Cuando la violencia recrudece, el gobierno estatal implementa programas de seguridad, que resultan meramente propagandísticos porque al aplicarse con cero inteligencia, asestando golpes de ciego y faltos de efectividad. Lo peor es que sus gorilas uniformados arremeten contra el ciudadano común tratándolo como vil delincuente.
Son sus “operativos de rutina” en los que todos somos sospechosos —y hasta presuntos culpables—, ante un inmaculado gobierno compuesto de hombres sin mancha ni pecados.
Hombres probos los del gobierno de la “prosperidad” que deben cuidar sus patrimonios de la voracidad de los ciudadanos que no cuidan a sus hijos ni a sus familias.
Dicho de otra forma, acá, nosotros los malos, y allá, Javier Duarte y los hijos del quinto patio, dechados de virtudes para quienes no hay siquiera la molestia de una revisión policíaca en un retén, menos, qué caray, de la pregunta incómoda, el ¿a qué se dedica, señor? Y a la sabida respuesta: “A pagarte tu mísero salario, emisario de la prole”.
Ver frente a sí un retén es para el ciudadano común, motivo de preocupación y, en no menos casos, presagio de problemas, infracciones, autos enviados al corralón, multas y en un descuido, la cárcel.
Somos los veracruzanos, motivos de toda sospecha. Somos culpables mientras no demostremos lo contrario, rompiendo con el principio jurídico de presunción de inocencia.
En los retenes policíacos de estos “operativos de rutina”, a los veracruzanos se nos trata como candidatos al Ministerio Público. Somos carne de cañón y, por lo general, sujetos del abuso.
De los retenes, no brotan delincuentes pero sí transgresores del Reglamento de Tránsito, una falta gravísima en este Veracruz duartista, agobiado por el crimen organizado y la violencia; peligrosísimos conductores que por carecer de licencia o por no haber pagado la tenencia vehicular, contribuyen a la proliferación de las mafias que traen jodido al aparato de justicia, cuya gravedad se refleja en el deterioro de la imagen del estado de Veracruz.
De entre los éxitos del operativo Veracruz Seguro destaca la ubicación de miles de veracruzanos que por no realizar su verificación vehicular o por no haber emplacado su auto, han contribuido, según el Manual Duarte, a la crisis de seguridad. Sus acciones, de acuerdo con el concepto que distingue al sesudo gobernador, incumplen las normas de convivencia pacífica, y eso es motivo de castigo, o ya de perdida, de una infracción y su consecuente pago en Hacienda del Estado.
Tratado como veracruzano de segunda, el ciudadano está a merced del policía raso que usa su agudo criterio para detectar quién es digno de sospecha. Le basta para ello observar el aspecto físico. Y si se le antoja que podría ser peligroso, ya se fregó. Luego viene la revisión a fondo: cacheado desde el cuello hasta los pies, pasando por las áreas nobles, sea hombre o mujer, y una intensa búsqueda en cada rincón del auto. Al final, todo queda en una multa vehicular.
Los veracruzanos, los de abajo, pagan los costos de que el crimen organizado traiga de cabeza al gobernador de Veracruz, persistan los ejecutados, los mutilados, los levantados y los extorsionados.
Todos somos sospechosos y ultrajados en retenes policíacos que ofenden a la ciudadanía, mientras hay impunidad absoluta con los políticos se compran ranchos en Brasil, ponen periódicos y compran mansiones en el extranjero, desde el más alto jefe político hasta el más ridículo cacique ranchero.
¿Cómo tratan en un retén, por ejemplo, al secretario de Desarrollo Social, Marcelo Montiel Montiel, tras ser exhibido en la revista Proceso por su inexplicable enriquecimiento que le permitió adquirir un rancho en Curitiva, Brasil, y saberse que su propiedad en Naranjos, municipio de Puente Nacional, pasó de ser un modesto predio a un productivo e inmenso rancho lechero?
¿Cómo tratan en los retenes a políticos y empresarios, como Edel Alvarez Peña y Tony Macías, el suegro del gobernador, que luego de andar con una mano adelante y otra atrás, lograron fundar periódicos, adquirir lujosos autos y mansiones e incrementar sus cuentas bancarias, todo a partir de su estadía en las esferas de gobierno?
¿Cómo tratan los gorilas uniformados, en los retenes, a Renato Tronco, que de andar de mojado en Estados Unidos, luego de que abandonó las actividades agropecuarias y comerciales en las que resultaba un fiasco, sin un clavo en el zapato, hambriento y provocando lástima, haya incursionado en la política, convertido en alcalde de caricatura y en diputado de película cómica, se haya hecho de ranchos y caballos, autos, una mansión millonaria, casas y más casas, veterinaria, purificadora de agua, cementera, constructoras?
Para ellos y para muchos más, no hay retenes. Ellos no son sospechosos de nada, aunque sus fortunas se cataloguen en el rubro del enriquecimiento inexplicable, que tiene su origen en el empobrecimiento explicable de millones de veracruzanos.
Para esa casta privilegiada no hay retén que los incomode. A cambio, el veracruzano común vive en la permanente sospecha de que mantiene ligas con el crimen organizado, y de ahí que se los “operativos de rutina” endurezcan sus acciones sobre ellos.
Parece injusto. O mejor dicho, lo es.
(romoaya@gmail.com)(@moralesrobert)
FUENTE: NOTIVER
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