Por Andrés Timoteo
REGINILLA
Ayer domingo se cumplieron seis meses de que fue localizado el cuerpo sin vida de la periodista Regina Martínez en Jalapa. Y ya son seis meses de impunidad para los perpetradores del crimen porque que las autoridades estatales están más preocupadas en buscar chivos expiatorios que en procurar justicia. Dan palos de ciego porque no quieren o no pueden encontrar a los responsables y les apura sacudirse el caso que les quema las manos.
Son seis meses sin nuestra querida Regina, amiga de causas y de quehacer periodístico. Su ausencia, que se dio de forma violenta y atroz, modificó sin duda, la manera de trabajar de los periodistas veracruzanos. Casi todos bajaron su perfil, aminoraron el ritmo y se alejaron de los temas que puedan llevarlos a un final similar. El homicidio de Regina abrió un parte-aguas doloroso en la tarea informativa de Veracruz, y el silencio comenzó a avanzar como una sombra.
Si “tocaron” a Regina pueden hacerlo con cualquiera, es lo que se dice en los corrillos periodísticos. De allí el miedo y la precaución. Regina, como todos los compañeros lo saben, era una profesionista pulcra en su ejercicio periodístico y en su vida personal. Discreta a ultranza para resguardar su entorno personal, el silencio de Regina sobre sus seres queridos fue más una medida para proteger a los suyos que una forma de ocultar situaciones indebidas.
Por eso es abominable la intención del gobierno estatal para retorcer las indagatorias del crimen hacia una móvil personal y tratar de desligarlo de su quehacer periodístico. La procuraduría estatal trata de enlodar la memoria de Regina para escabullirse de la responsabilidad de castigar a los criminales. Es lo mismo que practicaba en el sexenio pasado: enlodar a la víctima para hacerla parecer culpable de su propia tragedia. Pero no lo podrán hacer porque los que conocimos a Regina sabemos que era una mujer intachable.
Es preciso hacer del conocimiento público que el homicidio de la compañera no fue fortuito sino que hubo antecedentes de amenazas y acoso en los meses previos al ataque sufrido. Regina confió a sus amigos que a finales del mes de diciembre pasado su domicilio fue allanado por un desconocido – o quizás varios-. Ella lo descubrió al regresar de unos días de asueto por motivos de fin de año en el municipio de Gutiérrez Zamora, donde radican algunos familiares.
Lo hizo con anticipación pues de la revista Proceso, de la que era corresponsal, le pidieron actualizar un material que ella había dejado en su computadora personal. Llegó el día 2 de enero al domicilio, entró a la casa y se sentó ante la computadora a trabajar sobre el reportaje. No notó nada extraño hasta que fue al cuarto de baño y se percató de que estaba húmedo el suelo donde se ubica la regadera. Es decir, alguien se había duchado allí en su ausencia. Enseguida recordó que había dejado un sobre con el contenido de su aguinaldo – unos 10 mil pesos- en uno de los cajones de su escritorio y revisó el mueble. El dinero no estaba, se lo habían llevado él o los intrusos que tal vez pernoctaron en la vivienda por eso el suelo de la ducha estaba mojado.
Revisó toda la casa y solo faltaba el sobre con su aguinaldo. No se llevaron nada más: ni su computadora ni sus archivos ni información personal – a no ser que la hayan copiado del ordenador, eso no lo comentó-. Obviamente, aquella noche no durmió de miedo. Atrancó
a puerta y aseguró las ventanas, y al día siguiente llamó a un cerrajero para que cambiara las chapas y seguros. El cerrajero le dijo que la persona que había entrado a su casa era “un experto” pues lo hizo sin forzar las cerraduras, sin romper vidrios y sin alterar nada. Fue con instrumentos especiales para abrir seguros sin dejar huellas.
