Por: Guillermo Fabela Quiñones |
La segunda mitad del
“gobierno” de Enrique Peña Nieto comienza con pésimos augurios, inocultables a
pesar de la avalancha de costosa propaganda con la que se pretende engañar a
una sociedad empobrecida y humillada. El cuarto año del regreso del PRI al
poder será el más dramático para la población mayoritaria, desde cualquier
ángulo que se le quiera ver. Sin embargo, como la burocracia dorada todo lo ve
desde su óptica cargada de privilegios, impunidad y cinismo, el triunfalismo
insultante será sin duda el enfoque del tercer informe del inquilino de Los
Pinos.
Sin embargo, la realidad
nos muestra un sistema político en plena descomposición, como lo patentiza el
completo divorcio entre gobernantes y gobernados, entre la clase política en el
poder y la sociedad mayoritaria, situación cuya única salida es un cambio de
régimen. De ahí el imperativo de consolidar una oposición real, que no se
preste al juego de los grandes intereses que persisten en apuntalar sus
riquezas y mantener incólume su derecho de imponer su voluntad al Estado.
Peña Nieto no tendrá
empacho en hablar de grandes avances en renglones sociales, que no son más que
un espejismo en el gran desierto de pobreza y marginación en que ha convertido
al país un régimen ultra reaccionario. Sin inmutarse dirá que “vamos por
el camino correcto”, que las reformas estructurales ya están dando sus primeros
frutos, que la delincuencia organizada ha dejado de ser un problema grave,
etcétera. Nos hablará de un México que sólo existe en sus discursos, porque es
obvio que desconoce plenamente la realidad nacional, pese a sus múltiples
recorridos por el país.
La trágica realidad
nacional sólo la conocen quienes sufren las consecuencias de un sistema
político armado para depredar al país con absoluta impunidad, no la minoría
cada vez más reducida que se ha beneficiado de manera por demás inhumana de los
mecanismos reales de poder, implementados con la finalidad expresa de asegurar
impunidad a los depredadores y delincuentes de cuello blanco. Así como la
generación que nació en el sexenio de Miguel de la Madrid no tiene manera de
comparar lo que fue el México surgido de la Revolución Mexicana con el país de
hoy, tampoco la tienen los hijos de las élites para tener una somera idea de
los absurdos privilegios que antes no disfrutaban los “juniors”.
Hoy el distanciamiento de
éstos con la realidad nacional es total. Seguramente jamás se han subido al
Metro, ni han viajado por el territorio nacional en autobús como cualquier
ciudadano. Por eso suponen que viven en el mejor de los mundos; y para ellos
sin duda lo es, porque la división entre el México súper desarrollado y el que
presenta niveles de atraso propios de los países africanos más pobres, es muy
marcada. Peña Nieto no conoce más que la fachada de pobreza y subdesarrollo que
le sirve de escenario para perorar sobre la demagogia que ya perdió la eficacia
que pudo haber tenido en el primer año de su “gobierno”.
En tal contexto, es válido
afirmar que llega a su cuarto año “arrastrando la cobija”, no porque haya
trabajado en exceso, sino por el desgaste propio de un estilo personal de
“gobernar” muy desgastante. Desde el primer día demostró que llegaba a Los
Pinos no para enfrentar los graves problemas nacionales, sino para asegurar
condiciones de impunidad a los depredadores de las riquezas nacionales y
cumplir compromisos adquiridos durante la campaña electoral, todos ellos
contrarios al interés nacional, como ha quedado demostrado en los tres años
transcurridos del régimen peñanietista.
El problema mayor es que
ahora empieza la segunda y última mitad del sexenio, en un contexto muy
negativo desde cualquier punto de vista. No se vislumbran cambios favorables en
ninguno de los aspectos básicos de la labor gubernativa. La economía seguirá en
picada, tanto por la fuga de capitales como por la ausencia de inversiones
productivas. La devaluación tendrá consecuencias desastrosas, aunque lo nieguen
los secretarios del área. La vida política nacional seguirá siendo barrenada
por la descomposición social galopante, realidad que será imposible ocultar
aunque se paguen cifras multimillonarias en propaganda engañosa.
El cuarto año de
“gobierno” empieza en las peores condiciones imaginables; con todo, el grupo en
el poder no habrá de cambiar su estilo antidemocrático y excluyente, sino que
lo reforzará.
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