Se reditó en Palacio Nacional el ritual del Día del Presidente
El mandatario federal, al término de la lectura del segundo Informe de gobiernoFoto Cristina Rodríguez |
Periódico
La Jornada
Miércoles 3 de septiembre de 2014, p. 7
Miércoles 3 de septiembre de 2014, p. 7
Érase un país que esperaba
ansioso el ‘‘mensaje político’’ del Presidente de la República el día de su
Informe. Tal discurso contenía, o así se esperaba, las claves del futuro
inmediato y anuncios trascendentes que ameritaban ser reservados para la ocasión.
El
mensaje del presidente Enrique Peña Nieto es una sorpresa: sin darnos cuenta,
sin que lo sepan los 50 millones de pobres o los cientos de miles víctimas de
la inseguridad y la violencia, México ya cambió, ya es otro.
El
Ejecutivo afirma y aporta números que sus críticos pondrán en duda. Así es y
así será. Alrededor del Informe presidencial, las fuerzas políticas se trenzan
habitualmente en un desigual duelo de argumentos y cifras frente a los cuales
el ciudadano debe ejercer un acto de fe. Si no fuera por la realidad del día a
día, claro.
Los casi
tres minutos de aplausos que reciben a Peña Nieto dejan claro que no todo es
novedad: este sigue siendo el Día del Presidente. Hoy también lo es, claro, de
sus invitados especiales e incluso de los vehículos de sus invitados
especiales, que encuentran estacionamiento de lujo en la plancha del Zócalo,
otrora espacio para la protesta y el festejo.
‘‘México
está en movimiento’’, alarga el espot el Presidente y se lleva el aplauso número
21 de los 22 que coronan su comparecencia ya no frente al ‘‘honorable Congreso
de la Unión’’, sino frente a las todopoderosas pantallas de la televisión.
Idílicas imágenes tipo Bilbatúa
El espot es en vivo. El
Presidente habla, apoyado en dos teleprómters, y a sus espaldas, en
dos pantallas gigantescas, se van sucediendo imágenes dignas de un documental
de Demetrio Bilbatúa: hombres y mujeres trabajando, campos verdes, fábricas
humeantes, carreteras perfectas, niños felices.
‘‘Por
primera vez se lograba un gran acuerdo nacional que no surgía de la necesidad
de enfrentar una emergencia o una crisis, sino de la voluntad compartida de
transformar a México’’, dice Peña Nieto sobre el Pacto por México, y en las
pantallas aparece el rostro sonriente del dirigente perredista Jesús Zambrano.
El remate
de la pieza oratoria, de poco menos de una hora y media de duración, podría ser
la envidia de cualquier manual de autoayuda. ‘‘Un mejor México está en
nosotros’’, dice el oriundo de Atlacomulco, luego de dibujar –en uno de los
raros pasajes que no echa campanas al vuelo– las dificultades para lograr las
reformas.
Viene
otro cambio necesario, dice Peña Nieto, quizá más difícil que cualquiera de los
conquistados hasta ahora, para hacer posible la transformación completa. ‘‘Me
refiero a un cambio de actitud, de mentalidad, a un cambio cultural’’, va
cerrando el entrenador que anima al equipo y aplauden, sentados, uno al lado
del otro, los líderes del magisterio y los petroleros, Juan Díaz de la Torre y
Carlos Romero Deschamps, respectivamente.
El
Presidente no se refiere a ninguno de los presentes por sus nombres. Como es su
costumbre, sólo menciona sus cargos (la excepción es su esposa). Y fiel a esa
costumbre saluda a quienes lo acompañaron en el estrado antes de arrancar su
mensaje: ‘‘Valoro que dos representantes de la izquierda mexicana conduzcan los
trabajos de ambas cámaras en el Congreso de la Unión. Su presencia en este acto
republicano reafirma la vocación democrática, nuestra condición de madurez y de
civilidad política, y de normalidad democrática’’. La sonrisa complacida de
Luis Miguel Barbosa, presidente del Senado, completa el cuadro.
Barbosa y
su par, el diputado Silvano Aureoles, se han cuidado de no sumarse al largo
aplauso que recibe a Peña Nieto. Muy cerca de ellos, el jefe de Gobierno,
Miguel Ángel Mancera, no dejó de batir palmas. El poder elige a sus
interlocutores, dice el clásico. O a sus empleados, completan en las redes
sociales los malquerientes del perredismo.
