El daño que deja el neofascismo de Trump no se limita a esos millones de estadounidenses embrutecidos por el odio y el egoísmo. Ese mal se ha propagado por todo el mundo, y es de esa cuenta que acá en Guatemala no faltan las voces que lo aclaman como el mejor presidente de Estados Unidos, que hacen suya la retórica de la Guerra Fría y que ven comunistas hasta en la sopa.
Los racistas, los xenófobos,
los machistas, los misóginos, los homófobos y los egoístas de Guatemala también
vieron en Trump un líder que los liberara de los derechos humanos y de la
solidaridad, pero principalmente de las leyes que tipifican la discriminación
como delito y de la persecución penal de la que muchos de ellos son objeto.
El electorado estadounidense
ha dado un gran paso al frenar el neofascismo enquistado en la presidencia de
su país. Sin embargo, sacar a Trump de la presidencia no será un proceso fácil
ni rápido, ya que, al parecer, aparte de ganar la batalla electoral, también
tocará ganar la batalla en las cortes estadounidenses.
Pero además, de la misma forma
en que transcurrieron décadas para que la humanidad superara la tragedia de la
Segunda Guerra Mundial y el nazismo alemán, los millones de seguidores de Trump
y de su neofascismo, en Estados Unidos, en Guatemala y en el resto del mundo,
demuestran que recuperar lo perdido en la lucha a favor de los derechos
humanos, de la solidaridad y de la no discriminación también requerirá tiempo.
Posiblemente décadas, ya que
Trump se va, pero sus votantes, seguidores y simpatizantes neofascistas se
quedan. En Estados Unidos, en Guatemala y en el mundo entero.
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