Por Salvador Díaz
"LEIDI PROFECO"
A fines de abril de 2013, Andrea
Benítez, hija de Humberto Benítez Treviño, exprocurador del Estado de México
(es decir del encargado de impartir justicia) y ahora jefe de la Procuraduría
Federal del Consumidor, llegó al restaurante de superlujo “Máximo Bistrot”, la
muñequita aguardó su turno durante media hora porque no tenía reservación
alguna, cuando le asignaron lugar, indignada rechazó la mesa en el interior del
local, pues quería estar en una de las de afuera para fumarse un puro. La hija
del priísta amenazó a los empleados y comenzó a alardear que su papá era el
Procurador. Furiosa se fue amenazando que le hablaría a su papi para cerrar el
restaurante. Así ella, o él por “ordenes de ella”, mandó clausurar la fondita
de lujo, y claro esto desató un desgarriate que hasta su jefe Peña Nieto mandó
a “investigar” a Benitez Treviño, quién después del escándalo, finalmente, fue
corrido de la Procuraduría. Caro pagó su alarde la Leidi Profeco.
"LEIDIS POLANCO"
En agosto de 2011, un par de bellas y
feas borrachas (una ex miss Puebla y otra ex Big Brother) fueron detenidas en
un alcoholímetro. Como energúmenas empezaron a golpear y a insultar a los
tecolotes. Éstas fueron registradas en vídeo donde mostraron su carácter de
mamarrachas: “Pinche puto, hijo de la chingada, asalariado de mierda… ojete”,
dijo una de ellas a uno de los policías, otra les dijo, “por putos como
ustedes, a este puto país se lo está cargando la verga, cabrón”. A ambas las
sentenciaron a un año y 3 meses de prisión. Una pagó la multa y la otra se
amparó. En diciembre de 2011, el tuiter de la “hija de papi”, Paulina Peña
Prettelini (otra no menos mamarrracha) hija del mismísimo presidenzuelo de
México, quien escribió: “Un saludo a toda la bola de pendejos, que sólo forman
parte de la prole y sólo critican a quien envidian”, dirigido a quienes se
mofaron de la supina ignorancia de su papi cuando éste sí quedó como un pendejo
cuando le preguntaron sobre los tres célebres libros que nunca atino a
nombrarlos, al presentar un volumen escrito por él –¡jijos!–, en la Feria
Internacional del Libro de Guadalajara, (recordemos que Peña Nieto ya había
confesado a Manuel Espino, expresidente del PAN: “la verdad es que no me gusta
leer” cuando éste le regaló, en 2008, un ejemplar de su libro Señal de alerta).
FANFARRONERÍA Y LA EDUCACION DEL
DESPOTISMO
Estas fanfarronas mujeres son los más
claros ejemplos de una educación sin principios éticos ni imperativos morales
ni valores humanos ni valores cívicos; son los modelos de una educación
autoritaria, prepotente y clasista; es una educación hija de la marmaja, la
frivolidad y la vida facilona. Es ni más ni menos la educación del despotismo
que se absorbe inicialmente en los hogares. En este contexto es posible
entenderlas, pues ellas no fueron educadas en la sensibilidad y mucho menos en
la sencillez, sino en el despotismo, en el oficio de mandar, de avasallar al
más débil, son estas “reinitas” el producto de lo peor de esa educación
frustrante que creen que el “poder” les da licencia para humillar y defenestrar
a la gente. Esta es la educación de los niños reyes. Pero en estas historias de
poder, todos, padres e hijos, juegan el papel de gandules. No nos extraña.
"HOY LOS NIÑOS SON MÁS
DESPIERTOS QUE ANTES", ¿NETA?
Pero vayamos a nuestro mundo.
