* Duarte calla ante el hallazgo de los 31 cuerpos * ¿Qué le
amarra la lengua? * Los Tiburcios en un caso de daño patrimonial *
Amenazas en el nombre de Tony y Javier * Marcelo en el hospital ABC
* Olivares, otro “aviador” en la SEV * Manuel Bringas, empinado por
el abogadazo Samuel Muñoz
Ominoso,
el silencio de Javier Duarte de Ochoa es síntoma del desastre que vive un
gobernador empequeñecido, del estigma del narco blindado por el poder de los
priístas, del teatro del horror que le estalla en las manos y de la evidencia
innegable de que Veracruz es paraíso del crimen organizado y territorio de
fosas clandestinas. 31 cadáveres lo hicieron callar.
Reacio
a hablar, desdeñó pronunciarse sobre el hallazgo de Nopaltepec, las narcofosas
en el rancho El Diamante, en la tierra de Fidel Herrera Beltrán, Cosamaloapan,
en la cuenca del Papaloapan, a la medianoche del lunes 16.
Calló
Duarte el primer día, y el segundo, y en el tercero —jueves 19—, en
Coatzacoalcos, se limitó a decir que “no voy a hablar de ese tema” y remitió
todo a la Procuraduría de Veracruz.
Le
preguntaban los reporteros, unos comedidos, otros cáusticos: “¿Son migrantes?”,
“pues no que en Veracruz no pasa nada”, “Señor, hable de los temas que le
interesan a Veracruz”, “¿qué opina de la masacre en Tres Valles (municipio
vecino a Cosamaloapan)?”.
Duarte
era una piedra. Informado como todo gobernador, los hilos del caso en sus
manos, no pudo o no quiso hablar del hallazgo que le quema las manos.
“No
voy a emitir comentario —refirió seco—. No diré nada del tema”.
“No
voy a hablar de eso” —volvió a cortar.
Al
cuarto día —viernes 19—, su procurador Luis Ángel Bravo Contreras, tan dado a
las conferencias de prensa, su pedestal del ego, optó por tocar el caso de los
31 cuerpos hallados en las narcofosas sólo en el noticiario de Carmen
Aristegui. Pero no aportó nada que no se supiera. Eso sí, dijo que no había
detenidos.
Javier
Duarte enmudeció. Actúa como si el sicario fuera él. Calla como si el autor de
la carnicería fuera Fidel Herrera, su pastor político.
Algo
tiene esta masacre que trae inquieto al duartismo. Se vulnera la confianza y se
agiganta la sospecha. Ocurre así cuando el silencio incrimina.
Pudo
el gobernador de Veracruz salir con una declaración a modo. Tibio, optimista,
cuadrado, Javier Duarte debió decir de lo de siempre: son hechos aislados,
Veracruz está en paz y los indicadores muestran que aquí se le está ganando la
guerra a la delincuencia, en Veracruz no pasa nada. Y denle vuelta a la hoja.
Azorado,
sin embargo, no tuvo palabras para responder al nuevo baño de sangre, 31
cadáveres sepultados clandestinamente. Y menos para explicar por qué en tierra
de Fidel, en Nopaltepec, en Cosamaloapan, ahí donde las nauyacas hacen su nido.
De
la tierra emergieron trozos de cuerpos, torturados, mutilados, la mayoría con
el tiro de gracia. Y de ese hallazgo macabro surge la actitud sospechosa del
gobernador Javier Duarte, el silencio, las evasivas, la negativa a hablar, la
información trillada del procurador.
Diría
Jodie Foster, el silencio de los indecentes.
Algo
serio entraña el caso Nopaltepec. Ocurre en tierra caliente, donde la gente
vive con miedo. Ocurre ahí, donde los hijos de políticos son baleados o donde
las sobrinas de los diputados son levantadas.
Ocurre
en la zona cero. De Tierra Blanca a Acayucan, pasando por Rodríguez Clara,
Isla, Cosamaloapan o Tres Valles, la gente un día está al siguiente no. Los
levantones son frecuentes. Matan a mansalva. La policía permanece inmóvil. El
gobierno no existe. Puede más la ley del revólver, la ley del más fuerte o del
mejor armado. Es una jungla mortal.
A
Duarte lo persigue la muerte. Inició su gobierno con ganas de encarcelar a sus
enemigos, a sus detractores, a sus críticos. Lo único que le faltó fue llevar a
los penales a los criminales, como es su obligación.
