Ana Katia Cárdenas Gutiérrez/
Eusebio Cárdenas Gutiérrez
Profesor universitario, luchador social, constructor, político,
escritor, científico, pintor forzado, ingeniero de profesión, son las múltiples
facetas de un hombre que tenía la necesidad vital de buscar y decir siempre la
verdad en todas sus expresiones [PRD, 1997: 11-13]. Esta es, tal vez, una de
las frases más sucintas, en las que se pueden traducir tres palabras: Heberto
Castillo Martínez.
Nació en Ixhuatlán de Madero, Veracruz, el 2 de agosto de 1928. Realizó
todos sus estudios desde la primaria hasta los universitarios en instituciones
públicas de la ciudad de México, murió el 5 de abril de 1997 siendo senador de
la república.
De Heberto Castillo se ha escrito y dicho mucho y para intentar
comprender su pensamiento parece pertinente ubicar el momento histórico que
vivió y en el cual se manifiesta su quehacer intelectual y su acción política.
En su niñez y primera juventud ocurren en el mundo y principalmente en
Europa, la conformación del llamado bloque socialista, el fascismo, la segunda
guerra mundial, la bomba atómica y con ello, la consolidación del imperio
norteamericano. Su madurez atestigua la guerra fría y las luchas de liberación
en numerosos pueblos del mundo.
En México, en sus propias palabras, su generación había recibido como
herencia tres procesos revolucionarios fundamentales: el de la guerra de
independencia de 1810, la guerra de reforma de 1857 y la revolución de 1910. No
obstante los propósitos de justicia y equidad de las tres, sólo con Emiliano
Zapata en la última de ellas, las clases más humildes del país son
reivindicadas en sus aspiraciones y sólo también, en el régimen de Lázaro
Cárdenas, estas reivindicaciones se vuelven gobierno. Sin embargo, después del
general, los gobernantes practicaron una política contra las clases populares,
en favor de los intereses extranjeros, donde la corrupción gubernamental se
institucionalizó, así como la mediatización de las organizaciones de
trabajadores que junto con la represión florecieron en todo el período
posrevolucionario.
Desde este momento se advierte la toma de posición de Castillo en favor
de la población de menores recursos. Las revoluciones son vistas como
movimientos surgidos de la necesidad de resolver las carencias de los más
pobres y catalizadas por la participación de quienes como Hidalgo, Juárez,
Madero entendían los mecanismos injustos del sistema y promovían su cambio.
Aquí se prefigura la acción que a lo largo de su vida llevaría.
Ocurre el período del llamado desarrollo estabilizador con sus tasas de
crecimiento económico de hasta el 6% anual, pero con sus políticas de
concentración de la riqueza y marginación de las mayorías. Se presentan en las
décadas de los 50 y los 60, las protestas estudiantiles y la aparición
intermitente de movimientos sociales con los que Castillo simpatiza, como los
de los ferrocarrileros y los médicos y derivados de ellos, movimientos
revolucionarios en forma de guerrillas en las zonas más pobres del país.
Castillo dedicó gran parte de su vida buscar un esquema de relaciones
sociales y económicas más justo, teniendo como valores supremos la igualdad, la
democracia y la libertad, siempre desde una perspectiva nacionalista.
Su convicción de que sólo desde la base social era posible construir
estructuras políticas que representaran fielmente a los intereses de la
población, lo llevó a afirmar que para lograrlo era necesario hacer evidente
para todos, las condiciones de inequidad en que se daba la vida en México y la
indispensable participación de obreros y campesinos pero también académicos,
profesionistas y empleados.
A partir de una interpretación histórica de lo que fue la estructura
política de México después del porfiriato, se decide junto con otros
intelectuales a construir un nuevo partido el Mexicano de los Trabajadores. Se
recogen las propuestas de los partidos creados en México como el PLM de Ricardo
Flores Magón que combate al clericalismo y a la deshonestidad pública y que
finalmente se pone abiertamente a favor de la clase trabajadora de México. De
Francisco I. Madero de quien Castillo afirma que acertó en proponer un partido
constituido por una alianza de la clase media, los intelectuales y los
trabajadores. Se refiere también a los varios partidos que surgen en la década
de la revolución, los cuales en su mayoría son efímeros y conducidos por
líderes o caudillos revolucionarios, proclives a la transacción. En la
provincia, salvo en el sureste y Veracruz, se daban los partidos locales a las
órdenes del jefe político del lugar que servían más como legitimadores de este
último y mucho menos como foros de análisis de la realidad. Ponderaba al
partido dirigido por Flores Magón como uno que logró aglutinar a un amplio
número de trabajadores, y que se orientaba más a defender los intereses de sus
agremiados que a trabajos electorales.
