Wilmer
Alexander
VALE LA PENA LEERLO...
Un hijo llevó a su
padre a un restaurante para disfrutar de una deliciosa cena. Su padre ya era
bastante anciano, y por lo tanto, un poco débil también. Mientras comía, un
poco de los alimentos caía de cuando en cuando sobre su camisa y su pantalón.
Los demás comensales observaban al anciano con sus rostros distorsionados por
el disgusto, pero su hijo permanecía en total calma.
Una vez que ambos
terminaron de comer, el hijo, sin mostrarse ni remotamente avergonzado, ayudó
con absoluta tranquilidad a su padre y lo llevó al sanitario. Limpió las sobras
de comida de su arrugado rostro, e intentó lavar las manchas de comida de su
ropa; amorosamente peinó su cabello gris y finalmente le acomodó los anteojos.
Al salir del
sanitario, un profundo silencio reinaba en el restaurante. Nadie podía entender
cómo es que alguien podía hacer el ridículo de tal manera. El hijo se dispuso a
pagar la cuenta, pero antes de partir, un hombre, también de avanzada edad, se
levantó de entre los comensales, y le preguntó al hijo del anciano: “¿No te
parece que has dejado algo aquí? “
El joven respondió:
“No, no he dejado nada”. Entonces el extraño le dijo: ”Sí has dejado algo! ¡Haz
dejado aquí una lección para cada hijo, y una esperanza para cada padre!” El
restaurante entero estaba tan silencioso, que se podía escuchar caer un
alfiler.
Uno de los mayores honores que existen, es poder cuidar de aquellos adultos
mayores que alguna vez nos cuidaron también. Nuestros padres, y todos esos
ancianos que sacrificaron sus vidas, con todo su tiempo, dinero y esfuerzo por
nosotros, merecen nuestro máximo respeto.
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