El Instituto Mexicano del Seguro Social está en quiebra. Como tantas otras
instituciones del viejo régimen, el IMSS fue arrastrado por las crisis
económicas de los últimos 30 años y los “gobiernos” panistas a punto estuvieron
de darle la puntilla. Pero sigue ahí, aunque para sobrevivir ha tenido que
comerse partes de sí mismo, esto es, fondos que deberían ser intocables y que
comprometen severamente la viabilidad del Seguro Social en el mediano plazo.
El IMSS fue orgullo del antiguo orden, nació para
ofrecer centralmente servicios para la salud y el bienestar de los trabajadores
y sus familias, de ahí que contara con un régimen humano de jubilación, que
hubiera construido vivienda, que ofreciera guarderías a las madres trabajadoras,
centros con una variada oferta de actividades para las amas de casa y los niños
y que incluso construyera la más importante cadena de teatros del país.
Hoy, sin embargo, el Seguro Social es algo menos
que un fantasma de aquella poderosa institución. La atención médica fue
decayendo al aumentar las cargas de trabajo de los facultativos, los servicios
hospitalarios se convirtieron en salas de espera para pacientes urgidos de
intervención quirúrgica o de tratamiento especializado, las medicinas dejaron de
entregarse el mismo día de la consulta y para los derechohabientes la necesidad
de un medicamento se convirtió en una búsqueda frenética.
Se le quitó al IMSS el importantísimo fondo de
pensiones para favorecer al capital financiero con las afores. Las casas de la
asegurada dejaron de ser espacio de socialización, cultura y superación
personal. Los teatros fueron cerrando uno tras otro y hoy son mausoleos que
recuerdan tiempos de esplendor de nuestro arte escénico.
El servicio de guarderías, de ser una de las
joyas de la seguridad social, pasó a convertirse en oscuro negocio de
particulares que, a costa de abatir la calidad de la atención, los alimentos y
los espacios que, para tranquilidad de madres y padres trabajadores, debían
proteger a los niños, se transformaron en trampas mortales, como ocurrió en
Hermosillo, donde fueron asesinados 49 niños y muchos otros lesionados en forma
irreversible.
El Instituto Mexicano del Seguro Social es otra
de nuestras muchas zonas de desastre y sus males resultaron agravados al
cargársele ese engendrito panista del llamado Seguro Popular, que decuplicó el
número de asegurados sin que se ampliara ni mejorara la infraestructura.
Para todos está claro que el IMSS se halla
enfermo de gravedad. De ahí que sin ruido, en lo oscurito, se haya colado en la
Cámara de Diputados una iniciativa de reforma para elevar las cuotas, pues se
pretende cobrar a obreros y patrones por salario integrado y no por sueldo o
salario base, como ocurre hasta ahora. Dicho de otro modo, se quiere que la
cuota se aplique por el ingreso total del trabajador, como se hace con el
impuesto sobre la renta, lo que también aumentará la aportación patronal.
Los empresarios ya salieron a protestar y
seguramente lo harán también los sindicatos. En esa tesitura, la única medicina
capaz de sacar al enfermo de su letargo es la creación de empleos, lo que
significará ampliación del número de personas y empresas que coticen en el
Seguro. Pero eso no es cosa que se resuelva la semana próxima, y mientras llegan
las inversiones y se abren fuentes de trabajo, el IMSS continuará en su agonía y
no faltarán voces que exijan su cierre, así, sin más, y a la gente que se la
lleve el diablo.
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