John M. Ackerman
El Partido Revolucionario
Institucional (PRI) nació en
1946 con el fin de desmantelar las conquistas de la Revolución Mexicana,
institucionalizar la corrupción y poner el Estado al servicio de la oligarquía
nacional y el capital trasnacional. Las contrarreformas de Enrique Peña Nieto,
los fraudes del sindicato de Pemex y los pactos de Rodrigo Vallejo no son nada
nuevo. Implican una perfecta continuidad con las prácticas históricas de un
partido cuyo único interés ha sido acumular y centralizar el poder.
El sistema de corrupción
estructural que nos tiene postrados como nación no es una creación de Peña o
siquiera de su padrino político Carlos Salinas de Gortari. El rompimiento con
el legado revolucionario, soberano y democrático del presidente Lázaro Cárdenas
del Río se inició hace casi 70 años, con la fundación del PRI y el sexenio de
Miguel Alemán Valdés (1946-1952).
No es suficiente entonces
luchar hoy contra el neoliberalismo económico o a favor de la democracia
electoral. Si queremos un verdadero cambio de régimen, hace falta desmantelar
completamente al sistema priísta que ha extendido sus tentáculos mucho más allá
del partido que lleva su nombre o los gobiernos locales y federal bajo su
control directo.
El desfalco a Pemex y las
riquezas de Carlos Romero Deschamps tienen origen en la represión militar y
requisa del sindicato petrolero perpetradas por el presidente Alemán unos días
después de tomar posesión. Esta intervención acabaría definitivamente con los
elementos democráticos del sindicato para transformarlo en un órgano corrupto
al servicio del poder presidencial.
Hoy se refieren a los
líderes sindicales corruptos como charros precisamente porque así se hacía
llamar Jesús Díaz de León, el oscuro personaje que Alemán impuso como
secretario general del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros en 1948. Y fue
durante el sexenio de Alemán que el charro mayor, Fidel Velázquez, consolidó su
poder corrupto sobre la Confederación de Trabajadores de México, lo cual le
permitiría dirigir la agrupación de manera ininterrumpida hasta su muerte en
1997.
Como Peña Nieto, Alemán
también impulsó desde el principio de su mandato
históricasreformas a los artículos 3 y 27 constitucionales. El nuevo texto del artículo 27 facultó al gobierno federal para extender
certificados de inafectabilidadque permitieron a los grandes terratenientes ampararse contra la posible expropiación y redistribución de sus tierras. Mientras, las reformas al artículo tercero rompieron con el histórico compromiso del presidente Cárdenas de poner la educación pública al servicio de las causas sociales y el bienestar general, al eliminar cualquier referencia a la
educación socialistaen la Carta Magna.
Alemán era un joven
empresario a quien le gustaba la farándula. Para la revista Time era un presidente
encantadory, de acuerdo con The New York Times, compraba sus trajes directamente en Hollywood y sus Rolls-Royces en Inglaterra. Los historiadores coinciden en que fue precisamente durante el sexenio de Alemán que se institucionalizó la gran corrupción entre las más altas esferas del poder gubernamental que nos acompaña hasta la fecha.
Alemán también otorgaría a
Televisa (entonces XEW-TV)su primera concesión en 1950 y facilitaría la
instalación de su primera sede en avenida Chapultepec 18. La familia Alemán
rápidamente se convertiría en uno de los principales accionistas de la empresa
y jugaría un papel clave en tejer alianzas entre la televisora y el poder
político.
Nuestros problemas
entonces no se iniciaron en 1982 con la imposición del neoliberalismo económico
por el presidente Miguel de la Madrid. Tampoco empezaron en 1988 con el fraude
electoral y las privatizaciones de Salinas. Lo que estamos viviendo hoy es la
culminación de décadas de arduo trabajo de parte de los
tecnócratascorruptos y entreguistas bajo la sombra del Estado autoritario.
Es urgente derrotar al PRI
en las urnas. El repudio generalizado para Peña Nieto y sus
reformas estructuralestendría que convertirse en una auténtica avalancha electoral antipriísta durante las elecciones federales y locales de 2015.
Pero esta victoria no será
posible ni tendría consecuencia alguna, si no trabajamos simultáneamente para
purgar al sistema en su conjunto del priísmo que infecta su médula. Nadie está
libre de culpa y todos tenemos la obligación de ejercer la autocrítica
responsable. Todos los partidos políticos han sido infectados por el virus del priísmo.
El Instituto Nacional Electoral y todas las instituciones
autónomasdel país también trabajan de acuerdo con el guión priísta. Hasta la UNAM, el IPN y los medios de comunicación independientes muchas veces caen presos al sistema.
El diputado panista Rubén
Camarillo tiene razón. La aprobación de la contrarreforma energética
efectivamente constituye una
victoria cultural. Pero no es una victoria de un nuevo sistema más
moderno, sino del viejo sistema de colusión y corrupción priísta vigente desde 1946.
Pero este viejo sistema ha
sido rebasado por los tiempos. El estruendo de la quietud ciudadana durante la
discusión de las leyes secundarias de la contrarreforma energética revela que
hoy nos encontramos en un momento clave de viraje histórico. La senectud del
sistema priísta y el agotamiento de las viejas formas de hacer política
constituyen una gran oportunidad para refundar la patria.
Twitter: @JohnMAckerman
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