Regina cambió cerraduras y también las protecciones de ventanas, incluyendo las ubicadas en la ventanilla del cuarto de baño. Pero el asunto no paró ahí pues la periodista se sentía acosada, tal vez amenazada. “Hay gente extraña en el barrio”, comentó alguna vez en las semanas siguientes. “Ya no es como antes cuando era casi campirano y hasta había vacas pastando frente a mi casa”, platicó.
Estaba acosada y con miedo. Desafortunadamente no quiso - o no le dio tiempo- decir de quién o de quienes tenía miedo, o qué amagos recibió, además del allanamiento de su casa el fin de año, para estar así de temerosa. A lo largo de su carrera periodística no era la primera vez que estaba en una situación así pero ahora, hasta donde se deduce por las confidencias, el temor era mayor. Incluso, a algunos amigos les confió que pensaba mudarse de domicilio. “Más al centro, donde haya más vigilancia”, les dijo. La intención era poner en renta su vivienda, ubicada en la colonia Felipe Carrillo Puerto, y con el dinero obtenido pagar el alquiler de otra casa o un departamento en otro sitio.
“Pero si acabas de pagar tu casa”, le recordamos los que conocimos sus planes y ella reiteró que ya no quería vivir allí: tenía miedo. Como se sabe, Regina obtuvo una indemnización después de un pleito legal con el periódico Política, donde laboró 19 años, tras ser despedida injustificadamente. Bueno, fue injustificadamente en el fuero laboral porque la justificación que le dio el director del rotativo fue que al gobernador –en ese entonces, el innombrable- le molestaban sus escritos y no la quería en el periódico, él había pedido su despido, según nos narró la propia Regina a sus amigos.
A Regina no le dio tiempo de obedecer al miedo que la ponía en alerta y unas semanas después fue atacada en su propio domicilio. Este redactor – y de nueva cuenta ofrezco disculpas a los lectores por haber escrito en primera persona- vio por última vez a Regina la primera semana del mes de abril. Como siempre, nos tomamos un café en la nueva Parroquia y charlamos del acontecer noticioso. Nos reímos de lo que nos parecía chistoso, entre ello que los lecheros en Jalapa no sabían igual que los de La Parroquia en el puerto, a donde iba cada vez que viajaba a la zona conurbada para realizar algún trabajo reporteril.
Ella siempre recordaba que siendo alumna de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación, ahorraba para ir a tomarse un lechero y una micha con frijoles –acompañada de sus amigas de clase- pues con los gastos de la vida estudiantil no le permitían pagar algo más. “Pero nos sabía delicioso el lechero y la micha con frijoles, nos sabía a gloria”, contaba entre risas. También ironizaba, tratando de hacerme enojar, que ella con su material enviado a la agencia de Proceso “se llevaba más portadas de ocho columnas” en Notiver que los que corresponsales en Jalapa. “Don Alfonso me publica más a mí que a ustedes y eso que no trabajo para Notiver”, punzaba.
Le presumí la aplicación en mi teléfono celular de un scanner de documentos y no me creyó que fuera posible. “Haber escribe algo en tu libreta y escanéalo”, me pidió. “Estoy con Reginilla tomándome un lechero”, fue la frase escrita que hizo que riéramos los dos. Nunca pensé que sería la última vez que la vería. La tarde del 17 de abril, ocho días antes de su muerte, el entonces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador realizó un mitin en la plaza Sebastián Lerdo de Tejada, y yo llegué retrasado al evento. Regina me llamó a mi teléfono celular para avisarme que el tabasqueño ya estaba en su discurso. “Acá estoy con tu candidato y tu ni te apareces para echarle porras”, me dijo burlándose.
Fue la última vez que escuche su voz porque en plaza Lerdo la busqué en medio de la multitud pero no la encontré, de ahí terminó el mitin y todos corrimos a redactar la información. Ya no supe de ella hasta la tarde del sábado 28 de abril cuando una compañera me localizó vía telefónica en la ciudad de Córdoba para decirme, llorando a gritos, que la habían matado. Su muerte nos marcó a todos los que tuvimos la buenaventura de conocerla. A seis meses, seguimos llorando a Reginilla.
