Por Darío Ramírez
La salida del aire de Carmen Aristegui
es una mala noticia para la abollada democracia mexicana. Podrá parecer una
exageración para aquellos que no reconocen y conocen el sistema de medios y de
información que hemos tenido durante la historia moderna de nuestro país. Es
verdad que nuestro periodismo crítico, independiente y contra sistema, es y ha
sido marginal y busca (invariablemente) ser acallado por el mismo sistema
político. Por eso no es casualidad que la voz contemporánea más crítica
(Aristegui) esté pasando lo que está pasando. Ni tampoco es fortuito que sea
una periodista cuyo silencio provoque una reacción en la audiencia.
Cartón: Tomado de Internet
El diseño de medios que tenemos da para
aniquilar de manera sutil (y casi siempre tiene éxito) aquellas voces
periodísticas que buscan otros ángulos de las noticias que no sea el
tratamiento benévolo sin cuestionamiento ni crítica al actuar de la autoridad.
El sistema que hemos creado no promueve ni asegura el florecimiento de un
periodismo antagónico (como es su naturaleza) al poder. Ese espejismo de
democracia nos confunde y lleva afirmaciones contrarias de actores políticos.
Cuántas veces hemos escuchado su compromiso con la libertad de expresión,
cientos. Al mismo tiempo cuántos casos de presión desde el poder, o de ataque
directo de alguna autoridad a un periodista tenemos registro. La presión real
ya sea con llamada telefónica desde el gobierno, mensajes cifrados, castigos
que impidan el derecho a las fuentes de ciertos medios, o tal vez, la más
lacerante el dinero público como mecanismo de censura previa e indirecta es
real y continua. Conozco cientos de casos dónde la línea editorial es moldeada
para no interrumpir los intereses de diversa índole entre la empresa mediática
y el poder político. El periodismo queda en segundo plano.
Lo que quiero decir
es que cuidar una voz valiente que se atreva a investigar al presidente y
sus negocios a la sombra del poder es una voz rara, disonante y escasa en
nuestro periodismo. Esa especie rara y en peligro de extinción hoy es: Carmen,
Daniel, Irving, Salvador y Kirén. No son los únicos, pero hoy son el ejemplo de
una pérdida (ojalá temporal) para el sistema que se cree democrático. Hay un
elemento que resaltar, mientras en México se debate si el tema es privado o no,
si es un tema de libertad de expresión o no, mientras se asientan las filias y
fobias contra Carmen, la prensa
extranjera más influyente reportó el tema de manera inequívoca
informando que se corría al equipo periodístico que había sacado el reportaje
de la Casa Blanca. El tiro de los extranjeros fue preciso.
Fotografía: Darío Ramírez
Cuidar el disenso tal vez es más
importante que cuidar la voz de la mayoría. Pero eso solamente es cierto para
aquellos sistemas políticos que tienen los contrapesos y salvaguardas
necesarios en una democracia. En México claramente no los tenemos ni los hemos
tenido. Pero tenemos que trabajar para demandar que la transición democrática
refunde el sistema de medios y su relación con el poder político. Ciertamente
se antoja imposible tal hipótesis, lo admito. Hago énfasis en que nunca hemos
tenido lo que buscamos porque muchas veces parece irrisorio esgrimir argumentos
democráticos cuando vemos que la cancha es todo menos democrática. La fachada
lo es, ahí vemos los elementos necesario para un estado de derecho, ahí la
simulación de lo que aparentamos tener. Pero conforme nos acercamos vemos
que el espejismo se desvanece y aparecen los desaparecidos, torturados, la
desigualdad, la corrupción y el autoritarismo. Esos son reales.
La ausencia de voces con la línea
editorial de Carmen Aristegui no es fortuito ni es coincidencia. Importaría
poco la salida de Carmen si supiéramos que haya decenas de investigaciones
periodísticas del corte de la Casa Blanca. Si hubiera un bloque de medios y
periodistas dispuestos a confrontar al poder (como lo hay en las democracias
más avanzadas), la voz de Carmen sería una más de muchas. Lo que no podemos
aceptar es que todo sea coincidencia, es decir, que sea coincidencia que el
equipo de investigación periodística que sacó el reportaje de las corruptelas
de Peña, sus amigos y constructores consentidos y favorecidos, así como la red
de prostitución del PRI-DF esté hoy fuera del aire. En política no hay
coincidencias.
Cartón tomado de Internet
Sacar a Carmen del aire es estratégico
para aquellos que no creen que hay una democracia en México y que el periodismo
es innecesario. Pero con Carmen se va una agenda de información, se van las
voces de las fuentes que ella y su equipo retomaban, se va una visión de los
hechos y de las noticias. La pérdida, entonces, se multiplica.
El poder gusta de controlar la
información, eso en todas las latitudes y lo hace de maneras distintas. Es
parte de su razón de ser. En México el paso principal y fundamental para
refundar el sistema de medios es quitarle al poder la correa con la que tiene
atado a los medios de comunicación: el dinero público y su gasto discrecional
en publicidad oficial. Quitémosle esa herramienta a los gobiernos, regulemos su
gasto con criterios claros y transparentes para gastar ese dinero, prohibamos
su gasto para enaltecer perfiles políticos y partidos y un primer paso
sumamente relevante se habría dado. Lo prometió Peña Nieto a la hora de asumir
su administración, pero parece ser que su promesa vale poco en este ámbito. Sin
embargo, regresamos a la misma idea. Si hubiese un poder real o de facto, que
quisiese cambiar las reglas, éstas se podrían cambiar. Pero hoy pedir la
autoregulación al poder político y que ceda ese dinero y ese poder de control
sobre los medios de comunicación, y que éstos, a su vez asuman su orfandad y
cambien sus paradigmas de cómo hacer periodismo, parece imposible. El sistema
funciona para ellos y el interés y necesidades de la sociedad no es un tema que
esté dentro de su agenda.
En el supuesto de lograr esa regulación
del dinero público, tendrían que entrar en escena empresarios de la
comunicación dispuestos a crear modelos de negocios basados en independencia
del dinero público e independencia editorial. No sobra decir que el sistema que
hoy impera se sostiene gracias a empresarios que obtienen jugosas ganancias del
poder político. Eso no cabe la menor duda. Por ello la apuesta debería ser una
nueva especie de empresarios que apostaran por la credibilidad de sus medios,
por el periodismo que forja democracias y por su real independencia. Sin
embargo, mientras abogados de medios, como lo fue Eduardo Sánchez, lleguen de
manera directa a los puestos más altos del poder (como Jefe de Comunicación
Social de Los Pinos) las señales están claras y más lo están la cercanía.
Cartón tomado de Internet
Sin periodismo no hay
democracias. Ahora basta asegurarnos que lo que quieren (y lo digo por los que
ostentan el poder) sea democracia. Al final, el periodismo es tan importante
que es imposible dejárselo solamente a los periodistas.
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