Hecho el
pase que pone palomita a una parte de la izquierda, Peña va a sus prioridades.
Presumir las ‘‘estructurales’’, claro, es la línea de flotación del discurso:
‘‘Reformar
no es sencillo: reformar es pensar de manera distinta a como lo hemos hecho
siempre; reformar implica tomar decisiones y asumir costos; reformar es romper
ataduras, es sentar bases para un mejor futuro, reformar es atreverse a
cambiar’’.
La suma
de eslogans no impide que el mandatario atienda a los descreídos: ‘‘¿Qué sigue
ahora? Lo que sigue es poner las reformas en acción. Esto es, lograr que los
cambios a la Constitución y a las leyes se reflejen en beneficios concretos
para toda la población’’.
El país ‘‘que se atrevió a
cambiar”
La paradoja está a la vista. El
Presidente que ‘‘mueve a México’’ no lo puede convencer.
El
Presidente de la reforma educativa está reprobado. Su calificación demoscópica
está debajo de los cinco puntos y su principal reforma, la energética, es
rechazada por la mayoría de la población.
El
Presidente que hace de la pantalla su espacio de diálogo republicano y
democrático, el ‘‘producto de la televisión’’, para muchos opositores, no ha
sabido comunicar las bondades de sus reformas ni tiene las riendas del país
(esto último lo piensa 55 por ciento de los ciudadanos).
No por
falta de empeño de Los Pinos. Contra lo que dicen organizaciones civiles e
incluso cifras oficiales, el jefe del Ejecutivo ataca su segundo frente (la
inseguridad y la violencia), con la afirmación de que se ha reducido la cifra
de delitos.
Siguen la
pobreza (el aporte sexenal: cambiar el nombre del programa Oportunidades a
Prospera), la vivienda y la educación.
El
‘‘cálido y afectuoso’’ saludo al magisterio nacional no alcanza a los 35 mil
docentes que también resultaron ‘‘idóneos’’ en la evaluación oficial, pero que
no obtuvieron un puesto de trabajo porque sólo, informa Peña Nieto, se
asignaron 14 mil 830 puestos.
El
mensaje transcurre de la Fórmula 1 a la cultura (en ese orden estricto), de la
política exterior a la reforma en telecomunicaciones, del nuevo aeropuerto a la
ampliación del Metro, pero en muy pocos casos asoma algún obstáculo.
El obvio
que es, además, bandera panista: ‘‘Estoy consciente de que la reforma
hacendaria está demandando de los mexicanos un esfuerzo adicional… La
obligación del gobierno de la República es asegurar que los recursos que los
mexicanos aportan al Estado se inviertan con honestidad y transparencia, y en
más obras y programas que sirvan a la gente’’. (Aplausos).
‘‘…
sancionar a cualquiera que atente contra el patrimonio natural de los mexicanos’’
(en obvia referencia al derrame de la empresa de Germán Larrea. Más aplausos).
Palabras recurrentes
Si el contador de palabras no
miente, las prioridades del gobierno de Enrique Peña Nieto quedan claras en su
mensaje. La palabra ‘‘reforma’’ y sus variantes: 77 veces. Democracia, 8.
Seguridad, 15. Corrupción, 1.
Llegada
la hora del ‘‘Estado eficaz’’ que delineara como gobernador mexiquense, Peña
Nieto ya no ofrece un futuro promisorio, sino una realidad tangible: ‘‘Hoy,
México ya está en movimiento. Si algo nos tiene que quedar muy claro es que
éste NO es el país de antes, este es el México que ya se atrevió a cambiar’’.
La salida
de los invitados especiales es lenta. Desalojar el asta bandera lleva su
tiempo. El dietista Miguel Ángel Mancera aprovecha para valorar que, en
relación con la capital del país, el mensaje haya sido ‘‘muy nutrido’’.
Detrás de
las vallas no hay nadie que increpe a los invitados. El lugar de los habituales
gritones es ocupado por la mayor concentración de vehículos blindados en la
historia nacional.
Qué bueno
que ya cambiamos y no somos más lo que éramos.
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