Cuando por los años 70s se dedicó a construir por todo el país el
Partido Mexicano de los Trabajadores, apuntaba que sólo en la organización de
los trabajadores de la ciudad y del campo estaría la posibilidad de construir
una sociedad igualitaria y equitativa. Para Castillo, a los universitarios
correspondía definir rumbos fruto del estudio y del análisis de la realidad
social para compartirlos con los trabajadores y volverlos programas de
gobierno.
Después en su campaña como candidato a la presidencia de la república,
por el Partido Mexicano Socialista propone alcanzar una utopía, la misma de los
mejores hombres y mujeres de la independencia y de la revolución, para cambiar
un estado de cosas que perjudica a la mayoría de los mexicanos en beneficio de
los menos, aún cuando reconoce que la conciencia de esa mayoría de los
mexicanos puede estar adormecida, pero que habrá de despertar finalmente y
manifestarse, para alcanzar juntos, decía Heberto, la patria que nuestros
héroes soñaron.
En el desastre que era el país en 1987, proponía la nacionalización del
gobierno obediente a los intereses del extranjero y ponerlo al servicio de sus
habitantes y así salvar a la patria, para ello se proponía un crecimiento
económico basado en la satisfacción primero del consumo interno y el control de
precios; la educación como pilar del desarrollo, y el respeto ya muy claro para
las comunidades étnicas. Socialismo no es estatismo, que diera apoyo a los
pequeños empresarios y respeto para las grandes empresas pero sin ser un país tributario
del capital extranjero, suspensión del pago de los intereses de la deuda
externa, reforma fiscal democrática combate a la corrupción, federalismo, un
Estado en una sociedad democrática equilibrio de poderes, el estado de Anáhuac.
Cuando Heberto Castillo decide, en un gesto de unidad y de altura de
miras, declinar su candidatura a la presidencia de la república por el Partido
Mexicano Socialista en junio de 1988, y sumarse a la del candidato del Frente
Democrático Nacional, titulaba un artículo en la revista Proceso:
“No mires de dónde vienes, sino a dónde vas”. Y en el mismo artículo señalaba:
La declinación no es claudicación... Es entender la realidad histórica
que vive México. Es justipreciar, ponderar racionalmente las circunstancias que
vive la nación...
Si fue notable el apoyo que recibimos al PMS y a nuestra candidatura,
más lo fue la manifestación creciente de simpatía hacia la figura de Cuauhtémoc
Cárdenas, a quien el pueblo –amigos y enemigos- identificaban con Lázaro
Cárdenas...
Esta convicción creció en mi ánimo en la medida que pasaba el tiempo.
... pensé en todos aquellos que se quedaron en el camino luchando por
las causas que yo lucho, en quienes murieron el 27 de octubre de 1967... el 2
de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971... Recordé que sus voces que
clamaban unidad revolucionaria para avanzar...
Y creo que nunca antes en mi vida había tomado mejor decisión.[Castillo,
1988: 32-33]
Sobre su declinación en favor de Cárdenas decía en ese momento Juan José
Hinojosa:
Heberto Castillo el hombre de una sola pieza, siempre fiel a su espejo
diario, el que dio testimonio de la promesa “dichosos los que padecen
persecución por la justicia, porque su recompensa será mucha”, el marxista
leninista que no traiciona su fe y su convicción... el humanísimo perfil del
hombre portador de los sueños, de la vocación nunca traicionada, de los rostros
queridos, el que decía: “Iré como hermano en los principios revolucionarios.
Iré vigilante” [Hinojosa. 1988: 31].
Ver el futuro requiere la condición esencial de ver más por los demás y
menos por uno mismo [Castillo, 1974: 1], dice Heberto Castillo que hizo Lázaro
Cárdenas aún a costa de incomodidades, pero el ingeniero fue más lejos que el
general, puesto que pensar y actuar por los demás le valió la cárcel y peligro
de muerte.
