Digna Ochoa, defensora de DH. Foto: Antonio Nava |
MISANTLA, Ver. (apro-cimac).- En un rincón de este municipio veracruzano yace el recuerdo de una abogada, una defensora de derechos humanos, que este pueblo evoca cada 19 de octubre: Digna Ochoa y Plácido.
Hace 10 años, Misantla ya era un pueblo en progreso, hoy mantiene su clima caluroso, húmedo, sus fértiles tierras y aguas transparentes; la tranquilidad de los barrios prevalece, sin embargo, para una familia la vida se hizo más corta.
Desde 2001, el nombre de Digna Ochoa quedó plasmado en la memoria colectiva por ser una de las primeras abogadas en denunciar la impunidad del Estado, y porque los resultados de las investigaciones sobre su muerte ofendieron a la sociedad civil.
Luego de 10 años el caso se cerró: la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) concluyó que la muerte de la activista se trató de un suicidio, pero la familia Ochoa y Plácido no cree en esta versión y por ello, una vez más, abren el álbum familiar para recordar y honrar la memoria de Digna.
En una pequeña casa de fachada marrón, las fotografías y postales son el único recuerdo y el mejor homenaje, la evidencia de la lucidez, la valentía y el compromiso de una luchadora social que abandonó su hogar con el sueño de cambiar al mundo.
La hija
“Una mujer muy destacada, estudiosa, inteligente… Mi hija, una maravilla”, así describe Irene Plácido Evangelista a la quinta de sus 13 hijos, Digna, la niña que nació el 15 de mayo de 1964 en el seno de una familia humilde y costumbrista como lo ameritaba la época.
Irene, una mujer de gestos amables pero palabras contundentes, asegura que su hija era alegre pero –al igual que ella– rigurosa, porque cuando necesitaba sacar el coraje, lo sacaba. Y es que hay ocasiones en las que no se puede flaquear ni se debe andar con titubeos.
Si Digna fue una mujer disciplinada se lo debe a su madre y a su abuela, quienes desde pequeña le inculcaron la rigidez, los valores y hasta las reprimendas propias del catolicismo.
Así creció, en medio de una familia recatada y de un pueblo mágico de raíces prehispánicas. Ahí cursó sus estudios básicos y asistió a la preparatoria, una edificación que después se convertiría en una casa de cultura pintada de blanco que hoy parece un liceo romano.
“Fue una hija muy estudiosa, una mujer que se dedicó desde chica a sus estudios, a prepararse para el mañana”, recuerda con la mirada llena de orgullo Eusebio Ochoa López, su padre, un hombre de pasos lentos y ágil memoria.
La hermana
Digna no tuvo privilegios, creció con los mismas responsabilidades y obligaciones que el resto de sus cinco hermanas y siete hermanos. Ellos así la recuerdan, como una de las más alegres, estudiosas, obedientes y reservadas.
Digna poco habló de su trabajo como abogada, sin embargo, las amenazas que recibió llegaron hasta su familia, según cuenta Luz María Ochoa, su hermana, quien recuerda que en una ocasión Digna le llamó alarmada preguntando por sus sobrinas.
Tiempo después Luz María se enteró de lo que sucedía. “A ella le llamaron la madrugada de ese día y le dijeron que tenían a una de sus sobrinas arriba de una azotea y la amenazaron: ‘Si sigues, la vamos a matar’”, relata su hermana.
Aunque Luz María no sabe la razón de las amenazas, imagina que el hostigamiento fue por los casos que en ese momento Digna litigaba como abogada. Esta hipótesis la reitera otro de sus hermanos, Ignacio Ochoa, quien conoció el lado noble del derecho gracias a su hermana.
Un año después de la muerte de su hermana, Ignacio, junto con su hermano Jesús Ochoa, decidieron abrir el Centro de Derechos Humanos Digna Ochoa y Plácido. Fue así que en octubre de 2002 se adentraron a mundo de riesgos latentes, el de la defensa de las víctimas.
En alguna ocasión cuando Ignacio estudiaba la Universidad, acompañó a Digna a un juzgado en Xalapa; en ese momento él escuchó cómo uno de los policías acusados amenazó a su hermana luego de que ella lo interrogó con preguntas claras y contundentes.
“Los policías empezaron a comentar si esa abogada se sentía muy valiente y no se daba cuenta que un día podía aparecer su cabeza en la carretera”, rememora Ignacio. Ese fue el momento en que su hermano comenzó a sentir miedo, sin embargo, siguió y hoy es un abogado defensor como lo fue Digna.
Ignacio conoce muy bien los riesgos de su profesión. Él ha sido intimidado por teléfono, ha recibido amenazas de parte de hombres armados, e incluso una vez fue “levantado” por un grupo de desconocidos que lo golpearon. Aun así se mantiene firme en sus convicciones.
Ignacio, Jesús, Luz María, Irene y el resto de los hermanos Ochoa y Plácido saben que el legado de la defensora, al igual que el de la amiga, sigue vivo. No sólo era activista, también era una mujer alegre a quien le gustaba cocinar, festejar y estar con su familia, aunque fuera por poco tiempo.
En la casa familiar se sigue preparando la receta de barbacoa de pollo que Digna cocinaba, o los tamales de picadillo que tanto le gustaban. Esas recetas, una veladora y varias fotografías de la abogada, permanecen al paso de los años.
La activista
Digna vivió y estudió Derecho en la Universidad Veracruzana en Xalapa; viajó por el país, estuvo en Estados Unidos e incluso en Europa; pero durante mucho tiempo radicó en la ciudad de México, donde el 19 de octubre de 2001 fue encontrada sin vida.
¿Cómo y por qué murió? Según la PGJDF, Digna se quitó la vida; de acuerdo con la familia, fue asesinada. Esta última hipótesis se basa en las constantes amenazas que recibió por su labor a favor de las victimas de violaciones a los derechos humanos.
Fue una activista, una de las primeras abogadas que se convirtió en verdadera defensora. “A ella le gustaban las cosas derechas, le gustaba la verdad… Desde chamaca le vino esa idea, dijo que ella tenía que ser abogada”, recuerda su madre.
Digna tuvo una sólida educación religiosa y asistió con frecuencia a la iglesia de Misantla. Luego de terminar la carrera de Derecho, Digna, con 22 años, ingresó a la Congregación Dominicas del Verbo Encarnado en la capital del país.
No obstante, su compromiso social fue más fuerte y abandonó el convento para incorporarse como abogada al Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez. Eran finales de 1988.
Quería servir a la gente más humilde, más pobre, la más vulnerable, por eso se convirtió en abogada, porque nunca olvidó que su padre pasó un año y 15 días en prisión luego de pertenecer a un movimiento laboral que lo único que pedía eran mejores condiciones de trabajo en los ingenios azucareros de la región.
Cada vez que su padre recuerda la anécdota lo hace con cierta tristeza porque así perdió a su hija. “En una ocasión le dije que por qué no se venía a Misantla… ella me dijo que no porque tenía compromisos”. Y a pesar de la tragedia posterior, esa respuesta es un orgullo para él.
Hoy, en la casa de la familia Ochoa y Plácido sólo quedan fotos y en el pueblo de Misantla una placa conmemorativa. Esos son los recuerdos en honor a la mujer que hasta el final dio voz a los más vulnerables y de aquella activista que cuestionó a quienes ejercieron el poder.
La familia de Digna tiene la certeza de que la asesinaron y, con esa seguridad sigue esperando, aguarda reivindicación, congruencia y justicia.
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