Desgraciadamente estos ejemplos de autoritarismo resbalan desde la punta de la
pirámide a la base. Así, por ejemplo, presenciamos el fenómeno de
preparatorianos desafiantes a la potestad de los padres, transgresores del
respeto a los maestros, y el tributo a la insolencia con los propios compañeros
(ahora llamado bulin). Por supuesto, su conducta en el entorno social es
parecida. Estos comportamientos se atribuyen al desarrollo presuntamente
superior de las nuevas generaciones (“Hoy los niños son más despiertos que
antes”) y a la mayor libertad de expresión, aunque en realidad los jóvenes han
degradado el lenguaje a tal magnitud que el vocabulario secreto de los adultos
del sexo masculino, hoy lo enarbolan con mayor desparpajo las propias jovencitas,
como si esto les confiriera un prestigio social que no adquieren en los libros,
las libretas y las enciclopedias; ello acompañado con actitudes y conductas
presuntamente rebeldes.
LA EDAD DE LA PUNZADA Y LA CRISIS DEL
NIÑO REY
La justificación paterna se centra en
frases como éstas: “está en la edad de la punzada”, “se halla en la edad de la
calentura”, “ya ves que a esta edad se ponen muy rebeldes”, “son cosas de la
edad”, “no encuentra su identidad”, “es que está pasando por una etapa muy
difícil”, “sus amiguitos que tiene lo llevan por mal camino”. Los papás buscan
el origen de los problemas en el desarrollo fisiológico y no en el desarrollo
psicológico. Este es un momento crucial porque la formación de estos déspotas
es todo un proceso, a saber: Cuando el niño espiga y fisiológicamente va
madurando, debe salir a un medio en el cual descubre con azoro que ya no es rey
como en su casa y encuentra una fuerte competencia con otros tiranuelos. En
esos momentos se revela, la crisis de la adolescencia. En esta fase hay un
fuerte choque de valores. El chilpayate–rey se transforma en adolescente–masa.
Fuera del capullo doméstico pierde su calidad de soberano y su identidad se
diluye en la colectividad, en la masa amorfa. En su morada es el emperador,
fuera de ella es un vasallo más. No hay quien le haga fiestas por sus gracias
ni quien le cumpla sus excesos. Se da cuenta que para hablar en una reunión
tiene que pedir la palabra, cuando acude al médico debe esperar a que le toque
su turno, si viaja en autobús debe de ocupar su lugar asignado, si va a cumplir
algún trámite debe hacer cola obligatoriamente, doquiera que vaya no encontrará
lacayos a su servicio sino competidores. Desaparece el sentimiento de tenerlo
todo a sus pies. Hostilidad, pugnas, rivalidades rodean al adolescente. Esto le
produce crisis, quiere seguir siendo rey pero las circunstancias lo impiden. La
transición de la niñez a la adolescencia para los berrinchudos resulta
altamente frustrante. Las metas se extravían, los propósitos se esfuman, los objetivos
no se atisban por ningún lado porque su educación está mal enfocada, peor
orientada.
EL RESENTIMIENTO DE LOS JÓVENES A LOS
PADRES, O "¡ESCUINCLA BABOSA, POR SI NO LO SABÍAS YO SOY TU MADRE!"
El tedio, la monotonía, el
aburrimiento hace presa de una personalidad amorfa como la de él. De esta
manera emergen las broncas con el padre, con la madre, con los responsables de
su educación, con sus modelos. No saben porque pero los detestan. Hay un
resentimiento acumulado contra ellos sin saber bien a bien la causa. Los papás
encienden los focos rojos de alarma, se sorprenden ante las actitudes
desafiantes de los hijos cuando estos exigen más y más satisfactores. Se
preguntan del porqué de estos comportamientos insolentes. “¿En qué he fallado?,
le he dado todo lo que humanamente he podido y aún más, ¿por qué abandonó la
escuela?, ¿por qué no me respeta?, ¿por qué me hace todo eso?”, el padre se
formula estas preguntas y se contesta: “es un mal agradecido”, es lo único que
puede aventurar como respuesta. En rigor, los jóvenes, inconscientemente tratan
de revalorar la figura paterna retándola, reclamándole con su conducta “quiero
un padre fuerte, no un pelele”, “quiero una madre enérgica, con carácter, no
una sierva”, “quiero tener modelos sólidos para imitarlos, para seguirlos, no
padres débiles”.
