Desalojo de estudiantes en la Normal Vasco de Quiroga en Tiripetío .
Foto: Enrique Castro.
Foto: Enrique Castro.
Entre
analistas y medios de comunicación de Michoacán se extiende el rumor de que el
gobernador Fausto Vallejo podría ser relevado del cargo por problemas de salud.
Uno de los escenarios que se manejan es que sólo espera a que cumpla un año
–febrero de 2013– para que se nombre a un interino y éste se encargue de
organizar los comicios para elegir al mandatario sustituto. Dicen también que
el secretario de Gobierno, Jesús Reyna –quien orquestó la agresión del
lunes 15 a las normales rurales deTiripetío, Cherán y Arteaga –, es el que se perfila. En la
semana, mientras los jóvenes agredidos relataban sus testimonios, el EPR
difundió un comunicado en el que culpa a la clase política michoacana de la
agresión a los tres planteles.
MORELIA, MICH. (Proceso).- El lunes 15 por la madrugada, un grupo de jóvenes
dialogaba con el secretario de Gobierno, Jesús Reyna, en torno al
problema de las normales rurales e indígenas. De repente el funcionario tronó:
“Tienen dos horas para entregar los autobuses”, y se paró de la mesa. Ya
no hubo más palabras.
Casi de inmediato los
estudiantes recibieron llamadas de sus compañeros de Tiripetío, Cherán y
Arteaga para avisarles que cientos de policías estaban entrando a sus
planteles. Portaban armas largas, decían, y llevaban perros, que azuzaban
contra ellos, al tiempo que lanzaban gases. Varios helicópteros sobrevolaban
las inmediaciones.
Como sucedió en San
Salvador Atenco, Estado de México, en mayo de 2006, esta vez policías federales
y estatales entraron de madrugada a las escuelas normales rurales e indígenas
de Tiripetío, Artega y Cherán y arremetieron contra los estudiantes. Algunos
alcanzaron a refugiarse en las casas cercanas.
Los que permanecieron
en los planteles fueron golpeados con macanas y rociados con gases. En las
inmediaciones estaban los camiones y camionetas utilizadas en el operativo, así
como tanques de agua, ambulancias, autobuses y armas de grueso calibre. Según
los vecinos, fueron alrededor de mil 500 los elementos que participaron.
“Nos perseguían como
animales. Los helicópteros lanzaban luces en el cerro mientras nos
escondíamos”, dice un normalista de Tiripetío que se salvó de ser detenido.
La orden del
gobernador priista Fausto Vallejo había sido clara: “restablecer la paz y la
tranquilidad”. Horas después justificó el despliegue policiaco, al señalar que
una cosa es la tolerancia y la manifestación de ideas y otra que se transgreda
la ley. Añadió que el gobierno michoacano sólo había coadyuvado en el operativo
federal, pues había inconformidad en la población por la retención de los
autobuses.
Mientras los jóvenes
eran trasladados a la procuraduría estatal con las manos atadas por detrás con
cintas elásticas, muchos de ellos con sangre en el rostro, Vallejo volvió a la
carga:
“Invitamos a la
sociedad civil, a los partidos políticos, a los medios de comunicación, a todo
el pueblo que quiera que se compongan las cosas en Michoacán, a que valore y se
pregunte qué tipo de gobierno quiere: uno que irresponsablemente permita la
ingobernabilidad por no asumir los costos políticos que el orden acarrea o uno
abierto al diálogo con la única condición de la legalidad”.
Los líderes del
magisterio michoacano piensan lo contrario. Para ellos, el operativo policiaco
fue un acto de desesperación del gobernador, quien no ha podido enfrentar la
crisis económica, social y de seguridad en el estado, por lo que recurre a la
mano dura para reafirmarse en el poder.
Fue Jesús Reyna, quien
en coordinación con el titular de la Secretaría de Seguridad Pública federal,
Genaro García Luna, diseñó la logística, en particular la que se instrumentó en
Tiripetío, para recuperar los autobuses retenidos por los normalistas. Los
uniformados aprovecharon para llevarse archivos, computadoras y teléfonos de
las agrupaciones estudiantiles de otras entidades.
Fue un saqueo
El jueves 18 en la
normal rural Vasco de Quiroga de Tiripetío –el viejo casco de la exhacienda de
Coapa que data del siglo XVIII y perteneció a la orden de los agustinos–
en la cual estudian 510 jóvenes, aún se ven las huellas de la agresión: puertas
y ventanas rotas, piezas de cilindros metálicos desperdigados en el campus y un
penetrante olor a gas, el que usaron los policías.
En la huida, los
uniformados robaron algunos borregos, cerdos y codornices que criaban los
estudiantes; saquearon también la bodega de víveres. Lo que no pudieron
llevarse lo quemaron, sostiene uno de los estudiantes.
Muchos de los jóvenes
del plantel fueron golpeados con los toletes y sometidos a la fuerza. Luego los
subieron a camiones y comenzaron a intimidarlos: “Se van al Cereso, morros;
mínimo 40 años”, les decían.
Originario de
Janitzio, un normalista de 18 años muestra las heridas en la cara. Tiene la
ceja abierta y la nariz y el pómulo hinchados. Relata: “Nos subieron a un
camión y nos llevaron a una especie de auditorio. Íbamos mujeres y hombres. Nos
trataban igual. Nos pusieron bocabajo en el suelo y nos golpeaban si
levantábamos la cabeza.
“Nos sacaron a golpes
y ya en el suelo nos dieron patadas. Eran federales los que nos tuvieron
bocabajo todo el día; no nos dieron ni un vaso de agua. Luego nos sacaron
huellas y no nos dejaron avisar a nuestras familias”
Otro joven que huyó al
cerro cercano a la escuela para evitar ser capturado relata: “La gente nos
recogió luego de que nos habíamos escondido en el cerro porque nos estaban
golpeando bien feo. Nos fuimos a esconder porque nos andaban buscando como
perros en unos helicópteros. Nos echaban la luz desde arriba; por tierra nos
andaban buscando con lámparas. Por eso la gente del pueblo se portó bien y nos
metieron a sus casas.
“Eran como las cuatro
de la mañana. Los granaderos se nos fueron encima con armas de fuego, aunque
digan que no es cierto. Hubo armas de fuego, balas de goma, granadas. Yo estaba
debajo de unos arbustos, por eso no me vieron”.
La madre de uno de los normalistas de Tiripetío comenta: “Una señora
escondió en un aljibe a los muchachos. En otra casa los escondieron en unos
cuartos, al fondo del patio. Eran como 30, entre ellos iba mi hijo”.
(Fragmento del reportaje que se publica
esta semana en la revista Proceso1877,
ya en cirulación)
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