Para Castillo se puede alcanzar la libertad en sus tres acepciones: como
posibilidad de autodeterminación, como posibilidad de elección y como ausencia
de interferencias, pero el camino para hacerlo no es el de la voluntad
individual aislada sino el del trabajo colectivo en el que cada quien aporte de
acuerdo a su capacidad y en el que los más dotados apoyen y no abusen de los
menos preparados.
La libertad se alcanza en la igualdad de oportunidades, lo que supone el
acceso a la alimentación, a la vivienda, a la educación y a los servicios
básicos para todos. La libertad tenía entonces para Castillo un sustrato
económico y de oportunidades, no aceptaba lo que llamaba la libertad
para morirse de hambre.
Situado en una realidad que se caracterizaba por su injusticia Heberto
la analizaba sin concesiones que pudieran arroparla en creencias no sujetas a
la contrastación en lo concreto, ocupando su capacidad intelectual para
identificar y caracterizar los factores que conformaban la realidad social de
México, formulando además, verdaderas alternativas de participación democrática
a partir de un pensamiento político congruente, alimentado por el análisis y la
honestidad.
Entender porqué y cómo se piensa de esa manera es todavía un reto, la
posible influencia de la disciplina sí es que existe, el pensamiento científico
como guía de la acción, el impulso de la inteligencia que de acuerdo con una
cita de Fitzgerald es algo así como la posibilidad de seguir funcionando con
dos ideas opuestas en la cabeza. Prevalecer en el intento de cambiar el estado
de cosas aún cuando en un último análisis se sepa que, en muchos casos, no hay
manera de superar los complejos mecanismos de la mente del mexicano, esa mezcla
de optimismo y de impaciencia que a veces se veía en los ojos del Ingeniero
Castillo y que se resolvía con un nuevo intento, con un nuevo llamado, con la
intransigencia contra el poder corrupto y venal, con un jugarse la vida ante los
criminales institucionalizados, con un rechazo a la seducción del dinero y del
poder ilegitimo., es sólo un ejemplo de lo anterior.
Quizá lo más difícil sea descubrir de dónde emana la fuerza para
perseverar hasta el último día de vida en la lucha por cambiar un mundo de
siglos injusto, de cambiar finalmente al hombre que le rodea, porque no se
trataba solamente de exponer sus ideas sino de volverlas realidad, el Ingeniero
Castillo, como tal, era un hombre de acción, de realizaciones.
A partir de un diagnóstico que no todos pueden hacer y en el que se
reconocen los efectos que sobre la variable condiciones de vida del
hombre tienen las características del sistema político y económico, el
Ing. Castillo propuso y promovió en todos los foros a su alcance la
transformación de éste en uno en el que por principio se reconociera el derecho
de todos al respeto a su condición de seres humanos y a una vida digna,
entendida esta como el disfrute de la libertad con acceso al trabajo
suficientemente remunerado a la alimentación y a la educación, a la salud y a
la cultura.
El diagnóstico del sistema lo hacía desvelando las cortinas de demagogia
y la manipulación; y de la represión abierta o embozada. Mostraba como
condiciones concretas, un pueblo con bajos salarios sin acceso a una vivienda
apropiada. Un país con una creciente dependencia económica y cultural del
exterior.
Castillo reconoce en los mexicanos, principalmente en los pobres,
cárceles mentales dadas por la sumisión a un paternalismo y a un
providencialismo que reconocía difícil de romper. Las clases altas practican la
participación y cierta democracia entre ellas y son educadas para conducir al
país de acuerdo a sus intereses. De las organizaciones políticas basadas en el
prestigio de un hombre, decía, que eran muy vulnerables a la desaparición de
ese líder, por lo que no debían emprenderse acciones políticas que dependieran
de la voluntad de un solo hombre.
Castillo se inscribía en la idea para la cual, los fenómenos materiales
son procesos de carácter histórico que en sí mismos llevan el germen de su
transformación, así Heberto creía que la sociedad mexicana se iría
transformando desde su condición de premodernidad todavía existente en muchos
estratos hacia una situación en la cual el estado estaría a cargo de cuidar la
equidad y la justicia sociales, propiciando el desarrollo de los menos
favorecidos y tendiendo a un esquema de una sociedad igualitaria.
Durante el período de 1976 a 1996 sus artículos en la revista Proceso y
los libros que escribió sobre la explotación, transformación y uso del petróleo
y sus derivados, reflejaban una profunda fe nacionalista por la cual defendía
el derecho de los mexicanos a definir lo que más les conviniese en la
utilización de este recurso.
