7 de abril de 2011

El tiempo se acaba

Poco se puede decir del significado de la simultánea marcha que en ciudades del país y del extranjero se realizó ayer para protestar por la imparable ola de violencia y derramamiento de sangre que a diario mancha cada vez más al país.

También poco se puede escribir –dicho esto en sentido figurado– porque la marcha por sí misma da cuenta de la rabia, la impotencia y el miedo convertido en terror que atenaza el corazón de los mexicanos luego de los cuatro años de una “guerra” insensata, ineficiente e impopular como la declarada por el gobierno de Felipe Calderón al indescifrable monstruo de mil cabezas que es el narcotráfico.

Por que muchas de esas formas que adopta el narco se encuentran profundamente enraizadas en el aparato gubernamental mismo; en los cuerpos policiacos, de impartición de justicia, en la misma sociedad gracias al enorme poder corruptor del dinero y la gran capacidad que éste le da al crimen organizado para comprar conciencias, cargos, órdenes de jueces y si esto no funciona, todavía tiene como recurso la amenaza o el chantaje.

Intentar explicar con palabras el dolor por el que pasan miles de familias afectadas directa o indirectamente por el virtual estado de guerra en que se encuentra la nación, desde un punto de vista crítico a la acción emprendida por el calderonismo es relativamente cómodo, porque cada vez son menos los mexicanos que apoyan una medida tomada al vapor para, claramente, darle sentido político a un régimen que nació con el estigma de la ilegitimidad.

Asi pues, el sacar a la calle al Ejército de la manera tan irresponsable como lo hizo el gobierno de Felipe Calderón fue poner en juego, de una sola vez y por todas, el extremo recurso que es acudir a la fuerza de las armas para lograr el consenso ciudadano, en torno a un gobierno que se ha caracterizado por su extrema insensibilidad política, por su ceguera ante las verdaderamente terribles condiciones de marginación y carencias en las que viven millones de familias y por su enorme afan por entregarle a los poderes fácticos nacionales y extranjeros el control del país.

La marcha de ayer, en la que miles acompañaron al poeta Javier Sicilia, es oportunidad única e irrepetible para demandar un alto, un cambio de rumbo debido a la enorme simpatía que atrajo hacia sí el dolor de un padre que perdió lo más querido: la vida de su hijo, sacrificado quien sabe por quién, pero al mismo tiempo inocente víctima de todo el lodazal en que políticos y criminales baten al país. Cientos de miles salieron a las calles en un acto de compromiso personal, sin acarreos ni ofrecimientos, simplemente como resultado de la toma de conciencia ciudadana en demanda de justicia y que se detenga el baño de sangre.

No son frases retóricas las que se expresaron en contra del gobierno, fueron gritos de desesperación de millones de mexicanos ante la nula expectativa de que en un mediano plazo cambien las cosas.

Hace falta voluntad y decisión de todos para salir del atolladero, pero sobre todo del gobierno federal para modificar una ineficiente y costosísima estrategia de combate a la delincuencia. El tiempo se está acabando.

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