Al calor de la creciente guerra
comercial desatada por la política del presidente Donald Trump se avizoraron
los primeros efectos destructivos, como el repunte del dólar en las economías
emergentes. Desde la gran crisis, las economías emergentes han duplicado su
deuda en dólares, hasta alcanzar cifras del orden de los casi cuatro billones
de dólares, y el encarecimiento del billete verde arrastra a estos países al
límite de sus posibilidades.
Por el otro lado se muestran los
indicios de desaceleración en la endeudada economía china, sin dudas un
engranaje importante que mueve los molinos de viento de las turbulencias en los
países emergentes.
Un informe encargado por Naciones
Unidas a un grupo de científicos, concluye que el capitalismo ya no es viable,
y cuanto más tiempo se intente mantener, peor. Esta renovada advertencia de los
científicos a la Humanidad, 25 años después de la primera, denuncia los
abundantes signos de la degradación ambiental por doquiera, los signos de un
cambio de época: el fin del crecimiento. Los líderes políticos y los grandes
poderes económicos se niegan a aceptarlo, pero es una verdad que poco a poco se
va imponiendo.
Mientras, desde la prensa
“especializada” se habla de la próxima crisis económica, anunciándonos que cada
vez está más cerca. La “denuncia” carece de riesgos (en algún momento llegará).
La banca JP Morgan ubica la nueva grave crisis en un marco temporal bien
definido, el año 2020, de acuerdo a sus modelos numéricos, debido a los
múltiples debilidades financieras estructurales.
Paralelamente, otros expertos advierten
sobre una brutal desinversión (que viene desde 2016) en el sector de la
explotación del petróleo y resto de hidrocarburos líquidos. Hoy EEUU –que
produce menos del 20% del total- invierte más que el resto del mundo en
exploración y desarrollo de nuevos yacimientos. Lo que EE.UU. ha hecho es
subsidiar al resto del mundo el mantenimiento de nuestro estilo de vida pródigo
en gasto energético.
De milagro a espejismo
En poco tiempo los milagros se han
transformado en espejismos, todo se derrumba como el pasaje de la lava de un
volcán en erupción arrastrando un flujo masivo de capitales que contribuye a
ampliar el espacio de la catástrofe.
Todos estos augurios de una nueva
recesión sorprenden a la economía mundial sin apenas haber podido aun digerir
las ruinas de la anterior crisis, con más desempleo y más deuda que al inicio
del 2008. Y en un escenario marcado por movimientos proteccionistas,
populistas, antieuropeístas bajo el manto del Brexit, que hacen impensable
fórmulas de cooperación internacional para hacerle frente al vendaval.
Muchos expertos europeos consideran que
una nueva crisis tendría alcances dramáticos en una Europa sin haber completado
el ciclo expansivo, incluso sin haber logrado un presupuesto coherente para
atender situaciones de dificultad mayores en algunos países. Además, resaltan
las nuevas tensiones financieras, fiscales y políticas de Italia que amenazan
con poner en evidencia la fragilidad de un proyecto a la deriva, piloteado por
dirigentes de dudosa moralidad.
Mientras, los economistas ortodoxos,
que son los que en mayor medida tienen acceso a los medios de comunicación,
explican la crisis económica a partir de aspectos ajenos a la dinámica del
capitalismo, unos por la excesiva desregulación (keynesianos), otros por el
intervencionismo del Estado (neoliberales), junto a elementos como la
distribución del ingreso, la psicología de los inversores, las finanzas, o el
efecto Trump, entre otros.
En realidad, la precisión de su prosa
hace cuasi imposible encontrar sinónimos explicativos de los
términos y de las palabras más actuales de un lenguaje político que
definitivamente pretende esconder lo esencial del problema que es el propio
sistema, el sistema capitalista. Ignorarlo en el debate aparece como la misión
principal de los intelectuales funcionales a la globalización.
Sin embargo, para muchos de estos
expertos les debe resultar muy perezoso recordar que la inmensa mayoría de los
países del mundo se vive y trabaja bajo un sistema capitalista, un detalle que
suele olvidarse con demasiada frecuencia, tal vez por ignorancia o bien por un
premeditado cinismo académico.