REGINILLA
Ayer domingo se cumplieron seis meses de que fue localizado el cuerpo sin vida de la periodista Regina Martínez en Jalapa. Y ya son seis meses de impunidad para los perpetradores del crimen porque que las autoridades estatales están más preocupadas en buscar chivos expiatorios que en procurar justicia. Dan palos de ciego porque no quieren o no pueden encontrar a los responsables y les apura sacudirse el caso que les quema las manos.
Son seis meses sin nuestra querida Regina, amiga de causas y de quehacer periodístico. Su ausencia, que se dio de forma violenta y atroz, modificó sin duda, la manera de trabajar de los periodistas veracruzanos. Casi todos bajaron su perfil, aminoraron el ritmo y se alejaron de los temas que puedan llevarlos a un final similar. El homicidio de Regina abrió un parte-aguas doloroso en la tarea informativa de Veracruz, y el silencio comenzó a avanzar como una sombra.
Si “tocaron” a Regina pueden hacerlo con cualquiera, es lo que se dice en los corrillos periodísticos. De allí el miedo y la precaución. Regina, como todos los compañeros lo saben, era una profesionista pulcra en su ejercicio periodístico y en su vida personal. Discreta a ultranza para resguardar su entorno personal, el silencio de Regina sobre sus seres queridos fue más una medida para proteger a los suyos que una forma de ocultar situaciones indebidas.
Por eso es abominable la intención del gobierno estatal para retorcer las indagatorias del crimen hacia una móvil personal y tratar de desligarlo de su quehacer periodístico. La procuraduría estatal trata de enlodar la memoria de Regina para escabullirse de la responsabilidad de castigar a los criminales. Es lo mismo que practicaba en el sexenio pasado: enlodar a la víctima para hacerla parecer culpable de su propia tragedia. Pero no lo podrán hacer porque los que conocimos a Regina sabemos que era una mujer intachable.
Es preciso hacer del conocimiento público que el homicidio de la compañera no fue fortuito sino que hubo antecedentes de amenazas y acoso en los meses previos al ataque sufrido. Regina confió a sus amigos que a finales del mes de diciembre pasado su domicilio fue allanado por un desconocido – o quizás varios-. Ella lo descubrió al regresar de unos días de asueto por motivos de fin de año en el municipio de Gutiérrez Zamora, donde radican algunos familiares.
Lo hizo con anticipación pues de la revista Proceso, de la que era corresponsal, le pidieron actualizar un material que ella había dejado en su computadora personal. Llegó el día 2 de enero al domicilio, entró a la casa y se sentó ante la computadora a trabajar sobre el reportaje. No notó nada extraño hasta que fue al cuarto de baño y se percató de que estaba húmedo el suelo donde se ubica la regadera. Es decir, alguien se había duchado allí en su ausencia. Enseguida recordó que había dejado un sobre con el contenido de su aguinaldo – unos 10 mil pesos- en uno de los cajones de su escritorio y revisó el mueble. El dinero no estaba, se lo habían llevado él o los intrusos que tal vez pernoctaron en la vivienda por eso el suelo de la ducha estaba mojado.
Revisó toda la casa y solo faltaba el sobre con su aguinaldo. No se llevaron nada más: ni su computadora ni sus archivos ni información personal – a no ser que la hayan copiado del ordenador, eso no lo comentó-. Obviamente, aquella noche no durmió de miedo. Atrancó
a puerta y aseguró las ventanas, y al día siguiente llamó a un cerrajero para que cambiara las chapas y seguros. El cerrajero le dijo que la persona que había entrado a su casa era “un experto” pues lo hizo sin forzar las cerraduras, sin romper vidrios y sin alterar nada. Fue con instrumentos especiales para abrir seguros sin dejar huellas.
