Las décadas de ortodoxia
neoliberal –dogmatismo es más preciso– han tenido múltiples consecuencias. El
desmantelamiento de la fábrica nacional y sus derivaciones es de las más
notorias, después de los millones de desempleados, los salarios mínimos
anticonstitucionales y una inmensa economía informal de legalidades
misceláneas.
El retorno del priísmo al poder
ha implicado la imposición de la agenda de la prisa para dar tiempo a nada.
Enfrentar a la sociedad a los hechos consumados. Total, para efectos de
intermediación política metieron a todos los partidos en su juego, lo que hace
innecesaria la intermediación y basta con los acuerdos tarifarios.
Por lo pronto, el principal
complejo petroquímico nada de dorso, de muertito, mientras una empresa de
participaciones extranjeras se hace cargo de él. Los trabajadores están no sólo
parados, sino que lo están en medio de la incertidumbre y la indefensión. Ésa
es la cruda realidad independientemente de lo que se insista en el discurso.
La experiencia sugiere ser
prudentes. Las reformas al 27 constitucional llevaron al campo alicaído a una crisis
punto menos que terminal. Con una población mucho mayor México, es un
importador neto de alimentos.
Si el país podrá o no recuperarse
de esto está por verse, la experiencia enseña que los liderazgos y las élites
nacionales no funcionan con base a un acuerdo y proyecto nacionales, sino con
base en decisiones en su propio beneficio.
Las élites nacionales y los
inversionistas potenciales esperan que la reforma energética recoloque al país
en la bonanza petrolera de finales de los 70 y principios de los 80. No poca
cosa si se considera la idea estadounidense de reducir en cuanto antes su
dependencia a la OPEP.
La acumulación energética
estadounidense barrunta a pre escenario bélico. Inquietante posibilidad si nos
atenemos a la proclividad de ese país por las falsas banderas.
Editorial de la Jornada Veracruz
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