Los jóvenes caen en depresión: “Como quisiera no haber nacido nunca, estar muerto y no saber nada de nada ni de nadie”, lloriquean las ninfas y los efebos a solas. “No me gusta que me grite como loca, ni que me diga que soy una retrasada mental, sé que ella fue adolescente como yo, es lo que no entiendo… a pesar de eso la quiero”, escribe una preparatoriana demandando consejo de una madre “comprensiva”. Pero los padres amargados poco pueden responder a los reclamos de los mancebos pues ellos son los que a menudo destrozan la esperanza de niños que a los cuatro o seis años son tan vulgares como chalán de taller mecánico o como chofer de microbús. En consecuencia, el “te odio, te odio”, de las adolescentes a la mamá es una protesta natural por su condición de mísera reina, y la frase “escuincla babosa cómo te atreves a decirme eso, y para la próxima me respetas porque si no lo sabías, te lo voy a decir de una vez por todas: ¡soy tu madre!”, acompañada de una cachetada guajolotera, no es más que la reacción desesperada de una sierva que ha perdido el control de la situación doméstica. Esta escena tan reiterada ha pasado a engrosar el reino de los lugares comunes entre las madres modernas. Lo anterior, aunado a la imagen que los hijos tienen de los padres (la de una pareja siempre agarrándose del chongo), acentúa la crisis familiar.
LOS ADOLESCENTES EXIGEN PADRES
FUERTES COMO MODELO
Impulsados por la decepción, Los
zagales descubren con desconsuelo la debilidad de carácter de sus padres, se
dan cuenta de la verdadera índole paternal. Son fáciles de dominar,
complacientes, cómplices y, por si fuera poco, alcahuetes, virtudes no muy favorables
en una sociedad de competencia perruna. La actitud contestataria del
adolescente es entendible pues carecen de la figura fuerte y enérgica del padre
y de la solidez de carácter de la madre, de los modelos a emular. En esa
mutación de impúber a púber los jóvenes necesitan de modelos que les infundan
seguridad, confianza y convicción, al no tenerlos los enreda en una situación
traumática. Y cuestionan, inconscientemente, “si yo puedo manejar a mi papá
fácilmente afuera como lo tratarán, cómo será en su trabajo, con sus amigos,
¿también será un don nadie? Quizá reprochan inconcientemente la inadecuada
preparación para enfrentar un ambiente muy distinto al cultivado en el regazo
hogareño, tal vez intuyen que la monotonía ausente de trabajo, donde la abundancia
de tiempo libre improductivo (por más actividades formativas extramuros tengan)
es la causante de una amputación en el desarrollo original, creativo y
auténtico, justamente por la poca exigencia tenida desde la niñez.
EL EXHIBICIONISMO, SUSTITUTO DE LAS
CARENCIAS
Para suplir esas carencias los
chamacos se adueñan, además del despotismo, de otros rasgos de los reyes: el
exhibicionismo y los excesos. En la ostentación y la pompa (los excesos) la
realeza se realiza. No hay realeza sin exhibicionismo y no hay exhibicionismo
sin público. Todo aquel que quiere exhibirse requiere de espectadores. Los
reyes, henchidos de lujo y boato, necesitan de muchedumbre que admire su lujo
y, simultáneamente, su poder. Tal es la razón del espectáculo real. Deben hacer
demostración de gala y poder para convidar a los espectadores de la opulencia
que gozan. Los desfiles reales de Inglaterra es muestra palpable de esto. La
reina se pone a la vista de los jodidos; la familia monárquica deben ser
protagonista de primera plana; aun los escándalos principescos –alimento de
“paparazzi”–, cazar elefantes y rinocerontes como el rey de España, los
divorcios reales, los casamientos morganáticos, contribuyen a ensalzar el
poderío y la fastuosidad imperial. Los medios de información masiva, ahora
enriquecidos (¡o empobrecidos!) por Internet, sirven de balcón para que el
público estire el cuello como avestruz para ver de cerca ese ridículo ritual de
reyezuelos. Por la ventana de los medios el tumulto “vive” esos
acontecimientos, cumple sus deseos para después platicarlos a otros que no
tuvieron la suerte de conocer a las “celebridades”. Entre los miembros del
“proletariat”, las revistas de los millonarios y los “artistas” de la farándula
Forbes, Caras, Hola o Gente, sustituyen a los personajes de la “nobleza”
europea. Los fantoches de la telera se casan y venden su boda en exclusividad a
algún canal para que los que sólo tienen un agujero en cada mano puedan
participar de tan “fastuosos” acontecimientos. Por un lado la nobleza por otro
los vagos, su público. Los figurines públicos necesitan demostrar su poder
haciendo la rueda como guajolotes, alardeando, luciéndose.
