lástima: la noche del domingo 1, conocida la estrepitosa derrota del priísta Enrique Peña Nieto en la elección presidencial, en el distrito de Coatzacoalcos, Marco César Theurel Cotero reunió a los suyos, su esposa Guadalupita Félix Porras entre ellos, en el edificio de Tesorería Municipal. Ahí, compungido, abatido, políticamente pulverizado, el alcalde de Coatzacoalcos lloró la derrota. Húmedo el rostro, lagrimeaba Marcos Theurel por las malas cuentas: 81 mil 594 votos para el perredista Andrés Manuel López Obrador contra 52 mil 187 sufragios, el cuarto peor registro de EPN en Veracruz, una masacre para Peña Nieto. Por eso las lágrimas, sabedor Theurel que no habrá 2013, que no tiene ya con qué pedir la alcaldía o la sindicatura para su esposa, ni la diputación local para sí mismo.
Llora por su futuro, no el político porque ese ya no existe, sino por las cuentas que habrá de enfrentar; por las denuncias que vienen por agraviar y amenazar ciudadanos; por traficar contratos para sus prestanombres, pagar por obras no realizadas y por su complicidad en delitos —los 4 millones robados por el ex secretario de Obras Públicas, Adrián Pérez Martínez, según revelara Theurel Cotero— que dejó impune. Ahí, en Tesorería, se le vio llorar, en una estampa inolvidable, para la posteridad, la foto del recuerdo… Humillante derrota para el ex procurador de Justicia de Veracruz, Reynaldo Escobar Pérez. Perdió la diputación federal por Xalapa y confirmó que el PRI se equivocó al postularlo. Villanazo favorito, Reynaldo ofendió a la sociedad xalapeña cuando ninguneó la desaparición de Gaby Benítez, una jovencita que luego apareciera muerta; cuando justificó la tortura y asesinato de la periodista del diario Notiver, Yolanda Ordaz de la Cruz, atribuyéndole vínculos con el crimen organizado, y cuando criminalizó a las 35 víctimas que aparecieron en Boca del Río, en la víspera de la cumbre de presidentes de tribunales superiores de justicia y procuradores.
Linchado por la sociedad xalapeña, el priísta Reynaldo Escobar no sólo perdió la diputación ante el candidato del PRD, Uriel Flores Aguayo, sino que fue rebasado por la panista Rosa Hilda Llamas, originaria de Poza Rica, sin residencia en la capital veracruzana. Sumido en el tercer sitio, Reynaldo Escobar ve canceladas sus intenciones volver a ser alcalde de Xalapa.
Bien merecido que se lo tiene el PRI y los ilusos que auspiciaron este “regreso peligroso”, como lo catalogó la revista Proceso… Impactados, se preguntan en el centro de mando de Enrique Peña Nieto ¿dónde quedaron los 2 millones de votos que ofreció Javier Duarte de Ochoa a favor del candidato presidencial del PRI? Veracruz —el priísmo veracruzano— le aportó a EPN solo un millón 180 mil 147 votos, contra un millón 179 mil 327 votos de Josefina Vázquez Mota. Le asombra al equipo peñista –Videgaray, Osorio Chong, Arturo Montiel, iriarte, Sámano, Miranda— que Javier Duarte haya sido tan torpe, tan incapaz, tan bisoño, falto de operatividad para haber “vencido” a doña Josefina por sólo 820 votos, y aún falta ver cuántas casillas invalida la impugnación panista.
La tercera reserva electoral del PRI, convertida en el hazmerreír del priísmo. Misión cumplida, don Javier. Era lo que se esperaba de usted… Vapuleada, su vida política sin rumbo, Norma Rocío Nahle García sufrió estruendosa derrota en la elección para diputada federal. Aún colgada del Efecto López Obrador, no pudo la perredista alcanzar una victoria que sonaba clara en un distrito, el de Coatzacoalcos, con vocación antipriísta. Se quedó a 7 mil votos de Joaquín Caballero Rosiñol, del PRI, a quien el secretario de Desarrollo Social, Marcelo Montiel Montiel, le operó la campaña y lo hizo ganar. Rocío Nahle, su derrota, es el resultado del menosprecio que le tiene a las tribus del PRD; el sospechosismo en que vive; las ganas de jugar sin hacer equipo; los acuerdos en lo oscurito con el alcalde priísta Marco César Theurel Cotero, a espaldas de los perredistas, y una estructura electoral ficticia, como se demuestra en las actas de escrutinio donde no aparecen las firmas de los representantes del PRD-PT-Movimiento Ciudadano. Habiendo logrado AMLO más de 87 mil votos en la elección presidencial, ¿cómo fue que Rocío Nahle se quedó en 65 mil sufragios, según cifras del PREP? Es, de paso, el enésimo fracaso del Clan de la Succión, el grupo político-periodístico de José Pablo Robles Martínez y la ex diputada perredista —traidora del PRD en 2009— Roselia Barajas Olea, su esposa.
Su ahijada, Norma Rocío Nahle García fue derrotada en toda la línea en la elección por la diputación federal por Coatzacoalcos, muy a pesar de la desbocada campaña mediática para la pupila zacatecana. Diario del Istmo vuelve a demostrar que políticamente sirve para una pura y celestial fregada…