Fue una noche de otros gritos: “¡abran
paso, abran paso!, ¡fórmense, fórmense!, ¡una sola fila, una sola fila!,
¡no se avienten, no se avienten¡, ¡puto, puto!, ¡aguanten, aguanten!”.
Gritaban lo mismo policías que civiles y turistas, todos lejanos a la ceremonia
oficial que en algún momento de la noche se iba a dar en Palacio Nacional.
Para decenas de capitalinos enardecidos
por un Zócalo cerrado, la tradicional fiesta del 15 de septiembre se convirtió
en un grito de frustración que estuvo a punto de provocar un enfrentamiento
entre un contingente de policías y una multitud que pretendía ingresar a la
Plaza de la Constitución en la esquina de Tacuba con Palma.
En esa misma esquina, se registró una
avalancha humana que rebasó el cerco de policías federales y capitalinos que
fueron superados por una masa humana deseosa de sumarse al festejo nacional,
por lo que no pudieron cumplir con la orden de sus mandos.
Se trataba de evitar el ingreso de más
personas a la Plaza de la Constitución, repleto desde las siete de la
noche por la llegada de 464 autobuses y camionetas tipo Van provenientes del
Estado de México, con capacidades de 15 a 30 personas por unidad, por lo que un
promedio de 20 pasajeros entre ambos tipos de transporte significaría que al
menos 9 mil 200 personas llegaron a esta fiesta popular con su lugar apartado.
Fue una noche de otros gritos: “¡abran
paso, abran paso!, ¡fórmense, fórmense!, ¡una sola fila, una sola fila!,
¡no se avienten, no se avienten¡, ¡puto, puto!, ¡aguanten, aguanten!”.
Gritaban lo mismo policías que civiles y turistas, todos lejanos a la ceremonia
oficial que en algún momento de la noche se iba a dar en Palacio Nacional.
Gritos dirigidos a todos los presentes y
a ninguno, donde lo importante no era hacerse oír, sino evitar un problema
mayor provocado por un Zócalo que comenzó a llenarse desde las dos de la tarde
con personas que llegaron desde los más diversos municipios del Estado de
México: Villa Nicolás Romero, Ecatepec, Tultitlán, Cuautitlán, Coyotepec,
Zumpango, Tlalnepantla.
A las siete de la noche, los pasajeros
que arribaron al Zócalo capitalino a bordo de autobuses con pases de acceso
previamente autorizados, ya le habían ganado su lugar a miles de capitalinos
que cada año, por tradición y sin simpatía específica por algún partido o
gobernante, abarrotan la explanada de concreto al Balcón Presidencial.
Las unidades con gente proveniente
de diversos municipios mexiquenses no se podían contar a simple vista,
pero a cambio llevaban su número de identificación en la parte delantera junto
a un distintivo que decía “Ceremonia Conmemorativa del Grito de Independencia”,
es decir, que tenían la misma leyenda y la misma tipografía que las
acreditaciones entregadas por la Presidencia de la República a su staff,
invitados especiales y medios de comunicación.
Incluso, las personas que llegaron de
esta forma al Zócalo capitalino traían una calcomanía pegada a su ropa para
facilitar su ingreso a la Plaza de la Constitución, pegote que también
coincidía con la tipografía oficial que utilizó la Presidencia de la República
para este evento.
Tan sólo desde Villa Nicolás Romero,
llegaron 40 unidades de transporte público repletas de colonos de dicho
municipio, mismos que a las siete de la noche ya habían ocupado su lugar en la
Plaza de la Constitución, según contó José Manuel Velázquez.
“Venía un carro y esta
(calcomanía) me la dio señor, vengo desde Villa Nicolás Romero, Estado de
México, llegue desde como a las siete de la noche, somos como unos 40 carros o
hasta más”, explicó.
Los conductores de dichas unidades se
quedaron resguardando sus autobuses y microbuses en vialidades como Avenida
Hidalgo, Puente de Alvarado, Santa Veracruz, Pensador Mexicano, Mina, y Valerio
Trujano, entre muchas otras, a veces hasta en doble fila y en sentido
contrario, gracias a los distintivos que les fueron entregados por la logística
del evento.
Pero los lugares que ganaron por
anticipado los mexiquenses, unas horas después fueron reclamados por largas
filas de capitalinos que pretendían ingresar al corazón del Centro Histórico
para dar el tradicional Grito de Independencia y que se encontraron con la
sorpresa de que ya no había cupo en la Plaza de la Constitución, por lo que
policías federales y capitalinos impedían el paso desde antes de las nueve de
la noche.
Suplicantes unos, decepcionados otros, enojados los más,
comenzaron una largo peregrinar por las distintas calles de acceso al Zócalo,
mientras los agentes policiacos mandaban a los civiles de una calle a otra, con
la promesa de que alguna estaría abierta para poder ingresar a la Plaza de la
Constitución.
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