EL GRUPO COMO OBJETO DE IDENTIDAD
Y como ellos, como las monarquías,
los magnates o los “artistas”, los adolescentes tienen una gran necesidad de
exhibirse para buscar la “gloria” o “poder”, ciertamente muy pequeños. Por ello
los mozuelos ganan la calle. Después aparecen en grupo. Ahí, cada adolescente
toma fuerza. En el clan los galanes se muestran y alardean con todos sus medios
para marcar sus límites. Buscan identidad en ese espacio grupal y la
encuentran, pero con otros valores: se abandonan a la flojera, a la desidia y
al desmadre colectivo. Hacen las cosas más grotescas para sobresalir en el
conjunto, se visten de negro, se bajan los pantalones a media nalga enseñando
los calzones, se pintan las uñas y los labios, se colocan tatuajes en los
senos, en las nalgas, en la espalda, se colocan aros y pircins en labio, oreja,
nariz, en párpados y hasta en chichis y genitales. Gritan en los salones de
clase, destruyen el mobiliario, apedrean coches, puertas, truenan cuetes y
palomas, roban objetos, se aíslan, se rebelan a los padres, se vuelven
gandules. Anhelando que cada acto de desobediencia se convierta en un hecho
hazañoso para que éste sea festejado por sus congéneres de la banda. Estas
actitudes poco a poco se han trasladado a las mujeres que hoy muestran su
“libertad” con el grosero lenguaje antes exclusivo de los hombres. Todo con un
único fin: llamar la atención. A manera de bonzo que se rocía con gasolina,
prende un cerillo y se incendia como último alarde de exhibicionismo, el joven
imberbe vocifera con gestos y procederes, “véanme, aquí estoy, sí existo”. De
este modo, si el alarde final de los suicidas significa también el sentimiento
de culpa para los vivos: “ustedes tuvieron la culpa de mi vida y de mi muerte”,
el mancebo quiere, de alguna forma, culpar a alguien de su vida y de sus
penurias. Se impone como meta recuperar el liderazgo perdido anteriormente
floreciente en su burbuja familiar. Busca individualidad en el grupo e intenta
destacar para que todos los integrantes le sirvan. Ser el jefe o uno de los
jefes de la banda, es una de sus metas, este poder sustituye la figura del
padre que implica recuperar la soberanía perdida. El exhibicionismo y el alarde
lo elevan al rango de protagonista. Refuerza su existencia a cada momento
diciéndose y diciéndole a los demás que sigue siendo poderoso y que deben
rendirle pleitesía. Por otro lado, las adolescentes, además del grupo, buscan
sustituir las figuras señeras de la familia con el novio protector que pronto
se quita la máscara y enseña las miserias aprendidas en una sociedad castrante,
machista y represora.
EL DESMADRE, IMPERATIVO CATEGÓRICO DE
ADOLESCENTES POBRES, RICOS O CLASEMEDIEROS
Así pues, el joven ya no tiene el
mismo poder, tiene amigos y enemigos solamente. Individualmente se aísla, se
frustra, se trauma; en el grupo adquiere fuerza y bríos. En el montón o en la
manada el esfuerzo y el tesón pasan a segundo término, la sorna, el escarnio,
el oprobio, la burla, la injuria y el insulto al prójimo emergen como símbolos
juveniles del poder, del éxito y del liderazgo en una sociedad en
descomposición en la que la familia no es más que un trasunto, copia o reflejo
de lo que germina en su derredor.
