Libertad Bajo Palabra
Por Armando Ortiz
En un giro digno de un reality show futbolero, Gianni Infantino, presidente de la FIFA, le entregó ayer a Donald Trump el flamante “FIFA Peace Prize” durante el sorteo del Mundial 2026 en Washington. Sí, ese mismo Trump que no paraba de tuitear (o de quejarse en mítines) sobre por qué el Comité Nobel lo ignoraba, como si fuera un premio Oscar que se le escapa por un pelo. El galardón, creado a toda prisa el mes pasado —sin mucho escrutinio ni aprobación formal del consejo FIFA—, reconoce las “acciones excepcionales” de Trump por la “paz y unidad global”, citando su rol en el alto el fuego en Gaza y otros “logros” que, según Infantino, hacen que el mundo sea “un lugar más seguro”.
Trump, radiante con su
medalla colgando del cuello y un trofeo con globo terráqueo en mano, lo llamó
“uno de los grandes honores de mi vida”. Claro, porque nada
dice “líder mundial” como un premio inventado por un amigo en el fútbol, justo
después de que el Nobel se lo llevara María Corina Machado.
Críticos como Human Rights Watch lo llaman un “premio patito” sin proceso ni jueces reales, un guiño obsequioso de Infantino para congraciarse con el anfitrión del Mundial. Al final, si no puedes ser Nobel, al menos luce como un árbitro de VAR con ego inflado: todo brillo, cero autoridad. ¿Próximo paso? ¿El Premio de la Paz de McDonald’s?
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