El análisis del problema lo hacía de manera rigurosa con base en la
información disponible en las propias oficinas gubernamentales, destacando la
dependencia que se tenía de las políticas energéticas de los Estados Unidos de
América y los riesgos inminentes para la soberanía nacional, debidos al
crecimiento de la deuda externa y a la creciente insuficiencia en la producción
alimentaria. Propugnaba por un uso de la riqueza del subsuelo en beneficio de
los mexicanos, por un aparato productivo que transformara el recurso en bruto
en productos con valor agregado que generaran empleo y riqueza en nuestro país
y no en el exterior. Proponía la unión estratégica de países subdesarrollados
para defender colectivamente sus intereses, se pronunciaba por el ingreso de México
a la Organización de Países Exportadores de Petróleo para hacer que el petróleo
dejara de ser materia prima barata para los países desarrollados y se
convirtiera en palanca de progreso para los que lo poseían.
Propugnaba por un programa político revolucionario basado en el estudio
de la realidad concreta en la que jugaba un papel importante las condiciones de
vida de los trabajadores y la posesión y formas de explotación de los recursos
naturales los cuales asumía como propiedad del colectivo mexicano. Esto era
particularmente notable en sus tesis sobre el desarrollo del campo y de la
industria petrolera mexicana.
Independencia económica, soberanía nacional y revolución eran sus
divisas ideológicas. Para ello era necesario sustituir la estructura económica,
política y social del país por una en donde fuera una realidad la socialización
de los medios e instrumentos de producción, la democracia, la igualdad y la
justicia.
Para ello era indispensable, la organización de los sectores populares
como campesinos y obreros principalmente y la toma pacífica del poder por un
partido comprometido con las causas de los menos favorecidos por el estado de
cosas imperante. Esto obligaba a la desaparición del gobierno y su partido y la
vigencia de una real democracia en la cual hubiese condiciones iguales para los
partidos y libertad de decisión para los electores, desterrando las prácticas
de soborno, violencia, coacción, clientelismos, engaños que caracterizaron a
las elecciones en el país por más de medio siglo. En este sentido la incipiente
democracia mexicana y los múltiples, aunque mayoritariamente poco legítimos,
beneficiarios de ella se encuentra en deuda con quien de manera individual fue
el que mayores aportaciones hizo a su causa, a despecho de incomprensión, persecución,
cárcel, y coacciones.
Pero también era necesario un profundo sentido nacionalista, Heberto es
el más destacado de los últimos luchadores sociales que creyeron en un proyecto
de nación propio no subordinado al imperialismo norteamericano.
El ingeniero, riguroso y creativo, se manifestó también en sus
aportaciones a la ingeniería civil, en el campo del diseño estructural en el
cual se destacó notablemente tanto como académico en el aula, como investigador
y profesional de la ingeniería al haber desarrollado teorías sobre el
comportamiento y diseño de estructuras de ingeniería civil, en las cuales
planteó la existencia de un solo teorema fundamental del cual se derivaban las
explicaciones a todos los comportamientos de las estructuras. En conferencias y
libros de texto propuso su teoría unificada de las estructuras, que de alguna
manera refleja sus aspiraciones por encontrar explicaciones en las que pudieran
caber, de manera organizada y coherente, todos los componentes de un fenómeno
en beneficio del conjunto. Desarrolló un sistema estructural de su invención,
denominado tridilosa, que ha sido aplicado en la construcción de edificaciones
sujetas a estructuraciones complejas, como las que se pueden encontrar en
edificios altos o de grandes claros, en presas para riego y generación de
energía, entre otras. Como se puede apreciar, Castillo gustaba de encontrar
soluciones a problemas complicados, en los cuales había que reconocer primero
las variables intervinientes, las relaciones entre ellas, el objetivo general
del sistema de que se tratara, y luego desarrollar procedimientos por los
cuales, las posibles soluciones atendieran a criterios de equilibrio, economía
y facilidad de realización.
Sería pertinente rescatar los verdaderos fines de la ingeniería desde la
perspectiva de la vida del Ing. Castillo, si aceptamos que la ingeniería es una
disciplina de creación de soluciones a problemas humanos en la cual las
variables deben equilibrarse, tanto las de orden técnico como las económicas y
todas ellas supeditadas a las variables sociales.