Otro tanto ocurre con los adolescentes pertenecientes a las clase sociales bajas, ellos sólo siguen el modelo de los niños riquillos, pero con menos dinero. Esto es, no sólo los niños de “buenas familias” son educados en el despotismo, lo niños no tan ricos reciben enseñanzas parecidas. La idea que profesan los jefes de familia de estos estratos bajos es la de “darles a mis hijos lo que mis padres no pudieron darme a mí”. Este aserto, hogaño tan difundido es el culpable de es la causa de tanta prepotencia, fantochería y torpeza en los muchachos. Las doncellas y donceles proletarios que apenas saben sumar y restar y medio jugar futbol, se ven reforzados por otras diversiones: van dejando atrás la lectura de “cuentos”, revistas amarillistas, de espectáculos o de belleza, para “especializarse” en apretar botones y pantallitas digitalizadas, chatear con sus cuates en el mundo de la virtualidad del feisbuc, del tuiter, DEL uasap y revolcarse en la cama como gusanos frente a la infaltable televisión para disfrutar de plañideras efímeras que acuñan frases tan inteligentísimas como “¡que pase el desgraciado!” de la ex Laura de América o ver a las frustrantes “chivas” una y otra vez. El resultado es elocuente, los chavos son diestros en la industria del la intriga y el comadreo, por lo cual no quieren ningún oficio o profesión y están destinados a emplearse en gasolinerías, ser dependientes en una pollería, meseras en una fonda o cervecería, vender baratijas asiáticas en las calles, figurar como “expertos” choferes en combis o microbuses, dando vueltas vertiginosas en tocadas “gruperas” y, además, son el ejército de reserva de la industria de la delincuencia organizada.
EL TRABAJO, DE NUEZ, COMO SOLUCIÓN A
TANTAS FRUSTRACIONES
¿Dónde reside parte de la solución de
estos problemas? Como hemos avizorado, en el seno familiar, en la cultura de
trabajo. Sin este factor fundamental, estimulante, creador, imaginativo y
productivo, el vástago crece tullido y disminuido en su capacidades. Tendrá una
frágil vida familiar y un esparcimiento enajenante, conductores ideales de
almas al planeta del aburrimiento, del tedio y la monotonía, y de las salidas
en falso de las bebidas etílicas, los fármacos y estupefacientes.
Desde este marco global, podríamos situar al estudiante, quien debería adquirir un compromiso con esta actividad transformadora de la naturaleza para transformarse él mismo, igual que cualquier otro, en un ser productivo, libre y con pensamiento original, que tiene la obligación de estudiar, ése es su oficio, dar lo mejor de sí mismo en cuerpo y alma, con ganas y afán de triunfar verdaderamente. Si el alumno reconoce al estudio con el trabajo descubrirá su identidad porque estará produciendo conceptos y enunciados, es decir, saber y conocimientos, bases suficientes para orientar su existencia. Por supuesto, el estudiante que no vea al aprendizaje como elemento creador sino como carga, obligación o aburrimiento, será como el obrero que no labora, como el campesino que no cultiva: un ser improductivo. Por esto, el estudiante, como la chapulinesca canción de Cricri, debería trabajar en la escuela antes de ir a jugar. Si el educando no trabaja es un lastre, una rémora para el desarrollo social.
Aceptar este deber familiar es despojarse de mitos como el de que “hay que hacer todo por los hijos”, si los padres les resuelven todo, sólo estarán cultivando una leidi profeco, o leidis de Polanco proletarias o convirtiendo a los vástagos en el ejército industrial de reserva, donde se nutre el narco y la delincuencia organizada. Únicamente con trabajo podremos lograr que la educación familiar sea una fuente de valores éticos y de emulación creativa, original, imaginativa para los adolescentes.
Por Salvador Díaz
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