Claudia Ruiz Massieu. Foto: Benjamín Flores.
Están predestinados para ostentar el poder, sean cuales sean sus capacidades profesionales o intelectuales. Son los cachorros de los cachorros, no sólo de la Revolución sino de la contrarrevolución, integrados a una estructura burocrática hereditaria. Ahora se enquistan en la administración de Enrique Peña Nieto, heredero él mismo de esa élite.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Si el poder en México se configuró a partir del reparto del botín revolucionario y se prolongó en los “cachorros de la Revolución” –la identificación que Vicente Lombardo Toledano dio a Miguel Alemán Valdés en 1946 y sirvió para referirse a los herederos de la hegemonía política–, en el siglo XXI todo sigue en manos de las descendencias: Los cachorros de los cachorros de la clase política.
Entre los nuevos funcionarios federales hay parientes de expresidentes, hijos de exsecretarios de Estado o de extitulares de las paraestatales, integrantes de familias con poder caciquil en los estados por vía política o empresarial.
El caso paradigmático tiene un nombre, el que designa a una ciudad muy pequeña –de menos de 100 mil habitantes– pero que es centro de convergencia de un puñado de familias unidas por relaciones políticas y consanguíneas, al estilo feudal, que son núcleo del poder y la riqueza del régimen priista: Atlacomulco.
Con seis décadas ostentando el poder en el Estado de México, los integrantes del llamado Grupo Atlacomulco han sido secretarios de Estado, subsecretarios, titulares de paraestatales y gobernadores, y sin menoscabo del poder local alcanzaron en 2012 un añejo anhelo: la Presidencia de la República.
(Fragmento del reportaje principal que se publica en Proceso 1908, ya en circulación)
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