En el proyecto político que proponía, a los intelectuales y académicos
les tocaba participar con soluciones que protegieran la integridad nacional, el
aprovechamiento racional de los recursos, el desarrollo de una educación con
miras a un nuevo hombre probo, solidario, esforzado, cultivado en las ciencias
y en las artes, con capacidad para el desarrollo tecnológico autónomo. Él mismo
era un ejemplo de que la capacidad intelectual no se reñía con la práctica
transformadora y con la responsabilidad social.
Las organizaciones de obreros y campesinos deberían tener acceso a los
medios de producción y ser conducidas con irreprochable honestidad y sobre todo
debería haber un gobierno fundamentalmente orientado al servicio y bienestar de
la población.
El sector empresarial también era considerado en el proyecto de
Castillo, sólo que limitado por las ganancias legítimas por el bienestar y
desarrollo de sus trabajadores y por el respeto a la naturaleza, Heberto bien
conocía el contratismo que tanto daño ha causado al país.
Heberto era capaz de observar causas y consecuencias para desarrollar
alternativas, como por ejemplo, ante la represión, la despolitización y el
intelectualismo escapista, burocratismo, oportunismo y provocación, el quehacer
de un partido que luche contra la injusticia y la antidemocracia “un partido
que sirva de instrumento de lucha de los trabajadores, no electorero, que actúe
cotidianamente en todas las trincheras del quehacer humano y que sea
revolucionario, digno y respetable” [Castillo, 1985: 36-40].
Castillo planteaba que la contradicción fundamental en la vida de los
pueblos de América latina era entre el imperialismo y el subdesarrollo. La
deuda es el camino del sometimiento y de la explotación rapaz del imperialismo
a los pueblos subdesarrollados, en particular los latinoamericanos. Denunciaba
la penetración cultural de los estados unidos por la cual la población debía
aspirar a alcanzar el modo de vida americano individualmente y rechazar
cualquier otra ideología que denuncie la explotación de los más pobres.
Sin embargo, la América Latina, para Heberto, era aquella que alcanzaría
su destino de libertad y progreso, de erradicación de la miseria y de la
injusticia, por medio de revoluciones populares que llevarían al poder, en cada
país, a partidos democráticos y nacionalistas que alcanzarían la independencia
social y económica del imperialismo norteamericano. Creía ciegamente en esta
victoria porque la razón y la justicia, decía. han triunfado siempre a la postre.
Los países latinoamericanos, afirmaba, estamos en guerra, en una guerra a
muerte contra el imperialismo norteamericano.
Finalmente respecto a los intelectuales decía:
A los intelectuales de mi patria, les quedan dos caminos: dedicar su
esfuerzo y actividad al desarrollo de las ciencias, de las artes, de la cultura
con el propósito de darse nombre y brillo intelectual, o bien entregar toda su
capacidad creadora y toda su voluntad para establecer las bases técnicas y
científicas de un amplio y sano desarrollo de México. La primera posición
proporciona honores, distinciones, y pingües beneficios económicos pero da la
espalda a la historia. La otra de frente al futuro, sólo ofrece riesgos y
privaciones, pero allá en lontananza, permite vislumbrar la verdadera libertad
de nuestros pueblos y con ello su salvación definitiva [Castillo, 1967: 22].
Bibliografía
Directa
- Castillo,
H. (1960). Invariantes estructurales. Editorial Bajío. México.
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(1964). Nueva teoría de las estructuras. Edición del autor.
México.
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(1967). México en la revolución latinoamericana. Manuel Casar
Impresor. México.
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(1973). Libertad bajo protesta. Federación Editorial Mexicana.
México.
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(1974). Cárdenas el hombre. Editorial Hombre Nuevo. México.
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(1985). “Las listas de la izquierda”, en Proceso 435.
México.
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(1988). “No mires de dónde vienes sino a dónde vas”, en Proceso 606.
México.
- Castillo
H. y R. Naranjo. (1984). Cuando el petróleo se acaba. Editorial
Océano. México.
Indirecta
- Hinojosa,
J. J. (1988). “Heberto, el hombre”, en Proceso 606.
México.
- Partido
de la Revolución Democrática. (1997). Hasta siempre Heberto. Instituto
Nacional de Formación Política. México.
Ana Katia Cárdenas Gutiérrez/
Eusebio Cárdenas Gutiérrez
Universidad Autónoma del Estado de México
Actualizado, octubre 20006
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