Bajo la lógica y la esencia del modo de
producción capitalista, se debe abordar la crisis mundial como un momento
necesario e inevitable de la dinámica de acumulación de capital. De lo
contrario, ¿cómo explicar la recurrencia de las crisis a lo largo de la
historia del capitalismo?
La economía contemporánea parece
haberse convertido en un espectáculo autónomo y liberado de la razón. Un
espectáculo de capitales, mercancías o seres vivos, donde colosales fusiones y
billones de dólares determinan el rumbo, en sus bolsas de valores.
Mientras tanto, los despidos de
trabajadores ascienden a decenas de miles en una sola corporación, muchas de
ellas provienen de empresas que ni siquiera dan perdidas o peor aún, proceden
de sociedades que acaban de ganar más, pero que el despido es sinónimo de mayor
rentabilidad. El sistema está diseñado para la acumulación de capital, no para
la satisfacción de las necesidades de quienes trabajan.
Cuando hablamos de cifras utilizamos
los informes de referencia mundial, así por ejemplo cuando nos referimos a la
tasa de desempleo mundial citamos a la Organización Internacional del Trabajo
(OIT) que advierte que los déficits de trabajo decente se mantendrán a niveles
altos persistentes en muchas regiones del mundo.
La OIT contaba más de 192 millones de
desempleados en enero de 2018, pero ahora sospechamos que el ascenso es
notoriamente superior. Abrimos los ojos y vemos el mundo, en el cual enormes
filas de desempleados cuyas quejas apenas llegan a través de los desfallecidos
sindicatos, trabajadores de todas las edades que se acumulan en el paro como
animales infectados en el matadero y tratados como cuerpos tóxicos.
La economía, absoluta desnuda de trabas
sociales, morales y políticas celebra la bacanal de su consagración, la
fatalidad de su poder.
Ante este panorama, la tentación es
grande de recogerse internamente y conformarse con el consuelo de no empeorar.
No obstante, el sistema económico nos cobija con el manto de la confianza que
brindan las agencias de calificación (los AAA y los AAA+), eso si ya
convertidos en pilares carcomidos de mentiras ignominiosas.
El argumento más frecuentemente
utilizado por los gobiernos para justificar los enormes recortes de gasto
público, es la necesidad de “recuperar la confianza de los mercados
financieros”, la frase más utilizada por todos los proponentes de las políticas
de austeridad. De ahí que debería ser un motivo de gran atención averiguar cómo
se define tal supuesta confianza de los mercados, y quién tiene el poder de
definición. Es “sorprendente”, en este sentido, la escasa atención de los
medios de prensa a este tema, salvo para destacar la necesidad de “recuperar la
confianza”.
Pero distante de la mediocre
parcialidad y la mutilación del conocimiento integrador que defiende la
burguesía, podemos entender que el sistema capitalista es caótico, y que en su
seno conlleva una crisis tras otra, que a su vez sólo aparece a los ojos
comunes en el instante en que la gran burguesía empieza a hallar dificultades
de rentabilidad y por consecuencia se ahonda la contracara natural de la
inmensa riqueza que se genera en el sistema, que no es otra que las hambrunas,
miserias, precariedad y violencia desquiciante.
Los estudios más detallados sobre el
capitalismo y el análisis de la situación actual de la crisis energética
indican que hemos llegado a las puertas de la siguiente crisis ¿final del
capitalismo?. Algunos creen que solo es un final y el comienzo de una nueva
fase similar, después de los reajustes necesarios. Otros indican que los
procesos que se van a desencadenar van a cambiar nuestro mundo de manera
profunda y definitiva. En lo que todos coinciden es en lo que estamos haciendo
para prepararnos: nada.
El problema no es la crisis del
capitalismo sino el capitalismo mismo. Y el problema es que esta crisis
reveladora, aprovechable en otros tiempos para la emancipación, llega a una
población sin conciencia y a una izquierda sin alternativa elaborada.
En un mundo impregnado de fascismo, con
muchas armas y pocas ideas, con mucho dolor y poca organización, con mucho
miedo y poco compromiso – el mundo que ha producido el capitalismo – sin dudas,
la barbarie se ofrece mucho más verosímil que el socialismo.
*Periodista uruguayo, miembro de la
Asociación de Corresponsales de prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional
del Hebdolatino en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis
Estratégico (CLAE, www.estrategia.la )
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
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