Llegada la hora del cierre, el Teletón
no había conseguido la suma de millones de pesos que se había propuesto. En
estricto sentido, fue un fracaso. O, cuando menos, un notable incumplimiento de
la meta establecida. Pero al estilo del Congreso federal, que a sus
conveniencias se concede el establecer improbables relojes legislativos para
alargar sesiones conflictivas más allá del calendario oficial restrictivo, el
Teletón se habilitó una hora y media de recaudación más allá de lo
originalmente considerado. Y así, 90 minutos después, se pudo decir, en un
ambiente notablemente menos festivo que en todas las ocasiones anteriores, que
en tiempos extras se había logrado empatar el marcador monetario deseado.
La edición 2014 del citado Teletón ha
sido la más impugnada y descuadrada. Le faltó su emblemática figura lacrimal,
Lucero, ahora distanciada de las estrellas del canal. Y, ante la pregunta
emilista de ¿ahora quién podrá salvarnos?, apareció Eugenio Derbez como
una especie de filósofo social de peluche que quiso confrontar (presuntamente
en serio, queriendo querer) las múltiples y fundadas objeciones al ejercicio
televisivo de filantropía fiscal constructora y operadora de centros de
atención a discapacitados. Apenas unas semanas atrás había dicho el exitoso
cómico de ligerezas que le avergonzaba tener un país donde ni siquiera tu
presidente es capaz de poner orden, (lo que) duele y duele mucho. Pero, lanzado
al rescate del Teletitánic, hizo segunda a los aires regañones de una esposa
recientemente puesta en pantalla para explicar sus cuentas inmobiliarias
alegres y pretendió enfrentar a críticos del sistema, de la televisora regente
y del Teletón limpiador de imagen.
La frivolidad farandulera y la
cursilería deducible de impuestos no lograron restar responsabilidades al
andamiaje de oportunismo asistencialista de Televisa y sus aliados políticos,
empresariales y mediáticos. Las Naciones Unidas han objetado ese ejercicio que
se escuda tras el dolor y la desgracia (causadas por un sistema que mucho
beneficia a la élite de esa televisora cómplice) para quitar a tesorerías
públicas, federal y estatales, los recursos públicos que esos gobiernos
deberían administrar por sí mismos y no cederlos al poder televisivo para que
éste haga caridades con dinero ajeno. El comité de los derechos de las personas
con discapacidad de la ONU dijo que le preocupa que buena parte de los
recursos para la rehabilitación de las personas con discapacidad del Estado
sean objeto de administración en un ente privado como Teletón. Pero, además de
esa sustitución de las obligaciones del Estado, la pantallocracia promueve las
donaciones individuales de una sociedad convocada no a pelear contra las causas
profundas de la desigualdad, la injusticia y la corrupción, sino al ejercicio
volátil de la caridad circunstancial.
Los juegos televisos del hambre
consumían buena parte de la atención nacional mientras el drama nacional subía
de grado. En Chiapas (donde el gobernador Manuel Velasco prepara su boda de
ensueño con Anahí, otra estrella de Televisa que también apareció aportando una
cuota a nombre de su fundación caritativa y defendiendo el Teletón), Agustín
Gómez Pérez, de 18 años, tomó la determinación de hacerse prender fuego en
demanda de la liberación de Florentino Gómez Girón, su tío, pero, sobre todo,
dirigente del agrarista Frente Ricardo Flores Magón, al que el gobierno
frívolo, despilfarrador y elitista de Velasco hizo encarcelar fabricándole
delitos, entre ellos el de abigeato. Tan eficaz fue ese gobierno clasista de
Velasco en poner tras las rejas a un líder que le resultaba molesto como lo fue
para excarcelarlo de manera relampagueante luego del sacrificio del joven
Agustín, que se mantiene a las puertas de la muerte. Mazmorras o libertad a
gusto del virrey que se gasta el dinero chiapaneco en promover su figura en el
país y el extranjero como presunto aspirante a la Presidencia de la República
en 2018.
De Austria llegaron al Fabulador
General de la República, Jesús Murillo Karam, noticias muy propicias para dar
carpetazo abierto a la investigación sobre el destino de los normalistas
rurales de Ayotzinapa. La dosificación de la verdad sobre los 43 ha permitido
al régimen impedir una explosión mayúscula de descontento y le ha dado tiempo, en
un razonamiento macabro, razones de Estado criminal para tejer una novela negra
de la que todo mundo sabe el final pero que ha permitido a los habitantes de
los sótanos político-policiacos (sótanos que en realidad son la cúpula,
ingeniería de política real) esparcir la versión casi segura de la muerte de
los buscados pero, al mismo tiempo, mantener bajo embargo acciones judiciales
específicas en el nivel nacional y retardar consignaciones ante instancias
internacionales. En esa estrategia de goteo, la identificación de restos como
pertenecientes a uno de los 43, a Alexander Mora Venancio, confirma sin
confirmar la historia murillista de los incinerados en Cocula. En ese contexto,
hasta lo cansado se le quitó al titular de la Procuraduría General de la República,
quien ayer leyó un boletín de prensa ante reporteros, sin preguntas y
respuestas, para rendir un burocrático informe de actividades recientes.
Pero la desgracia nacional sigue
adelante. De 19 años, la enfermera Erika Kassandra Bravo Caro desapareció días
atrás en Uruapan y luego se le encontró torturada, apuñalada y con el rostro
desollado (como sucedió con Julio César Mondragón en Iguala). Ayer hubo
protestas de ciudadanos conmocionados por ese crimen y hoy se realizará otra en
esa ciudad del Michoacán presuntamente ya controlado por el comisionado Alfredo
Castillo. También hubo protestas públicas, reprimidas por policías estatales y
municipales, luego que la estudiante Liliana Morales Flores, de 14 años, fue
encontrada muerta en Tultitlán, estado de México, tras haber sido secuestrada
el pasado 24 de noviembre en Cuautitlán Izcalli, en la entidad de alto índice
de feminicidiossin justicia alguna.
Y, mientras Mancera ha cambiado de jefe
policiaco, pero no de métodos ni espíritu represor, ¡hasta mañana!
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FUENTE : LA JORNADA
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