Seis
meses después, la escalada de asesinatos de periodistas lo situó en el vértice
del escándalo nacional. Luego vendría la represión de inocentes, de gente que
marcha pidiendo justicia, de maestros que rechazan la reforma educativa, de
madres que buscan a sus hijos, a sus esposos, a sus hermanos, a sus padres,
pues un día, sin más, no los volvieron a ver.
En
Veracruz se le teme más al gobierno de Javier Duarte, a su policía, a su
pandilla política, que a la misma delincuencia organizada, pues es peor
atropellar usando la ley como justificación.
Duarte
está marcado por la sangre. Recuérdese el escándalo de Boca del Río. Ahí fueron
35 cuerpos mutilados. Tirados a plena luz del día, a los pies del monumento a
Los Voladores de Papantla, en lazona in, en la conurbación turística, se veían los trozos de seres
humanos desperdigados, unos sin brazos, otros sin piernas; otros sin brazos,
sin piernas y sin cabezas.
Aquello
marcó al gober de Veracruz. Días después aparecerían otros mutilados en una
casa de seguridad, y otros 14, y unos más acá y algunos más allá. En suma, en
octubre de 2011 fueron casi un centenar de ejecutados en la entidad,
calentándose las plazas por la guerra de las bandas por el control del
territorio Zeta, concedido así en los días de fidelidad.
Desde
entonces Javier Duarte no duerme. Su vida pende de un hilo. Se hace acompañar
por un enjambre de guaruras. Protege a su familia. Huye de los eventos.
Dispara
discursos en que exalta la falsa seguridad de Veracruz. Se convence a sí mismo
de que la policía cada vez es mejor, pero no convence a uno sólo de los casi 8
millones de veracruzanos.
Javier
Duarte no es el gran justiciero aunque se empeñe en parecerlo. Sus números de
gobierno son patéticos. A nadie le descabezan cuerpos y se los dejan tirados en
plena zona turística de Veracruz-Boca del Río. A nadie le matan 10 periodistas,
le desaparecen cuatro, le golpean decenas y le persiguen y hostigan a cientos
más.
Sumido
en un abismo de credibilidad, lo peor que le podía pasar al gobernador de
Veracruz era que le hallaran 31 cuerpos en fosas clandestinas en la tierra de
su mentor político. ¿Por qué en Nopaltepec? ¿Por qué en Cosamaloapan? ¿Por qué?
Callar
fue, a su juicio, la mejor salida ante la inquietud social. Sin reparar en las
consecuencias de su acción, Javier Duarte siguió la ruta de la incriminación.
Cuando un gobernante miente o cuando un gobernante calla, se implica en el
delito.
Duarte
abre la puerta de la especulación. Las narcofosas son, además de un caso para
la justicia, un golpe mediático al duartismo. Y quizá algo más.
¿Hay
implícito un mensaje para la fidelidad? ¿Por qué 31 cadáveres en el rancho El
Diamante, en los límites de Cosamaloapan y Tres Valles, en Nopaltepec? ¿Quién
lo sabía y por qué dio aviso a la Secretaría de Marina? ¿Quién tenía la
ubicación exacta de las fosas?
Es
un caso explosivo. Peor aún cuando un gobernador opta por el silencio, cuando
enmudece, cuando soslaya y se vuelve evasivo.
En
circunstancias así, el silencio es revelador. El silencio dice más que mil
voces. El silencio delata e incrimina.
Es
el silencio de los indecentes.