Regina cambió cerraduras y también las protecciones de ventanas, incluyendo las ubicadas en la ventanilla del cuarto de baño. Pero el asunto no paró ahí pues la periodista se sentía acosada, tal vez amenazada. “Hay gente extraña en el barrio”, comentó alguna vez en las semanas siguientes. “Ya no es como antes cuando era casi campirano y hasta había vacas pastando frente a mi casa”, platicó.
Estaba acosada y con miedo. Desafortunadamente no quiso - o no le dio tiempo- decir de quién o de quienes tenía miedo, o qué amagos recibió, además del allanamiento de su casa el fin de año, para estar así de temerosa. A lo largo de su carrera periodística no era la primera vez que estaba en una situación así pero ahora, hasta donde se deduce por las confidencias, el temor era mayor. Incluso, a algunos amigos les confió que pensaba mudarse de domicilio. “Más al centro, donde haya más vigilancia”, les dijo. La intención era poner en renta su vivienda, ubicada en la colonia Felipe Carrillo Puerto, y con el dinero obtenido pagar el alquiler de otra casa o un departamento en otro sitio.
“Pero si acabas de pagar tu casa”, le recordamos los que conocimos sus planes y ella reiteró que ya no quería vivir allí: tenía miedo. Como se sabe, Regina obtuvo una indemnización después de un pleito legal con el periódico Política, donde laboró 19 años, tras ser despedida injustificadamente. Bueno, fue injustificadamente en el fuero laboral porque la justificación que le dio el director del rotativo fue que al gobernador –en ese entonces, el innombrable- le molestaban sus escritos y no la quería en el periódico, él había pedido su despido, según nos narró la propia Regina a sus amigos.
A Regina no le dio tiempo de obedecer al miedo que la ponía en alerta y unas semanas después fue atacada en su propio domicilio. Este redactor – y de nueva cuenta ofrezco disculpas a los lectores por haber escrito en primera persona- vio por última vez a Regina la primera semana del mes de abril. Como siempre, nos tomamos un café en la nueva Parroquia y charlamos del acontecer noticioso. Nos reímos de lo que nos parecía chistoso, entre ello que los lecheros en Jalapa no sabían igual que los de La Parroquia en el puerto, a donde iba cada vez que viajaba a la zona conurbada para realizar algún trabajo reporteril.
Ella siempre recordaba que siendo alumna de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación, ahorraba para ir a tomarse un lechero y una micha con frijoles –acompañada de sus amigas de clase- pues con los gastos de la vida estudiantil no le permitían pagar algo más. “Pero nos sabía delicioso el lechero y la micha con frijoles, nos sabía a gloria”, contaba entre risas. También ironizaba, tratando de hacerme enojar, que ella con su material enviado a la agencia de Proceso “se llevaba más portadas de ocho columnas” en Notiver que los que corresponsales en Jalapa. “Don Alfonso me publica más a mí que a ustedes y eso que no trabajo para Notiver”, punzaba.
Le presumí la aplicación en mi teléfono celular de un scanner de documentos y no me creyó que fuera posible. “Haber escribe algo en tu libreta y escanéalo”, me pidió. “Estoy con Reginilla tomándome un lechero”, fue la frase escrita que hizo que riéramos los dos. Nunca pensé que sería la última vez que la vería. La tarde del 17 de abril, ocho días antes de su muerte, el entonces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador realizó un mitin en la plaza Sebastián Lerdo de Tejada, y yo llegué retrasado al evento. Regina me llamó a mi teléfono celular para avisarme que el tabasqueño ya estaba en su discurso. “Acá estoy con tu candidato y tu ni te apareces para echarle porras”, me dijo burlándose.
Fue la última vez que escuche su voz porque en plaza Lerdo la busqué en medio de la multitud pero no la encontré, de ahí terminó el mitin y todos corrimos a redactar la información. Ya no supe de ella hasta la tarde del sábado 28 de abril cuando una compañera me localizó vía telefónica en la ciudad de Córdoba para decirme, llorando a gritos, que la habían matado. Su muerte nos marcó a todos los que tuvimos la buenaventura de conocerla. A seis meses, seguimos llorando a Reginilla.
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