Archivo muerto
En
el nombre de Tony Macías, su Dios, el clan de los Tiburcio va torciendo la ley,
sometiendo juzgados, enlodando al gobernador de Veracruz, Javier Duarte de
Ochoa. No será la última, pero sí la más reciente trastada, timar con terrenos
ajenos y engullirse 600 mil pesos a cambio de una regularización de predios que
nunca realizó Víctor Manuel Tiburcio Zaamario en agravio de la licenciada María
Elena Arroyo Márquez. Detalla el expediente 2494/2013, radicado en el Juzgado
Sexto de Primera Instancia, que María Elena Arroyo entregó diversas cantidades
en diciembre de 2010 para regularizar predios en Villa Allende. A sugerencia de
su padre, Víctor Tiburcio Rosas, Víctor Tiburcio Zaamario se comprometió a
realizar el trabajo. Y luego se hizo el occiso. Perdida la regularización,
perdidos los predios, su única excusa fue que el dinero ya no lo tenía. Vino
entonces el conflicto legal. Ofreció compensar la pérdida de los terrenos, pero
no cumplió. Se le ha querido notificar pero en su oficina se niegan a recibir
documentos. Se le ha buscado y se esconde. Existe, sin embargo, un pagaré
firmado por Tiburcio Zaamario, con la firma de testigo de su padre, Víctor
Tiburcio Rosas, que lo obliga a saldar los 600 mil pesos y los intereses
causados a la fecha, casi cuatro años después. Su padre ofreció el 6 de febrero
que la deuda quedaría saldada y propuso la venta de un inmueble en Minatitlán,
dado que María Elena Arroyo se dedica al giro de bienes raíces. Cuando ella
mencionó que habría que protocolizar la propuesta y operación, los dos
Tiburcios se esfumaron. Recibe ahora María Elena Arroyo amenazas de muerte pues
“la familia Tiburcio son gente que ocupa sus influencias a través de la cercana
relación que tiene Pedro Tiburcio Zaamario con el suegro del gobernador, Jesús
Antonio Macías”, dice una relatoría de hechos. Pedro Tiburcio Zaamario “ha
provocado el tráfico de influencias para obtener lo que más le convenga,
manejando a los jueces y autoridades a su conveniencia”, precisa el documento.
Todo un caso de abuso de poder, daño patrimonial, hostigamiento, amenazas y la
seguridad personal de María Elena Arroyo pendiendo de un hilo, pues no sólo se
usa el nombre del suegro incómodo sino también el del gobernador Javier Duarte
de Ochoa para torcer la justicia, cómplices jueces, secretarios y personal de
juzgados. Pedro Tiburcio Zaamario, hermano de Víctor Manuel, es aquel al que
los malosos le quemaron su restaurant El Acuyo porque supuso que con él la
cuota no funcionaba. Vaya enredo y lo que sigue… Fue en el ABC donde se atendió
Marcelo Montiel. Le liberaron una arteria obstruida mediante un cateterismo, a
punto de una embolia y quizá algo peor. De emergencia, ingresó al afamado
hospital, superó el trance, se le dio de alta y guardó reposo. Luego acudió a
un chequeo de rutina en el hospital Ángeles. Si le preguntan dice que no, que
goza de cabal salud. Si se checa su historia clínica, ahí está el episodio, que
pudo ser funesto. Lo cuenta un pariente que dice que esta vez sí estuvo a punto
de extinguirse el marcelismo. Ahora anda cortando listones de restaurantes, La
Camila de Mario Oriani, en Boca del Río; recibe a Rosario Robles Berlanga, la
secretaria de Desarrollo Social del gobierno federal, y hace grilla, mucha
grilla, para posicionar a Víctor Rodríguez Gallegos, su brazo financiero en la
delegación de SEDESOL, hacia la diputación federal por Coatzacoalcos, en 2015.
Una cosa es más fácil que otra: evitar una embolia tiene lo suyo, pero que
Víctor Rodríguez sea aceptado en las colonias, ni con catéter… Otro becario en
la Secretaría de Educación de Veracruz, delegación zona sur: Roberto Orlando
Olivares Carrillo, a quien el delegado Esteban Lara le halló recibos de cobro
por 12 mil pesos mensuales. Obvio, quiso saber quién es ese picudo que sangra
la nómina sin trabajar, incluso cuando se involucra en los órganos electorales,
y que da con el protegido del clan Chagra. ¿Pues no que no había “aviadores” en
la SEV?… Inteligente, lo que se dice inteligente, no es; trepador sí. Samuel
Muñoz de la Rosa, abogadazo, tiene literalmente con un pie en la cárcel a su
cliente, Manuel Bringas Burelo, el hermano incómodo de los ex dueños de
Coatzacoalcos. Implicado en la venta fraudulenta de terrenos, en el área sur de
Punta Diamante, tolerado y encubierto por el regidor José Antonio Chagra Nacif,
Manuel Bringas incurrió en fraccionamiento indebido, fraude, uso de escrituras
sobre un predio en el que no tenía derecho alguno. De un momento a otro pisará
la cárcel. Hay evidencia de la venta de lotes en “paguitos”, el banco en que le
depositaban, las cuentas a su nombre. Empinó el abogadazo Samuel Muñoz a su cliente,
suponiendo que si alguien pagaba los platos rotos sería Manuel Bringas. Ahora
ya se tienen pruebas de que uno y otro están mancornados en el negocio. Al
tiempo…
twitter:
@mussiocardenas
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